#InPerfecciones
Vale preguntarse sobre cómo están influyendo nuestros hábitos de consumo para interpretar la realidad social, el acontecer político, el futuro, etc.
Manuel E. Herrera Flores / @manumataum
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Hay un sentimiento generalizado de incertidumbre en las juventudes. La incertidumbre generada por la pandemia que azota nuestra contemporaneidad y se ve principalmente centrada en la preocupación por la salud y la económica. Hemos visto en el ultimo año cómo se acelera el mundo y sus cambios. No es raro escuchar o leer los sentimientos de personas jóvenes donde expresan preocupación por la falta de empleo o algún proyecto en el cual desarrollarse como personas.
Podemos pensar que la preparación en las escuelas se ha descontextualizado, los cambios tecnológicos y la adopción de nuevos dispositivos que facilitan algunas tareas hacen sentir confusión en cuanto a saber cómo insertarnos en el mundo. El cambio de hábitos ha transformado el imaginario social que dota de sentido el mundo que habitamos.
Pensemos solamente cómo el streaming (como fenómeno y concepto) ha cambiado nuestras relaciones sociales, compartimos playlists o quedamos de acuerdo con nuestros pares para ver una película en simultáneo a través de la plataforma de nuestra preferencia. Sin embargo, esa convivencia normalizada por nuestro contexto se verá mermada en caso de que alguna de las personas no tenga acceso al streaming.
Quizá pudiera parecer un problema menor o un obstáculo fácil de superar y en gran medida es así, es una cuestión menor cuando apremian otros intereses y necesidades. Pero tratemos de leer el fenómeno como índice de la lógica de consumo en donde nos desarrollamos actualmente. ¿En que momento el ser un sujeto mediado por nuestros hábitos de consumo comenzó a determinar nuestra manera de relacionarnos? Es un fenómeno que no es para nada nuevo.
Desde mediados del siglo pasado, Jürgen Habermas planteo la manera en que se construye la opinión pública de la ciudadanía en sus estudios sobre la esfera pública. Él decía que la conversación realizada por comensales en los cafés era el modo en que se discutían los temas de interés público. El punto nodal de todo esto, es pensar que no todas las personas disponían del tiempo y recursos para frecuentar estos entornos.
Entonces, quienes podían solventar una salida así y disponían cierta libertad económica para invertir tiempo en ocio con algún conocido eran quienes, en teoría, podían formarse una opinión respecto al acontecer público de interés general. Pero en esas circunstancias resultan indisociables los hábitos de consumo respecto al proceso en que se forman las opiniones. Vale preguntarse sobre cómo están influyendo nuestros hábitos de consumo para interpretar la realidad social, el acontecer político, el futuro, etc.
En tiempos actuales, donde un post de Instagram con una paleta de colores atractiva se vuelve autoridad y fuente de verdad, es fundamental entender esos procesos donde se forma aquello que creemos como opinión propia, pero que dista de serlo. Cuando dos personas piensan lo mismo, en realidad una de las dos no está pensando.