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El QB de los Green Bay Packers volvió a fallar en una instancia definitiva.
Andrei Valenzuela León / @andrei_avl
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Durante el juego que cerró la temporada regular de la NFL y en el que los Green Bay Packers se jugaban su pase a playoffs, Aaron Rodgers dio una nueva muestra de que el talento en el brazo no es el único factor a considerar cuando se habla del legado de un mariscal de campo.
A Rodgers siempre se le ha señalado por su poca presencia en los momentos definitivos de un partido, y, llegado el momento, de una temporada completa, sobre todo porque un anillo de Super Bowl parece poca cosa para el que es considerado como uno de los mejores jugadores de su época.
En este contexto resulta conveniente separar su habilidad para lanzar el balón, que sin duda es extraordinaria, de la mentalidad ganadora y la capacidad de jugar al mejor nivel en los momentos en los que su equipo más lo necesita y en los que Aaron ha quedado constantemente a deber.
Además, su actitud fuera de los emparrillados y durante los periodos de temporada baja deja mucho que desear; cada año “amenaza” a su equipo con irse a otro lado si no se cumplen todos sus caprichos y su nombre no es precisamente un sinónimo de compañerismo o de liderazgo.
Así, el nombre de Aaron Rodgers se asocia cada vez más con la palabra fracaso. Y es que un jugador con su talento debería estar a la par de los más grandes de la historia; sin embargo, son sus múltiples tropiezos los que empiezan a destacar en la memoria de sus aficionados y, por supuesto, de sus detractores.
Fotografía: AP/Morry Gash
