#InPerfecciones
“Demian Hirst entendió la época que le ha tocado vivir, donde lo mediático no está peleado con lo económico, ni por supuesto, con lo artístico.”
Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com
Hirst
En 1990 se presentó en México la exposición “Los Dalí de Dalí”, una retrospectiva del artista surrealista español Salvador Dalí, con gran éxito, a tal grado que en un solo día logró congregar a más de 25 mil personas en el desaparecido Centro Cultural de Arte Contemporáneo (CCAC). Dicho recinto que tuviera una vida corta, apenas 12 años, marcó un hito, al lograr convocar a miles de personas a sus instalaciones, entre 1986 y 1998, gracias a la promoción que tenían sus exposiciones en los medios electrónicos, lo que demostraba que a la gente le gusta ir a los museos.
Hoy el Museo Jumex le da continuidad a ese esfuerzo de la iniciativa privada para promover la cultura y el arte. Si el CCAC contaba con el respaldo de Fundación Televisa, ahora la Fundación Jumex hace lo propio por el arte contemporáneo en un edificio diseñado por el arquitecto británico David Chipperfield, ganador del premio Pritzker en 2023, considerado el Nobel de Arquitectura, y que abriera sus puertas en 2013. Entre sus exposiciones más destacadas están las de Andy Wharhol y Jeff Koons. Las largas filas para ingresar los fines de semana dan cuenta del interés popular y que la cuestión del arte no es solo para conocedores.
El arte siempre ha sido una cuestión de sensibilidad, estética, técnica, destreza, etc. La gente disfruta ver La última cena de Leonardo Da Vinci, La Capilla Sixtina pintada por Miguel Angel, El pensador de August Rodin, Los girasoles de Van Gogh o Los Alcatraces de Diego Rivera. Sin embargo, con el arte moderno la cosa es más complicada, Roy Lichtenstein, Jackson Pollok o Mark Rotko, ya no son tan accesibles a primera vista.
La cosa es peor con el arte contemporáneo, que ya no es solo pintura o escultura, sino expresiones conceptuales que incluyen materiales no convencionales, y obedecen más a “una idea premeditada y planificada que elige sus materiales y da forma específica a la obra”, como apunta Will Gompterz en ¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno.
Existe consenso de que esta rama del arte inició en 1917 cuando Marcel Duchamp presentó en una exposición la obra, Fuente. Lo interesante es que no era más que un mingitorio puesto de cabeza. Es decir, reinventó el arte al lograr que “el artista podía elegir cualquier objeto producido en masa y que ya existía previamente, que no tuviera mérito artístico alguno, y, mediante la liberación del cometido y función originales (en otras palabras, volviéndolo inútil), dándole un título y cambiando el contexto y ángulo en el que habitualmente lo encontramos, lo convertía en una obra de arte de facto”.
La evolución del arte contemporáneo ha llegado a niveles insospechados. Todavía causa discusión la obra de Maurizio Cattelan, Comediante, que consiste en un plátano comprado en una tienda cualquiera, pegado a la pared con cinta, para muchos un absurdo que se llame arte y que además haya quien pague por él.
En donde hay coincidencias, es en torno a que en el arte contemporáneo lo que importa es el artista, el vendedor, el comprador, la galería, la casa de subastas, ¡ah! y también la obra. Para Carmen Reviriego (El laberinto del arte) “el arte no es algo que pueda sobrevivir ajeno a sus tiempos. Los de hoy incluyen globalización, multimillonarios y subastas públicas”, mientras que Sarah Thornton (Siete días en el mundo del arte) dice que “el arte se hizo popular porque se hizo caro”. Por su parte, Don Thompson (El tiburón de 12 millones de dólares) resalta que “en el mundo del arte contemporáneo la marca puede sustituir al juicio crítico”.
Hoy los artistas consagrados se han convertido en una marca en sí mismos, dejando atrás, como bien hace notar Gilles Lipovetsky (La cultura-mundo) “la concepción romántica del artista maldito, marginado por su propia naturaleza y en conflicto con el sistema socioeconómico, en la medida en que se opone ostensiblemente al dinero, valor ajeno al arte, altamente corruptor y con el que no es posible ningún pacto. La situación ha cambiado”. Hoy los artistas son millonarios.
Por ejemplo, el artista inglés Demian Hirst, quien por algún tiempo se le llegó a conocer como el artista vivo más caro del mundo. Hisrt obtuvo su fama mundial cuando vendió una idea en 12 millones de dólares: un tiburón de 4 metros dentro de un tanque de formaldehído, a la que llamó, La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo (frase que me parece más impactante que el tiburón mismo), misma que lo catapultaría al reconocimiento internacional.
¿Es arte la obra de Hirst o solo fama?, bueno, por fortuna tenemos la oportunidad de comprobarlo por nosotros mismos, ya que el Museo Jumex presentará hasta agosto 57 obras de Demian Hirst, una muestra que lo coloca a la altura de los mejores museos de arte contemporáneo a nivel internacional. Incluso con un valor agregado que no es nada menor: la entrada es gratuita.
En mi percepción, Demian Hirst entendió la época que le ha tocado vivir, donde lo mediático no está peleado con lo económico, ni por supuesto, con lo artístico. Su propuesta se mueve entre lo macabro y lo repugnante, lo sencillo y lo hermoso, la vida y la muerte, la burla y la reflexión, Dios y el ser humano. Sus obras son de gran impacto visual pero que dejan la sensación de que hay algo más, y eso lo comprendemos cuando vemos los materiales o los nombres de sus propuestas. Encontramos cuadros hechos a base de mariposas y pintura (Contemplando el poder infinito y la gloria de Dios) y otro hecho con moscas y resina (al estilo del Sol negro), siendo que en ambos casos utiliza dos clases de insectos para provocar sensaciones encontradas. Destaca su colección de Historia natural, donde aparecen una serie de animales en formol, Memorias perdidas, fragmentos del paraíso con hileras perfectamente simétricas (otra obsesión) de pastillas de paracetamol, o la multifamosa calavera de platino y 8,500 diamantes llamada Por el amor de Dios. Ya sea para amarlo o para odiarlo, pero no debemos perder la oportunidad, tal y como se llama la exposición, de Vivir para siempre (por un momento).