Editorial

La morra intensa

#InPerfecciones
Odio ser la morra intensa que no entiende las señales, la que no se cansa, la que fastidia, la que harta, la que lo arruina todo con su insistencia.

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

 

Hay algo en particular que me molesta cuando estoy en el proceso de conocer o crear un vínculo con alguien, y es que odio sentirme como la morra intensa. Esa morra que se toma las cosas muy a pecho, la que sobrepiensa todo, la que reacciona a todo. Odio sentirme como la morra que se emocionó de más, la que se hizo historias en la cabeza, la que no supo fluir, la que no supo dejarse llevar, la que arruinó todo haciendo demasiadas preguntas. Odio sentirme como la morra incómoda, la que siempre necesita una conversación más. La que no queda satisfecha con nada. La que no se calla. La que no se cansa. Odio ser la morra intensa.

 

Se trata de un disparador para mí, pues es una sensación que despierta recuerdos de momentos dolorosos en mi pasado. Me provoca viajar tres años atrás, a la última relación formal que tuve. Mi ex novio y yo nos dimos un break después de tres años de relación. Él me pidió espacio y lejanía, y yo acepté con la ilusión de que la distancia le hiciera extrañarme y arrepentirse de su idea de terminar la relación. El error estuvo en no definir la duración ni los limites de esa distancia.

 

Pasó un mes después de que me pidiera un tiempo, un mes que se sintió como una eternidad de incertidumbre, miedo, desesperación, enojo y ansiedad. No sabía cuándo escribirle ni sabía cuánto debía pasar para retomar donde nos quedamos. Le escribí un par de veces y me dijo que seguía pensándolo, que no se sentía listo. Estoy casi segura de que de no ser por mi insistencia, la solución de mi ex novio hubiera sido ghostearme hasta que yo me cansara de esperar su respuesta. Literalmente, me hubiera ghosteado hasta que nuestra relación hubiera terminado por default.

 

No solo fue ese mes lo que me hizo sentir como la novia loca e intensa, sino la antesala que nos llevó a ese break. Un periodo largo, tedioso y cansado de un ciclo interminable en el que él me ponía el cuerno, yo lo descubría, le pedía explicaciones, él me pedía perdón, y así otras cien veces más.

 

Siempre era yo la que pedía el diálogo. Siempre era yo la que buscaba respuestas que hicieran sentido al daño que me hacía, una y otra y otra vez. Recuerdo que en una de las últimas intervenciones incluso me dijo: “¿Otra vez quieres hablar? ¿Ya qué más quieres que hablemos?”

 

Este es el contexto para explicar el por qué odio sentir que estoy siendo la morra intensa dentro de algún vínculo, la que siempre quiere hablar las cosas. La que sigue y sigue y sigue intentando. La que no entiende las señales, la que no se cansa, la que fastidia, la que harta, la que lo arruina todo con su insistencia.

 

En los últimos tres años he reflexionado que esa herida detonante me ha llevado al otro extremo, el extremo de la indiferencia, la frialdad y el silencio. Cuando empiezo a emocionarme y hacerme expectativas sobre un posible vínculo con alguien, la parte de mí que busca y desea afecto se alborota un poquito, al punto de atreverse y asomarse a la ventana de la vulnerabilidad y exponerse a expresar una manifestación pequeña y temerosa de interés: mandar un whatsapp diciendo “esta canción me recordó a ti hoy”, o reaccionar con corazones a una historia.

 

Pero mi aversión al rechazo es tal, que en el momento en que percibo una sospecha del mismo me retracto y me escondo de nuevo en un refugio de desinterés fingido donde me protejo con pensamientos como “él se lo pierde”, o “qué hueva” o “ni que estuviera tan chido”. Me escudo en mi orgullo cuando la realidad es que en la profundidad de mi ego se esconde la tristeza y la decepción de lo que nunca se dio.

 

En el caos de la incertidumbre de un vínculo donde no sé qué está pasando, ni hacia dónde va la cosa, ni qué soy para la otra persona… lo que si soy, es el tipo de persona que inventa mil historias en su cabeza, cada una más obscura y pesimista que la otra. Mi mente es ágil en construir escenarios desastrosos e hirientes que, a pesar del dolor que me causan, al menos le dan sentido a la razón de la indiferencia o la falta de claridad de la otra persona. 

 

Lo peor es que todas esas historias que me cuento a mí misma terminan poniéndome como la causa del fracaso de mis vínculos.“¿Qué hice mal?”, “¿Qué no hice?”, “¿En qué me equivoqué?” son las preguntas que inundan mi mente llenándome de culpa y vergüenza, reviviendo la herida vieja y profunda de no sentirme suficiente. Esa creencia que he interiorizado al pensar que, sin importar cuánto me esfuerce, hay algo mal en mí que me convierte en una persona que no merece afecto, cariño, amor o ternura.

 

A medida que me he esforzado en comprender y trabajar estos conflictos mentales y relacionales, he descubierto que una de mis principales herramientas para atravesar cualquier crisis, son los podcasts. Últimamente he encontrado refugio en uno de mis podcasts favoritos en cuanto a relaciones no monógamas éticas: Gotitas de Poliamor. Puedes escuchar el episodio aquí.

 

Este podcast me dejó tres aprendizajes principales: primero, que la incertidumbre en los vínculos y las relaciones se da por la falta de comunicación al expresar nuestras expectativas y deseos. Segundo, aprendí que esas expectativas y deseos deben comunicarse en forma de peticiones. A pesar de que siempre nos han dicho que pedir lo que necesitamos puede ahuyentar a la otra persona, en realidad expresar esos deseos está bien, es importante y es saludable. 

 

Por último, aprendí que muchas veces dejamos en las manos de la otra persona definir la situación en la que estamos. A veces por miedo y a veces por ponerla a prueba, y saber si estamos “en la misma página”. Queremos que la otra persona le ponga una etiqueta a nuestro vínculo, y por ello caemos en la famosa y angustiante pregunta… ¿qué somos? Y no nos damos cuenta que no tenemos que depender de la respuesta a una pregunta que realmente carece de responsabilidad afectiva, porque lo que de verdad importa no es depender de la percepción que la otra persona tiene de nuestro vínculo, sino expresar lo que nosotres queremos de él.

 

Hoy comprendo que no soy la morra intensa. Soy una persona con necesidades y deseos afectivos válidos. No soy la morra intensa. Soy una mujer que prefiere la claridad en sus vínculos. No soy la morra intensa. Soy la morra a la que le gusta comunicar sus emociones, sus pensamientos, y sus expectativas. No soy la morra intensa. Soy la morra que busca el diálogo. Soy la morra que requiere información, honestidad y transparencia de la otra persona para decidir si se queda, se va, o hasta dónde llega. Soy la morra que necesita generar acuerdos y nombrar sus vínculos. Hoy comprendo que soy la morra que sabe cómo quiere que la quieran, porque saberlo es una forma de quererme a mí misma.

 

#InPerfecta

 

Ilustración de Feline Pessey