Editorial

Sol y sombra, vida y muerte

#InPerfecciones
Hay mucho por reflexionar y hacer para equilibrar una vida digna de los animales, y los derechos que eso implica, con las exigencias de alimentación, experimentción científica y viabilidad económica.

 

 

Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

En la Ciudad de México, como ha sucedido en otros lugares en el mundo, se volvió tema de debate mantener o prohibir las corridas de toros. Es un tema que desata pasiones de unos y otros, donde no faltan las descalificaciones, que se ha centrado, a mi parecer en 3 aspectos: la cuestión cultural, el impacto económico y el sufrimiento de los toros el día de la corrida.

Las corridas de toros eran el máximo espectáculo deportivo, antes de que el futbol invadiera las pantallas de televisión. Decía Carlos Fuentes (El espejo enterrado) que “en la plaza de toros, el pueblo se encuentra a sí mismo y encuentra el símbolo de la naturaleza, el toro que corre hasta el centro de la plaza, peligrosamente asustado; huyendo hacia adelante, amenazando pero amenazante, cruzando la frontera entre el sol y la sombra que divide al coso como la noche y el día, como la vida y la muerte”. Esa tradición poco a poco ha venido languideciendo. Hoy, la plaza de toros ha dejado de ser punto de encuentro social, en parte porque existen otros espectáculos o porque a las nuevas generaciones no les interesa.

Otro aspecto es el económico, se habla que la cancelación de las corridas afectará los ingresos, o de plano dejará sin trabajo a quienes viven de esta actividad, un escenario altamente probable, pero que, al igual que otras actividades económicas, con el paso del tiempo se modifican o de plano desaparecen, como los repartidores de leche a domicilio, los afiladores de cuchillos, etc.

Un tercer aspecto, y que debería tener un debate más amplio y profundo, es la parte propia del animal. La historia y la literatura están llenos de hermosos y heróicos encuentros entre personas y animales. Del Tarzán criado por monos a Mowgli adoptado por Bagheera y Baloo, o de Rómulo y Remo amamantados por una loba a Anibal cruzando los Alpes y ganando batallas montando elefantes. Más allá de estos relatos, existe una terrible realidad.

La filósofa Martha C. Nussbaum (Justicia para los animales), proyecta una teoría filosófica para abordar nuestra relación con los animales en torno a  tres emociones: “admiración ante la complejidad y la diversidad de la vida de los animales; la compasión por lo que, con desgraciada frecuencia, tienen que soportar esas vidas en el mundo bajo dominación humana en el que vivimos; y una indignación productiva, orientada hacia el futuro, hacia el modo de corregir la situación”.

Los animales sienten y se comunican entre ellos en algo que podemos llamar una especie de socialización, y la pandemia del covid-19, nos dio la oportunidad de entenderlo, tal y como lo muestra el documental de Apple TV, El año que cambió el mundo, donde, por ejemplo, podemos observar la forma en que se comunican las ballenas sin el ruido de los motores de barcos y cruceros.

Si bien la discusión actual se ha enfocado en las corridas de toros (y con menos ruido en las peleas de gallos), lo cierto es que se pasa por alto la explotación de animales en la industria cosmética, e incluso para los experimentos científicos. Difícilmente tendríamos los avances médicos actuales sin haber hecho pruebas, y muy crueles, en animales.

También existe una fuerte corriente a favor de una vida digna en mascotas y animales de compañía, no dejan de aparecer historias de maltratos y abandonos, principalmente a perros, a quienes por cierto, el historiador Jared Diamond (Armas, gérmenes y acero), considera como el primer animal domesticado hace 10 mil años. Incluso, cabría preguntarse qué tanto se puede criticar a quien cuida y quiere a su mascota, la saca a pasear una hora al día, pero el resto del tiempo la mantiene encerrada en los espacios cada vez más pequeños de las grandes ciudades.

En este punto vale la pena regresar a lo que el propio Carlos Fuentes llamaba “nuestra violenta sobrevivencia a costa de la naturaleza”, y que nos remota más allá de las plazas taurinas, nos lleva a los orígenes mismos de la humanidad.

El paso de la cacería a la agricultura fue acompañado por la domesticación de algunos animales. Diamond decía que “de los 148 mamíferos herbívoros terrestres salvajes del planeta (los candidatos a la domesticación) solo 14 pasaron la prueba”, mientras que Yuval Noah Harari, (De animales a dioses), señala a los animales como las víctimas de esta primer “gran revolución”, porque si bien, al comparar el crecimiento exponencial en el número de pollos, cerdos y vacas, observamos que pasaron de ser unos cuantos miles a millones en la actualidad, al contrario del resto de las especies, no podemos hablar de un triunfo evolutivo sino de una derrota ante el ser humano, ya que desde entonces “figuran entre los animales más desdichados que jamás hayan existido. La domesticación de los animales se basaba en una serie de prácticas brutales que con el paso de los siglos se hicieron todavía más crueles”.

Es innegable que estos animales, los que proporcionan alimento a la mayor parte de la humanidad, son los que peor viven y pocos alzan la voz para defenderlos. Las condiciones en las que pasan sus días son de la mayor crueldad absoluta. Pasan los días hacinados en ajulas diminutas que les impiden los movimientos, comiendo alimento que los engorde lo máximo posible para ser sacrificados a la máxima brevedad, y así, poder llegar a los mercados y a las mesas de las casas. Irónicamente, señaló Fernando Savater en alguna entrevista (cito de memoria): comparado con los animales que nos alimentan, el toro de lidia vive como un príncipe en libertad.

Hay mucho por reflexionar y hacer para equilibrar una vida digna de los animales, y los derechos que eso implica, con las exigencias de alimentación, experimentción científica y viabilidad económica. Pero podemos estar seguros que hasta que no cambie esa situación seguiremos como señala Milan Kundera (La insoportable levedad del ser), cuando la inolvidable Teresa pensaba que “el hombre es un parásito de la vaca”.

#InPerfecto