Sexualidad

LA RIQUEZA DE LA EDUCACIÓN AUTODIDACTA.

#Sexualidad
Un testimonio personal.

 

 

Dr. Juan Manuel Carvajal Blancas
redaccion@inperfecto.com.mx

Tenía yo 4 años de edad y lo recuerdo con muchos detalles, como si recién lo hubiera vivido.

Mi madre y mi padre decidieron no enviarme a preescolar. Algo miraban en mi inquietud, que a sus 50 años y 51 respectivamente les hizo decidir mantenerme en casa hasta que por lo menos cumpliera los seis años de edad y entonces enviarme a la primaria. Ellos que con esfuerzo, habían apenas logrado terminar ese nivel y así se aventuraban, 11 años después de ya no hacerlo, a gestar y criar en mí, a su sexta bendición.

De vez en cuando me acercaba a mi padre y le escribía yo en un papel algún garabato ilegible, pretendiendo darle un mensaje y él, mientras se afeitaba, jugaba a entender con mucho interés mi “escritura”: “Manuelito tiene un periquito”, me mentia amoroso fingiendo que mi escritura era perfecta y yo me entusiasmaba más.
Pasaba yo la mayor parte del tiempo sólo, mi padre trabajaba fuera de casa todo el día y apenas lo miraba irse antes de que el sol saliera y regresar ya hasta la noche, mientras mi madre, se ocupaba de todos los pendientes de casa, que siempre consumían su tiempo, también de sol a sol.
Mi hermana Carmen en ese entonces estaba concluyendo su secundaria y sus libros que dejaba de los años anteriores los guardaba en un librero pequeño que mi hermano Ray (mayor que ella) había hecho en un taller escolar de carpinteria y al que yo accedía fácilmente para saciar mi curiosidad en los libros viejos ahí guardados.

Ahí encontré un libro de lecturas de mi hermana y conocí el poema “El idilio de los volcanes” de José Santos Chocano, el cual hablaba de esa leyenda que mi madre me contaba cuando caminábamos por el extenso campo de aviación y mirábamos esplendorosos, bellos e imponentes, a nuestros preciosos volcanes Popocatepetl e Iztaccihuatl.
Comparaba esas imágenes con las ilustraciones del libro de mi hermana y podía yo reconocer a la mujer dormida que mi madre me describía en sus relatos y al guerrero que le había prometido amarla por toda una eternidad convirtiéndose en los dos volcanes que crecí mirando.
Inspirado en aquella historia es que quise leer lo que ese libro decía y no me fue difícil hacerlo.

En aquella época en la televisión mexicana abierta, los niños mirábamos un programa llamado Plaza Sesamo, que era la versión mexicana de una exitosa serie en los Estados Unidos del mismo nombre, adaptada a nuestro país con situaciones de la vida familiar y de la cultura mexicana de la época, mezclando en un mundo de fantasía a humanos con personajes mupets divertidos.
Ahí conocí las primeras letras, su orden, su sonido, la forma de pronunciarse, sus combinaciones y el libro de lecturas de mi hermana, que ya lo había hecho mío, me servía para practicar lo que en la televisión blanco y negro miraba. Entonces pude hacer esa lectura del idilio de los volcanes, como quien descubre un jeroglífico y de ahí me aventuré a leer otros libros, los anuncios de las calles y todo lo que podía leer. Me divertía lograr hacerlo al tiempo que me maravillaba lo que descubría cada que algo nuevo leía. Era mi sensación como la de poseer un valioso poder.
Mi madre se divertía y mi padre se sorprendia al grado de presumirlo con sus amistades, que pudiera leer sin que para lograrlo hubiera yo tomado clases, ni de ellos y menos en escuela alguna. Solo la curiosidad, Plaza Sesamo y los libros de mi hermana.

Cuando fue el tiempo de ingresar a la primaria, la Directora de la Escuela dudó en que estuviera yo listo, pues sin haber cursado preescolar pensaba que llevaría muchas dificultades para adaptarme al ambiente escolar. Mi padre le insistió en que ya sabía yo leer muy bien y escribir un poco y bastó una breve “evaluación” para que la Directora accediera a asignarme el grupo en que iniciaría mi educación primaria.

– ¿Quien te enseñó a leer? -Me dijo en privado, la Directora.
– Yo sólito y viendo Plaza Sesamo, le respondí.

La Directora no fue la única sorprendida, a mis maestras y maestros de otros grupos también les generaba curiosidad que un niño de primero recién incorporado a la escuela, leyera sin clases previas, con tanta exactitud. Incluso, algunos maestros de 5o y 6o en ocasiones me requerían en sus grupos para que les leyera a sus alumnos y después los reprendieran: “¡Ya ven como un niño de primero lee mejor que todos ustedes!”.
Entendí años después y siendo ya adulto, lo importante que para mi fue, en mis primeras aproximaciones a los libros, el que no tuviera cerca de mí adulto alguno que dudara o me dijera que no podía yo hacerlo, o que me prohibiera tocar esos libros.
Mi madre y mi padre jamás intervinieron directamente en esa etapa de mi experiencia autodidacta y sólo celebraban mis logros.

Es sorprendente lo que un niño puede hacer cuando no hay alguien que le diga que es imposible hacerlo o como debe de hacerlo. Estoy convencido que de haberme metido a una escuela en ese tiempo, habría sido mutilada en mí, esa iniciativa. Me habrían cortado mis alas con tal de empezar a adoctrinarme y por fortuna, pude proteger esa parte valiosa.
El no ir a preescolar me salvó de ese destino y alimentó mi curiosidad y mi pasión por el estudio, por ser, en gran medida, un hombre autodidacta, favoreciendo también mi condición de TDAH (invisibilizada y desatendida hasta mi edad adulta) para convertirla, más tarde en potencia creativa.
Años después me enteré que el Dr. Rogelio Diáz Guerrero, uno de los psicólogos sociales más destacados en nuestro país, tuvo mucho que ver en que se hiciera una versión mexicana del programa Plaza Sesamo, pues era una herramienta valiosa y divertida de apoyo a la niñez. Y yo doy fe de que así es.

Gran verdad encierra la afirmación de Isaac Assimov:
“La educación autodidacta es, creo firmemente, el único tipo de educación que existe “.
Y yo agrego que, fuera de eso, todo lo demás es, en gran medida adoctrinamiento, control y domesticación social.