#Arquitectura
“Cuando un arquitecto acepta la responsabilidad de una obra de carácter público, presenta el presupuesto de los costes estimados hasta finalizar la obra”
Carlos Rosas C / @CarlosRosas_C
carlos.rc@inperfecto.com.mx
Por fin llegamos al libro X de los Diez Libros de Arquitectura de Vitruvio Polión, la gran cantidad de temas que aborda esta extraordinaria obra nos han dejado claro que el conocimiento que el arquitecto debe manejar para llevar a cabo su labor va más allá de la geometría o la formalidad del lenguaje arquitectónico, aspecto que Vitruvio ha señalado en repetidas ocasiones a lo largo de los nueve libros que antecedieron a este libro X.
La extensión de este Libro X corona toda la obra con 16 capítulos que describen minuciosamente máquinas para construcción, hidráulica y armamento de defensa, finalmente dentro del quehacer del arquitecto la versatilidad deberá ser una de las virtudes con las que deberá contar a lo largo de su evolución como constructor.
Nos acercamos al desenlace de una obra extraordinaria llena de conocimiento. Sigan con nosotros en el especial de arquitectura “En búsqueda de los maestros” sobre los Diez Libros de Arquitectura de Marco Vitruvio Polión.
LIBRO X
INTRODUCCIÓN
En la célebre e importante ciudad griega de Éfeso sigue vigente una antigua ley expresada en términos duros pero con un contenido justo. Se dice que fue sancionada por sus antepasados en estos términos: “Cuando un arquitecto acepta la responsabilidad de una obra de carácter público, presenta el presupuesto de los costes estimados hasta finalizar la obra; una vez entregados sus cálculos, todos sus bienes son transferidos al magistrado, hasta que la obra quede totalmente concluida.”
Si, terminada la obra, los gastos coinciden con lo presupuestado, el arquitecto es recompensado con honores y decretos elogiosos. Si los gastos han sobrepasado una cuarta parte del presupuesto inicial, se cubría con dinero público y el arquitecto no debía satisfacer ninguna multa. Pero si se sobrepasaba la cuarta parte, el arquitecto debía hacer frente a estos gastos con sus propios bienes, para concluir la obra.
¡Ojalá los dioses inmortales hubieran sancionado esta misma ley entre el pueblo romano y no sólo para los edificios públicos sino también para los particulares! En este supuesto, no se forrarían impunemente los ignorantes intrusos y únicamente ejercerían la arquitectura con toda garantía las personas competentes en la extraordinaria precisión de la ciencia arquitectónica.
Los propietarios particulares no se verían obligados a satisfacer enormes cantidades de dinero, que les llevan a una situación ruinosa; los mismos arquitectos, ante el temor de sufrir algún castigo, elaborarían unos presupuestos más ajustados, con un análisis más adaptado a los costos reales; de esta manera, los propietarios particulares verían terminados sus edificios con el dinero que habían previsto o con un poco más. Quienes puedan disponer de cuatrocientos sestercios para finalizar una obra, si sufren un recargo de cien sestercios más, se sentirán satisfechos con la esperanza de verla concluida; pero quienes sufran el recargo del doble de lo presupuestado o una cantidad mayor, abandonan toda esperanza al comprobar su hacienda arruinada y se ven obligados a renunciar a su construcción, desanimados y sin posibilidades económicas.
Esta grave deficiencia no sólo se da en la construcción de edificios sino también en los espectáculos públicos, que ofrecen los magistrados, tanto en las luchas de gladiadores sobre la arena del foro, como en las representaciones escénicas; en éstas, no se permite ni el retraso ni las prisas, ya que la necesidad impone la conclusión de las obras en el tiempo fijado; obras como son las gradas para los espectadores, extender los toldos que cubren el aforo y preparar todos los elementos necesarios, siguiendo la tradición de las representaciones escénicas, para los espectáculos públicos ya que precisan de aparatos mecánicos. Se exige un cuidado exquisito y una planificación propia de una mente muy calculadora, pues ninguno de estos aparatos se pone en funcionamiento sin una adecuada maquinaria y sin diversos conocimientos, que han de aplicarse con toda atención.
Puesto que todos estos aspectos están ya fijados por una larga tradición, me parece muy pertinente que se clarifique con cautela y sumo cuidado todo lo necesario, antes de que se inicien las obras. Y ya que no hay vigente ninguna ley ni ninguna disposición, avalada por la costumbre, que obligue a esta previsión y ya que los pretores y ediles asumen el deber de preparar los aparatos mecánicos para los espectáculos que se ofrecen cada año, me ha parecido importante, Emperador, explicar en este libro los principios que regulan tales aparatos mecánicos, mediante una serie de normas ordenadas; y lo dejo para este libro, que es el que pone fin a todo mi trabajo, puesto que en los anteriores he ido exponiendo el tema de la construcción de edificios.
LIBRO X
CAPITULO PRIMERO.
MÁQUINAS Y ÓRGANOS
Se define una máquina como un conjunto de piezas de madera que permite mover grandes pesos. El movimiento de una máquina se fundamenta en las propiedades de la rotación circular, en griego «kykliken kynesin». La primera clase de máquinas se denomina «escansoria», en griego «acrobatikon». La segunda clase es la máquina que se mueve por la acción del aire, en griego «pneumaticon»; y la tercera es la máquina de tracción, en griego «baru ison». Las máquinas escansorias están compuestas de una serie de maderos perpendiculares y transversales correctamente trabados, hasta alcanzar una determinada altura que permita subir sin ningún peligro, con el fin de examinar los dispositivos bélicos. La segunda clase de máquinas –máquinas neumáticas– consta de unos- elementos que se mueven por la acción violenta del aire que pasa a presión y permite emitir sonidos y tonos armónicos.
Las máquinas de tracción posibilitan arrastrar grandes pesos y colocarlos en un sitio elevado. El sistema de las máquinas escansorias resulta ser muy apreciado, no por su disposición artística sino por su resultado audazmente efectivo en las empresas militares; resulta práctica por las cadenas, puntales y soportes, que la hacen muy sólida. El sistema de la máquina que logra moverse por impulsos del aire produce unos resultados agradables, dada la finura de su ingenioso diseño. La máquina de tracción ofrece mayores ventajas y una extraordinaria capacidad en su utilización; siempre que se maneje con prudencia, proporciona magníficos resultados.
De todas estas máquinas, unas se mueven mecánicamente y otras se utilizan como instrumentos o herramientas. La diferencia entre las máquinas y los órganos parece consistir en que las máquinas logran sus objetivos con el concurso de vanos operarios y con un mayor esfuerzo, como son las catapultas y las prensas de los lagares; los órganos obtienen sus efectos simplemente con el manejo experto de un solo hombre competente, como son los movimientos giratorios de las ballestas de mano o de los «anisociclos»*. Como se puede ver, tanto las máquinas como los órganos son necesarios en la práctica, pues, sin su ayuda, todo lo que exija un esfuerzo resultará muy dificultoso.
(Anisociclos*) Instrumento que dispara flechas mediante muelles y círculos desiguales.
La mecánica en su conjunto se ha generado a partir de la misma naturaleza, bajo la guía y la dirección de la rotación cósmica. Así es, si consideramos y observamos el incesante movimiento del Sol, de la Luna y de los cinco planetas (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno) comprenderemos que si no recorrieran sus órbitas de manera mecánica, sería imposible que tuviéramos luz en la Tierra en los periodos necesarios y sería imposible cosechar frutos maduros. Como nuestros antepasados cayeron en la cuenta de que las cosas eran así, se fijaron en el modelo de la naturaleza e imitándola -inducidos por este paradigma divino- desarrollaron y llevaron a término invenciones que hacían la vida más cómoda. Prepararon e idearon algunos hallazgos que resultaron muy prácticos, bien mediante máquinas con sus rotaciones, bien mediante instrumentos manuales. Todo lo que descubrieron que pudiera proporcionar alguna utilidad en la práctica diaria lo desarrollaron gradualmente con sus estudios, con su sagacidad y con una normativa muy técnica.
Consideremos, en un primer momento, que el descubrimiento más primitivo nació de la misma necesidad; me refiero al vestido: mediante una disposición organizada de los telares y con la trama de los hilos de los tejidos, éstos no sólo tapan y protegen nuestro cuerpo sino que añaden un rasgo de belleza. Sería absolutamente imposible disponer de abundantes alimentos, si no se hubieran inventado los yugos y los arados para los bueyes y otros animales. Sin rodillos, vigas ni palancas y sin prensas no hubiéramos podido disfrutar del brillo del aceite, ni del fruto de las vides, que nos proporciona agradable placer. Si no se hubieran inventado los carros y las carretas sería imposible el transporte de tales productos, ya que son unos medios de transporte necesarios en tierra; sin la invención de las naves sería inviable el transporte por agua.
El equilibrio de las balanzas mediante diversos pesos es un descubrimiento que nos protege de los fraudes e injusticias, pues proporciona unas medidas justas. En verdad, son incontables los sistemas que poseen las máquinas y no vemos la necesidad de tratar sobre todos, pues todo el mundo los conoce por ser de uso diario, como son la piedra del molino, los fuelles de los herreros, los carros de carga, las calesas, los tornos y otros muchos más que nos ofrecen unas posibilidades en su utilización cotidiana. Pues bien, pasemos a explicar, en primer lugar, aquellas máquinas que se utilizan en raras ocasiones, con el fin de conocerlas mejor.
LIBRO X
CAPITULO SEGUNDO.
MÁQUINAS DE TRACCIÓN.
Comenzaremos por las máquinas que es preciso disponer para la construcción de los templos y para la ejecución de obras públicas. Es necesario seguir los siguientes pasos: prepárense dos troncos de madera adecuados al peso que van a soportar; se enlazarán por la punta superior mediante unas abrazaderas y se dejarán separados por la parte inferior; se levantarán a lo alto sujetos con unas sogas en la parte superior y se mantendrán en vertical, rodeándolos con unas maromas; en lo más alto se suspende, bien sujeto, un aparejo de poleas que algunos denominan «rechamus»; se le adaptan dos poleas que giren sobre sus propios ejes. Por el interior de la polea más elevada se pasa la cuerda principal, que llega desde arriba hasta abajo y se hace pasar en torno a la polea del aparejo inferior; se lleva de nuevo hacia la polea inferior del aparejo más elevado y se ata en su propio orificio.
El otro cabo de la cuerda se hace bajar hasta la parte inferior de la máquina. En las caras posteriores de los maderos, en la parte que están separados, se fijan dos piezas de apoyo con un orificio en las que se colocan las cabezas de los rodillos, con el fin de que giren los ejes sin dificultad. Los rodillos poseen dos orificios muy cerca de sus extremos, situados de manera que las palancas puedan acoplarse en su interior; se sujetan a la polea inferior unas tenazas de hierro, cuyos dientes se ajustan a los agujeros, que previamente se han horadado en los bloques de piedra. Como un cabo de la cuerda está atado al rodillo, al mover las palancas va enrollando la cuerda en torno al eje y así levantan los pesos hasta la altura donde se esté realizando el trabajo.
El nombre de este dispositivo mecánico es tripastos, ya que gira mediante tres poleas. Cuando tiene dos poleas en el aparejo inferior y tres en el superior, se llama «pentaspaston».
Si hay necesidad de preparar máquinas para mover grandes pesos, deberán disponerse maderos más largos y más gruesos; se procederá como se ha dicho, esto es, por la parte más alta se sujetarán con unas clavijas -abrazaderas- y por la parte inferior con unos tornos o rodillos de mayor tamaño. Hecho esto, se colocarán unas maromas, aflojadas previamente; en la parte superior de la máquina se sujetarán unas amarras, apartadas de las maromas y si no hubiera sitio donde atarlas, se hundirán en el suelo unas estacas encorvadas, se asegurarán apisonando la tierra a su alrededor, para que las maromas queden bien sujetas. Con una cuerda se atará un aparejo de poleas en la parte más alta de la máquina y desde la polea se dirigirá una soga hasta una estaca y hasta una polea inferior, fijada en la estaca. La soga se introducirá en torno a la polea y se dirigirá de nuevo hacia la otra polea que habrá quedado fijada en lo alto de la máquina. Después de pasar en torno a la polea, se hará descender la soga desde la parte superior hasta el rodillo, situado en la parte más baja, y se atará en el eje del rodillo. El rodillo iniciará su movimiento giratorio mediante unas palancas e irá elevando la máquina sin ningún peligro. De esta forma, sujetando las cuerdas y las sogas en las estacas, la máquina quedará lista para su uso. Las poleas y las cuerdas motrices se prepararán como antes hemos dicho.
Y bien, si fuera necesario mover pesos de enormes dimensiones en las obras, de ningún modo podemos fiarnos de un simple rodillo o torno; será preciso sujetar un eje que posea en medio un gran tambor, que algunos gustan llamar «rueda», los griegos «amphieren» y otros «perithecium». En esta clase de máquinas las poleas se disponen de una manera completamente distinta. Veamos: tanto en la parte superior como en la inferior se ajustan dos órdenes de poleas. La cuerda, que se utiliza de guía, se introduce en el orificio de la palanca inferior cuidando que los dos cabos de la cuerda queden iguales, cuando la tensemos; se hace pasar la cuerda bordeando y abrazando la polea inferior y sus dos extremos deberán quedar bien sujetos de modo que no se desvíen ni hacia la izquierda ni hacia la derecha. A continuación, se hacen llegar los extremos de la cuerda hasta la polea superior del aparejo, por la parte de fuera y luego se bajan rodeando las poleas inferiores; desde aquí se llevan los extremos hasta el aparejo inferior. Se hacen pasar desde la parte interior rodeando las poleas de este aparejo; así, salen por la derecha y por la izquierda y se llevan de nuevo hasta lo más alto, rodeando las poleas superiores.
Desde la parte exterior salen extremos de la cuerda para dirigirlos hacia la derecha e izquierda del tambor y se fijan con fuerza, atándolos en el mismo eje. Otra cuerda enrollada en el tambor se hace llegar a un argana o cabrestante. Esta cuerda hará girar tanto al tambor como al eje. Al estar enrolladas las cuerdas de esta manera, se podrán tensar equilibradamente y así, sin ningún peligro, podremos levantar los pesos con suavidad. Si se coloca un tambor de mayores dimensiones en medio, o bien en uno de los extremos sin el cabrestante, unos hombres moviendo el tambor con sus pies lograrán resultados eficaces.
Encontramos otra clase de máquina bastante ingeniosa y muy apropiada para ser utilizada con rapidez, pero exige que sea manejada por hombres diestros. Se coloca en pie un madero y se mantiene vertical, mediante unas maromas que lo aseguran en las cuatro direcciones. Debajo de las maromas se fijan dos palomillas; mediante una soga se ata un aparejo de poleas por encima de las palomillas; debajo de las poleas se coloca una regla de unos dos pies de longitud, seis dedos de anchura y cuatro de grosor. El aparejo o polipasto tiene tres series de poleas fijadas en toda su anchura; se atan en la máquina tres cuerdas que servirán como guías; éstas se hacen llegar hasta el aparejo inferior y se hacen pasar desde la parte interior a través de las poleas superiores; se elevan después hasta el aparejo superior y se hacen pasar, desde fuera hacia dentro, por la polea que queda más baja.
Se bajan las cuerdas al bloque inferior por la parte interior y se pasan por las dos poleas sacándolas hacia afuera, para de nuevo llevarlas hasta el bloque superior. hasta las dos poleas colocadas en la parte más alta; pasan hasta la parte inferior, otra vez, para hacerlas llegar a la parte más alta y, haciéndolas pasar por las poleas superiores, de nuevo bajan hasta la parte más baja de la máquina. A los pies de la máquina se fija un tercer aparejo de poleas, que en griego se denomina «epagonta» y en nuestra lengua «artemon». Se sujeta bien a los pies de la máquina; consta de tres poleas, por las que se pasan unas cuerdas de las que tirarán los hombres para ponerla en acción. De esta manera tres cuadrillas de hombres elevan las cargas con rapidez y sin cabrestante. Polipasto es el nombre de esta máquina, debido a que tiene muchas poleas y ofrece una gran comodidad y rapidez para trabajar con ella. Utilizar simplemente un madero posibilita el que se pueda colocar el peso al lado derecho o al izquierdo, como se quiera, simplemente con inclinarlo.
Todos estos mecanismos descritos en líneas anteriores no sólo sirven para realizar los trabajos referidos, sino también para cargar y descargar las naves: unos situados verticalmente y otros a ras del suelo sobre unos cabrestantes giratorios. Sin necesidad de maderos levantados en vertical, se pueden sacar del agua las naves, trabajando al mismo nivel con aparejos de poleas y con maromas, dispuestas ordenadamente.
Es oportuno describir en este momento un ingenioso descubrimiento de Ctesifonte. Deseaba transportar los fustes de unas columnas desde las canteras al templo de Diana en Éfeso; debido a las grandes dimensiones de los fustes y a la escasa solidez de los caminos, no se fiaba nada de las carretas, pues las ruedas quedarían fácilmente atascadas por el peso. Se arriesgó a transportarlos pero tomando las siguientes precauciones: enlazó y clavó cuatro troncos de madera de cuatro pulgadas; puso dos de ellos en sentido transversal, que medían lo mismo que los fustes de las columnas. En los extremos de los fustes emplomó unas espigas de hierro a modo de un ensamblaje en forma de trapecio y fijó unas anillas, también de hierro, donde giraran las espigas, rodeando las puntas de los troncos con abrazaderas de madera; así, las espigas, introducidas dentro de las anillas giraban con toda soltura y las yuntas de bueyes arrastraban este complejo soporte, ya que los fustes giraban en las anillas y espigas, rodando libremente.
Así trasladaron todos los fustes; pero después hubo que transportar los arquitrabes. Metágenes, hijo de Ctesifonte, para trasladar los arquitrabes utilizó un sistema parecido al usado en el transporte de los fustes. Fabricó unas ruedas de doce pies de diámetro aproximadamente y empotró los extremos de los arquitrabes en la parte central de las ruedas. Siguiendo los mismos pasos, fijó unas espigas y anillas en las puntas de los arquitrabes; de esta forma, al tirar los bueyes del soporte giraban las espigas dentro de las anillas y hacían rodar las ruedas; los arquitrabes los empotró en las ruedas, como si fueran los ejes, y fueron transportados hasta el lugar de la obra con toda facilidad, con el mismo procedimiento que el usado en el transporte de los fustes. Pueden servir de ejemplo los rodillos que allanan los paseos en las palestras. Es verdad que no hubiera sido posible conseguir este objetivo si la distancia hubiera sido mayor -apenas si hay ocho millas desde las canteras hasta el templo- y si el terreno hubiera sido en pendiente, pero es completamente llano.
En nuestros días, como estaba resquebrajada por el paso de los años la base de la estatua colosal de Apolo, que se levanta en su templo, existía el temor de que cayera la estatua y se hiciera añicos; para solventar este problema salió a contrata la construcción de una nueva base, que se labraría en la misma cantera. Se concedió la contrata a un tal Paconio; las dimensiones de la base eran: doce pies de longitud, ocho pies de anchura y seis pies de altura. Paconio, por un prurito de vanidad, no quiso adoptar el sistema de Metágenes, sino que decidió construir una máquina distinta, aplicando los mismos principios. Fabricó unas ruedas de quince pies de diámetro aproximadamente, en las que introdujo los extremos del bloque de piedra; a continuación, asentó en torno a la piedra unas varas de dos pulgadas, que iban desde una rueda hasta la otra, cuidando que su separación no fuera mayor de un pie. Enrolló las varas con una maroma de la que tiraban una yunta de bueyes. Al desenrollarse la maroma hacía girar las ruedas, mas resultaba imposible mantener la línea recta y la máquina se desviaba hacia un lado; por esto, era necesario retroceder continuamente. Con tanto ir hacia adelante y hacia atrás, Paconio agotó el presupuesto y resultó insolvente.
Me voy a permitir un breve paréntesis para describir cómo fueron descubiertas estas canteras. Un pastor, llamado Pixodoro, habitaba en estos parajes. Los ciudadanos de Efeso proyectaban levantar un templo de mármol a Diana y andaban discutiendo si traer el mármol de Paros, del Proconenso, de Heraclea o de Tasos. Pixodoro apacentaba su rebaño, conduciendo sus ovejas por estos aledaños; allí mismo, dos carneros estaban enzarzados en una lucha a topetazos y uno de ellos golpeó la roca violentamente con sus cuernos de la que saltaron unas esquirlas de un color blanquísimo. Se dice que Pixodoro abandonó su rebaño en el monte y corriendo llevó las esquirlas de la roca a Éfeso, justo en el momento en el que se estaba discutiendo sobre este tema. Los ciudadanos le concedieron honores extraordinarios y cambiaron su nombre por el de Pixodoro Evangelo. Hoy en día, todos los meses el magistrado se acerca a este lugar y ofrece sacrificios en su nombre; si no lo hace, tiene que satisfacer una multa.