Editorial

La imagen de la felicidad

#InPerfecciones
El punto central no solo es ser feliz, como muchas personas lo son, sino que lo es la ansiedad para proyectar hacia los demás la imagen de la felicidad.

 

Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

 

Si hay algo que ha obsesionado a la humanidad a lo largo de la historia, sin duda es la felicidad. Aristóteles señalaba que “a la felicidad… la colocamos como el fin de todo lo humano” (Moral a Nicómaco o Ética nicomáquea). Es decir, se convierte en algo tan consustancial a nuestro ser que difícilmente sabemos en qué momento de la vida nos dimos cuenta de su existencia, y por lo tanto, iniciamos su búsqueda.

 

En la vida cotidiana, mucho se habla de la felicidad, pero poco hacemos por definirla. Por ejemplo, la felicidad es, de acuerdo con Nicola Abbagnano (Diccionario de Filosofía) “en general, un estado de satisfacción debido a la propia situación en el mundo”. La respuesta parece sencilla, en cada persona está la clave de su propia felicidad. El tema es que, como el mundo está en una constante dinámica, no atinamos a dar con la fórmula de la felicidad, porque como lo apunta Séneca (Sobre la vida feliz) “todos… quieren vivir felizmente, pero a la hora de distinguir qué es lo que hace feliz la vida se hallan a oscuras”. 

 

En la Grecia clásica, Platón (La República) decía que la felicidad del individuo viene condicionada por la existencia de una convivencia justa en una polis racionalmente gobernada por los más sabios, y por lo tanto, la felicidad no puede ser individual sino colectiva. En este sentido, el individuo solo alcanzaría la felicidad cuando deja atrás las labores cotidianas para incorporarse a las discusiones públicas donde se buscaba el bien común.

 

Aristóteles planteaba una visión más interiorizada de la felicidad, al considerarla como una actividad del alma. De esta forma, para la felicidad de las personas era mucho más trascedental lo interno que las posesiones. Por eso no resulta extraño que valorara que la felicidad se encuentra en el conocimiento. Las casas, el dinero, los bienes, se pueden perder por mil razones; por el contrario, el conocimiento que posee cada persona es permanente y acumulable, y ahí es donde reside la máxima satisfacción.

 

25 siglos después la felicidad seguía siendo motivo de reflexión. A mediados del siglo XX, el filósofo y premio Nóbel de Literatura, Bertrand Russell (La conquista de la felicidad) nos dice que “El secreto de la felicidad es éste: que tus intereses sean lo más amplios posible y que tus reacciones a las cosas y personas que te interesan sean, en la medida de lo posible, amistosas y no hostiles”. El foco seguía siendo amplio y se basaba en cómo cada persona afrontaba su realidad, pero sobre todo, destacaba el enfoque de que la felicidad no estaba en la naturaleza esperando ser descubierta, sino que es algo que se debe conquistar.

 

Para Victoria Camps (La búsqueda de la felicidad) la felicidad depende de la forma en que afrontamos la realidad y cómo nos vemos a nosotros mismos, pero sobre todo, “la felicidad es la búsqueda de la mejor vida que esté a nuestro alcance”. Lo que podemos observar, siguiento el planteamiento de Camps, es que la búsqueda es muy amplia en nuestros tiempos y lo que antes era un asunto personal o social, se ha extendido hacia espacios que le eran ajenos.

 

Uno de ellos es el político. Se han hecho serios esfuerzos a nivel internacional para encontrar indicadores objetivos y cuantificables para medir la felicidad en un país desde el ámbito de lo público, como ya lo hemos abordado en otros espacios. Una interesante comparación de lo realizado la encontramos en Un gobierno basado en la felicidad de Roberto Castellanos. 

 

Para el espacio privado, el aspecto comercial y su extremo consumista, es otro camino donde las personas ha pasado de construir la felicidad a hacerla una exigencia. El siempre punzante Gilles Lipovetsky (La felicidad paradójica) encuentra que la prueba de esta demanda en nuestras sociedades se puede observar “desde los escaparates repletos de mercancías hasta la publicidad de sonrisas radiantes, desde el sol de las playas hasta los cuerpos de ensueño, desde las vacaciones hasta los entretenimientos mediáticos, la sociedades opulentas se exhiben con los rasgos de un hedonismo resplandeciente”. 

 

Así, nos encontramos con que la actual felicidad, individual y nunca pensada como social, se basa en lo exterior, en lo ornamental, en lo efímero: en la proliferación de gimnasios donde el objetivo no es la salud, sino la construcción de un cuerpo perfecto; en querer detener las huellas del tiempo con maquillajes y botox; en viajar sin parar por el mundo, no por la historia y cultura de los pueblos, sino porque son lugares instagrameables (perdón por el barbarismo); en comprar el celular más nuevo, la ropa de diseñador o el auto de lujo, pensados como un fin y no como accesorios para la vida. El punto central no solo es ser feliz, como muchas personas lo son, sino que lo es la ansiedad para proyectar hacia los demás la imagen de la felicidad.

 

Para lo anterior, en mucho han influído las redes sociales como amplificadores para proyectar una imagen de felicidad. Si damos un recorrido por las diferentes plataformas podemos ver que proliferan las fotos con rostros sonrientes en lugares “mágicos”, y basta dar un “like” a esas fotos, para que el algoritmo nos señale el camino a la felicidad: el nuevo restaurante o el irresistible paquete turístico.

 

En este afán por proyectar la imagen de cuán felices vivimos, se nos pasa de largo el hecho de que, como señalan Edgar Cabanas y Eva Illouz (Happycracia) “La felicidad se ha convertido en una poderosa herramienta para controlarnos, porque nos hemos entregado a la obsesión que nos propone. No es la felicidad, la que se adapta nosotros, a los claroscuros de nuestras emociones, a las ambigüedades de nuestros pensamientos o la compleja textura de nuestras vidas. Al contrario, somos nosotros, los que tenemos que adaptarnos a sus tiránicas demandas, a su lógica consumista, a su enmascarada ideología y a sus estrechas y reduccionistas asunciones sobre lo que somos y debemos ser”. 

 

#InPerfecto