#Arquitectura
El agua es imprescindible para la vida, para satisfacer necesidades placenteras y para el uso de cada día. Si hay manantiales que hacen fluir el agua al descubierto, será muy sencillo disponer de ella.
Carlos Rosas C / @CarlosRosas_C
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Llegamos al libro Octavo; Vitruvio aborda un tema de vital importancia no solo en la práctica de la arquitectura, sino de la vida misma, el agua es parte fundamental de la vida cotidiana del hombre, saber de donde viene, la calidad de la misma y hasta como encontrarla resulta muy interesante por la forma en que se describen los métodos a lo largo de todo este libro. Sigan con nosotros en el especial de arquitectura “En búsqueda de los maestros” sobre los Diez Libros de Arquitectura de Marco Vitruvio Polión.
LIBRO OCTAVO
INTRODUCCIÓN
Tales de Mileto, uno de los siete sabios, propuso que el agua era el principio o arché de todas las cosas naturales; para Heráclito el principio era el fuego y para los sabios sacerdotes de los Magos, el agua y el fuego. Eurípides, uno de los discípulos de Anaxágoras y conocido por los atenienses con el sobrenombre de «filósofo de la escena», afirmó que era el aire y la tierra y que ésta, fecundada por simiente de la lluvia celestial, había engendrado la especie humana y todos los seres animados que habitan el mundo; que todo lo que procede de la tierra, al disolverse por concluir su ciclo vital, regresa a la misma tierra y lo que ha nacido del aire vuelve de nuevo a los espacios celestes, sin sufrir su destrucción, pues, al disolverse, recuperan la primigenia naturaleza que habían tenido en un principio.
Por otra parte, Pitágoras, Empédocles, Epicarmo, junto con otros físicos y filósofos, afirmaron que los principios eran cuatro: aire, fuego, tierra y agua; estos cuatro elementos se combinan entre sí conforme a sus propiedades naturales y generan las distintas características, según la diversidad de las especies.
No obstante, observamos que no sólo han surgido de estos elementos las sustancias que constituyen la totalidad de los cuerpos naturales, sino que todo se alimenta, se desarrolla y se conserva gracias a su fuerza natural. En efecto, los cuerpos no pueden mantener su propia vida si carecen del aliento vital, si el aire penetrante no incrementa continuamente la inspiración y la espiración. Si los cuerpos no poseen una adecuada cantidad de calor, será imposible que detenten aliento vital, que se mantengan erectos e incluso la energía que proporcionan los alimentos será incapaz de provocar la digestión. Igualmente, si los miembros del cuerpo no se alimentan con los productos de la tierra, se irán debilitando, al carecer del necesario complejo que aporta el elemento tierra.
Si los seres animados tuvieran una deficiente cantidad de agua, acabarían pereciendo agotados y secos, pues estarían privados del elemento agua, que es principio de todas las cosas. Por ello, la Mente Divina no decidió hacer difícil ni inalcanzable todo lo que es particularmente necesario a los humanos, como sí hizo con las perlas, el oro, la plata y otros materiales preciosos que de ninguna manera son imprescindibles ni para el cuerpo ni para la naturaleza; y todo lo que es preciso para proteger la vida de los humanos, lo ha derramado en abundancia a lo largo y ancho del mundo. Así, si de las cosas necesarias faltara, por ejemplo, la respiración en el cuerpo, como pueda ser la asfixia, el aire contribuye y suple perfectamente esta carencia.
Los rayos solares y el fuego, descubierto por el hombre, hacen una vida mucho más segura como elementos preventivos y auxiliares del calor. De igual modo los frutos que produce la tierra son tan abundantes que exceden lo que podríamos desear y nutren a los seres vivos de modo permanente. El agua no sólo constituye nuestra bebida, sino que presta unas considerables ventajas ya que cubre innumerables necesidades agradables por ser gratuita.
Precisamente por esto, quienes ejercen las funciones sacerdotales, cumpliendo los ritos egipcios, ponen de manifiesto que todo lo existente proviene del poder del agua, como elemento originario; cuando llevan un cántaro lleno de agua al templo y al santuario, con respetuosa solemnidad se postran en tierra, elevan sus manos al cielo y dan las gracias a la bondad divina por haberla creado.
Concluyendo, ya que físicos filósofos y sacerdotes mantienen la teoría común de que en todas las sustancias naturales está presente la fuerza del agua como elemento constitutivo, he pensado que, después de exponer la teoría de la construcción de los edificios en los siete primeros volúmenes, era conveniente tratar en este volumen sobre la manera de descubrir el agua, las cualidades que pueda poseer según su distinta localización y los métodos para suministrarla y comprobar previamente su calidad.
CAPITULO PRIMERO.
MANERAS DE DESCUBRIR EL AGUA.
El agua es imprescindible para la vida, para satisfacer necesidades placenteras y para el uso de cada día. Si hay manantiales que hacen fluir el agua al descubierto, será muy sencillo disponer de ella; pero si no aflora al exterior, deben buscarse y deben captarse bajo tierra sus manantiales.
Se procederá de la siguiente manera: un poco antes del amanecer se tumbará uno boca abajo exactamente en el lugar donde se quiere encontrar agua y, apoyando con fuerza el mentón sobre el suelo, se observará atentamente todo el contorno alrededor; manteniendo el mentón apoyado e inmóvil, la vista no se elevará más de lo que es preciso, sino que, con toda exactitud, irá demarcando una altura totalmente horizontal; entonces, en las zonas donde aparezcan vapores que ondean y se elevan hacia el aire, allí mismo se debe cavar, pues tales fenómenos de ninguna manera se producen en lugares sin agua.
Asimismo, quienes busquen agua deben observar cómo es la naturaleza del suelo, ya que el agua mana en terrenos muy concretos. Si el terreno es arcilloso el agua será escasa, prácticamente superficial y su sabor no será muy agradable. En terrenos de arena suelta, el agua también será escasa, se encontrará a mayor profundidad, será cenagosa y de sabor desagradable. Si se trata de tierra negra, apenas si rezumará algo de agua, quizás unas pobres gotas estancadas después de las lluvias invernales que hayan quedado embalsadas en lugares compactos y firmes: su sabor es francamente extraordinario.
En terrenos de grava se encuentran venas de agua no muy caudalosas e intermitentes, pero de una suavidad excelente. En terrenos de arena gruesa y de tierra rojiza, con toda seguridad encontraremos venas de agua permanentes, con un sabor agradable. Entre las piedras rojas son abundantes las venas de agua y de buena calidad, salvo que se filtren y desaparezcan a través de los intersticios de las piedras. Donde sí hay agua en abundancia, fresquita y saludable, es en las faldas de los montes y entre rocas de sílice.
Las aguas que discurren por terrenos llanos son salobres, gruesas, algo templadas y de mal sabor, excepto las que procedan de las mismas montañas, que, siguiendo un curso subterráneo, broten en medio de la llanura; a la sombra de los árboles resultan tan agradables como las aguas de los manantiales de alta montaña.
A los indicios que acabamos de describir referentes a las distintas clases de terrenos donde se encuentra el agua, añadiremos otros que pasamos a enumerar: la presencia de juncos delgados, sauces silvestres, olmos, sauzgatillos, cañas, hiedra y otras plantas similares que únicamente crecen en lugares húmedos. Hay también plantas que se desarrollan en lugares pantanosos que, al estar a un nivel más bajo que el terreno circundante, durante el invierno recogen el agua procedente de las lluvias y de los campos que lo rodean, y debido a que forman como una depresión, mantienen el agua durante largos meses.
Mas no hay que fiarse mucho de estos indicios, sino que debe buscarse el agua en terrenos -no en lugares pantanosos- donde las plantas anteriormente citadas crezcan de manera natural, sin haber sido sembradas.
En los terrenos donde se descubran tales indicios de la presencia de agua, se realizará la siguiente comprobación: cávese un hoyo con una anchura no menor de tres pies y una profundidad de al menos cinco pies; al atardecer, se colocará en el hoyo una vasija cóncava de bronce, o de plomo, o bien un barreño. Una vez que dispongamos de la vasija o del barreño, lo embadurnaremos con aceite por su parte interior y lo colocaremos boca abajo; la boca del hoyo la taparemos con cañas o bien con hojas y lo cubriremos todo con tierra; al día siguiente, lo destaparemos y si encontramos en la vasija gotas de agua o que rezuma humedad, es una señal clara de que en ese paraje hay agua.
De igual modo si se coloca dentro del hoyo una vasija de barro no cocido, procediendo de la misma manera y cubriéndola del modo referido, si hay agua en ese lugar, la vasija aparecerá húmeda y casi deshecha por la acción del agua. Si se colocara dentro del hoyo un vellón de lana y al día siguiente soltara unas gotas al retorcerlo, será señal inequívoca de que en ese paraje abunda el agua.
Lo mismo sucedería si se colocara una lámpara bien preparada con abundante aceite, encendida y se encerrara dentro del hoyo; si al día siguiente no está el aceite completamente consumido, sino que aún queda un poco e incluso algo de pábilo, y si la misma lámpara aparece húmeda, será un indicio claro de que allí hay agua, pues el calor templado atrae la humedad hacia sí mismo. En fin, si se enciende una buena lumbre en el hoyo y, una vez recalentada y requemada la tierra, observamos que desprende una nube de calor, sin duda que en este lugar habrá agua. Después de realizar estas comprobaciones, si aparecen los indicios anteriormente descritos, entonces debe abrirse un pozo en ese lugar; si se alcanzara el manantial de agua, se abrirán muchos pozos alrededor y se conducirán las aguas a un único lugar, mediante conductos subterráneos.
Los manantiales de agua deben buscarse principalmente en las montañas y en las regiones orientadas al norte, ya que las aguas captadas en estos lugares son más agradables, más salubres y más abundantes.
Son lugares opuestos al curso del sol, donde abundan densos bosques de árboles y donde la sombra que proyectan los montes sirve de protección para que los rayos solares no incidan directamente sobre la tierra y, en consecuencia, no puedan evaporar su humedad. Los valles, que se extienden entre montañas, recogen gran cantidad de agua de las lluvias y, debido a los bosques tan densos que crecen en ellos, las nieves se mantienen durante mucho tiempo, gracias a las sombras de los árboles y de las montañas; cuando se funden las nieves, se filtran por los poros de la tierra y van a parar a las faldas de las montañas, donde emanan a través de los chorros de los manantiales.
Por el contrario, el agua no suele ser abundante en las llanuras, y la que hay no puede ser salubre, pues el calor abrasador del sol evapora la humedad de estas tierras llanas, al no quedar protegidas por la sombra de los árboles; si brota agua en la superficie, el aire disipa los ingredientes más ligeros y más sutiles, que producen precisamente la salubridad del agua, desviándolos hacia el cielo, y deja en las fuentes de las llanuras los elementos más pesados, más duros y más desagradables.