#InPerfecciones
¿Cómo no intentarlo, si va nuestra vida en ello?… Sí, la búsqueda de la felicidad. El primer derecho del hombre y el fin último de nuestra vida
Herminia Gisbert
www.centrosophia.com.mx Sophia escuela de sabiduría práctica
Querido Jorge:
¿Cómo no intentarlo, si va nuestra vida en ello?… Sí, la búsqueda de la felicidad. El primer derecho del hombre y el fin último de nuestra vida; aquella que considero que es la motivación esencial para vivir, el propósito fundamental de nuestra existencia, el asunto que mejor y en mayor medida nos hermana a todos los seres humanos, pues todos sin excepción anhelamos un poco más de bienestar, de paz, de prosperidad, de tranquilidad de espíritu…, de dicha. Todos, tanto si estamos inundados de la luz del día próspero, como si en la soledad de nuestra noche sin estrellas nos hallamos, necesitamos encontrar claves que nos ayuden a ser un poco más felices.
Muchos y muy grandes pensadores nos han hablado de la felicidad, y también múltiples han sido las herramientas que nos han aportado para conseguirlo. Enseñanzas prácticas y útiles avaladas por la propia experiencia y confirmadas por una vida feliz. Tal vez os preguntéis, ¿por qué yo también hablo o escribo sobre ello? Pues sencillamente os diré que porque me considero una mujer feliz y aquellos que me conocen saben que esta felicidad es una realidad vital que pueden palpar ellos mismos cuando están conmigo, y porque me pidieron que compartiera aquellos hallazgos que a lo largo de mi vida tuve en tan hermosa y satisfactoria búsqueda. Por supuesto, no puedo salvo aportar mi propio aprendizaje, que más allá de que sea mucho o poco, sí puedo decir que lo he hecho mío.
Me encantaría poder decir que la felicidad es tal o cual cosa, pero no es tan sencillo. Más bien pienso que es un conjunto de elementos armónicamente sincronizados, cuya característica común es que todos ellos dependen de uno mismo y no de factores o circunstancias externas. Y por aquí tal vez es por donde debiéramos empezar, pues muchas veces buscamos ese bienestar que nos falta fuera de nosotros mismos, con la ilusión de que si lo tuviéramos todo en la vida seriamos felices. Sintetizándolo en una frase hecha diríamos: «si tuviera salud, dinero y amor sería feliz». Sin embargo en esta misma afirmación está gran parte del sufrimiento, pues realmente ¡cuán difícil es tenerlo todo!, y más difícil todavía: cuán difícil es tenerlo todo…, para toda la vida… Sin olvidarnos las veces que hemos podido observar personas que aparentemente cubren estas tres expectativas y, sin embargo, están lejos de haber alcanzado la felicidad.
Es cierto que tal vez, en algún momento de nuestro recorrido por el sendero de la vida, hemos podido disfrutar de estos tres grandes bienes, pero, ¿cuánto tiempo han permanecido estables? ¿No es cierto que en esos fugaces instantes de felicidad en donde al alcanzarlos sientes un nudo que te atenaza el alma, porque en el fondo de tu corazón anida el temor a perderlos? Y eso, ¿no es también dolor?
Por otra parte, ya no solo intervienen en la felicidad factores propios, sino también ajenos, de aquellas personas con las que estás unido. ¿Cuántas veces las dificultades propias pesan menos que las de aquellos a quienes más amas?, amigos, hijos, padres, pareja… Y es que el Amor es así, va hilvanando con sus luminosas hebras, corazón con corazón, creando el más hermoso de los tapices, pero también el más vulnerable, pues la felicidad de las personas que amas tampoco depende de ti.
Lo mismo ocurre cuando nos van mal las cosas y pretendemos arreglar nuestras dificultades actuando desde el exterior, es decir, tratando de modificar o controlar las circunstancias, sin darnos cuenta que nuestro dominio del mundo externo es limitado por lo sujeto que está al tiempo perecedero y a los pormenores cambiantes.
Lo cierto es que la seguridad económica, la salud, la profesión, la educación, la estabilidad emocional…, o algunas otras cosas similares pueden condicionar favorablemente a la hora de alcanzar estados de bienestar y felicidad, pero pienso que esto solo no es suficiente. Se necesita algo más, algo que no dependa de la fortuna o de factores externos, algo que se encuentre al alcance de todos y que nos faculte para relacionarnos satisfactoriamente con nosotros mismos, con los que nos rodean y con la vida misma. Y pienso que esa herramienta no es otra que la mente. Es nuestro mejor instrumento de trabajo a la hora de construirnos la vida que queremos vivir, puesto que, como nos confirman los nuevos avances en neurociencias, la mente es el gran procesador de todas las circunstancias en las que nos vemos inmersos.
Sí, es la mente la que filtra todas las sensaciones provenientes de nuestros sentidos interpretando la realidad, una realidad que estará condicionada en gran medida por las características de la mente que procesa. Esto ya lo conocían los antiguos sabios cuando nos decían que en la mente están todas las claves, que pensando o actuando con una mente positiva, educada y equilibrada la felicidad nos seguiría como su inseparable compañera, y viceversa. Con una mente negativa, enjuiciadora, poco o mal educada y sujeta a prejuicios y condicionantes, lo único que podemos esperar es desgracia e infortunio. Por eso, no es menos cierto que la felicidad dependerá en gran medida de cómo interpretemos esa realidad y de la postura mental que adoptemos, incluso ante las peores adversidades de la vida.
Allan Wallace, un maestro occidental de budismo tibetano, pone un ejemplo que considero muy gráfico. Él nos propone imaginar a un hombre que va por la calle cargado de bolsas de la compra cuando, de repente, le sale alguien al paso tropezando con él y haciendo que todas sus bolsas se desparramen por el suelo con el consiguiente desastre: huevos rotos, zumo de tomate esparcido por el suelo, vidrios y líquidos derramados, etc. Inmediatamente la mente procesa tal accidente encontrándose presta para reaccionar con un insulto hacia la persona causante del suceso: «¿Estás imbécil, que no ves por dónde vas?», o,«¿Acaso estas ciego?».Y en ese momento observa que, efectivamente, la persona que acaba de chocar con él es una persona ciega que se encuentra también en el suelo en medio de líquidos, vidrios y comida desperdigada. Rápidamente la mente realiza una nueva interpretación del hecho, mucho más empática y bondadosa, reaccionando esta vez de un modo completamente diferente: «¿Se ha hecho daño?, lo siento mucho, ¿puedo ayudarle?». Así, vemos cómo en unas fracciones de segundo, esa mente puede variar su interpretación generando diferentes respuestas en relación a «su» interpretación de los hechos.
Tal vez por eso, el segundo y no menos importante requisito para hallar la felicidad es el de conocer y educar nuestra propia mente pues, ¿no es ella la que traduce en felicidad o sufrimiento las sensaciones que le vienen a través de los sentidos?, ¿no son sus hábitos y mecanismos inconscientes las que la llevan a reaccionar instintivamente, en lugar de responder con libertad y buen discernimiento?, ¿no son sus tendencias tóxicas o saludables las que la pueden llevan a interpretar la vida con una sombra de infelicidad o con un rayo luminoso de esperanza? Lo cierto es que, diariamente, nos encontramos con personas que viven en un paraíso exterior repleto de lujos y comodidades y que, sin embargo, mantienen continuas pesadillas internas; mientras que otros están rodeados de condiciones realmente adversas y, sin embargo, conservan un corazón sereno , ecuánime y pacífico en medio de las tempestades de la vida. Cuánta razón tenía el Buda cuando dijo que con nuestros pensamientos hacemos el mundo…
Por eso, deberíamos indagar en nuestra alma con la «mirada del principiante», es decir, con curiosidad e intención, acerca de cuáles son las cualidades de la verdadera felicidad y cuáles son aquellas que la dañan; qué estados mentales y emocionales saludables nos conducen a la felicidad y cuáles son los pensamientos y emociones tóxicas que la destruyen. Obviamente, una vez observado, nuestra inteligencia espiritual consistirá en cultivar las unas para que, por la ley de la inhibición en la balanza, se disuelvan las otras.
Amor, compasión, perdón, ecuanimidad, alegría empática, serenidad de espíritu, apreciación de la belleza, contemplación de la naturaleza, cultivo de la sabiduría, humildad y gratitud; considero que son los pilares esenciales de la verdadera felicidad. Realizar un acto generoso sin que nadie lo sepa, desprenderse de algo que te gusta y hacer feliz a alguien, olvidarte de ti mismo para acordarte de los demás, ayudar a alguien que lo necesita sin esperar aprobación ni reconocimiento, entender los porqués de la existencia, contemplar con arrobamiento una noche cuajada de estrellas, elevar cada mañana una plegaria de gratitud a la vida, robarle con tus actos una sonrisa a los dioses… ¿Te has dado cuenta de qué buen sabor nos deja en el alma el hacer las cosas bien por el bien en sí mismo?, ¿te has fijado en cómo duermes esa noche y en cómo te levantas por la mañana?, ¿has observado cuáles son los efectos que provocas en las personas que te rodean? Cuando consigues por algún momento rozar uno de esos estados benéficos del alma, sinceramente, ¿cuánto pagarías por quedarte así para siempre?
Sin embargo, y por el contrario, ¿has observado como la ira, la envidia, los celos, la crítica, el reproche, la obsesión, el deseo compulsivo, el apego a lo que tú quieres o deseas, el control sobre los sucesos, la fragilidad de los instantes buenos, el no poder mantener los estados que anhelas, etc., aunque tan solo sea en sus grados más ínfimos, te dejan un amargo sabor en el alma que se traduce cuanto menos en inquietud, impaciencia, resquemor, opresión en el pecho, remordimiento, sentimiento de culpa, insatisfacción…, en una palabra: infelicidad? Y así, constantemente, nos podemos ver atrapados por una pasión, capturados por un estado dañino, raptados por uno de esos enemigos internos que, agazapados en un rincón de nuestra alma, acechan constantemente para arrancarnos la paz y que, como un ladrón, nos roban el alma dejándonos en un estado lastimoso que perjudica también la felicidad de quienes nos rodean. Lo cierto es que, cuanto más nos penetran esos estados dañinos en el alma, más mezquinos, atormentados e infelices nos sentimos.
¿Es eso lo que queremos?…, tú eliges.
Y siguiendo con nuestras reflexiones, también pienso que para conquistar el preciado tesoro de la felicidad sin confundirnos y sin errar en nuestra elección de vida, es importante distinguir entre el placer y la felicidad, al igual que es necesario diferenciar entre el dolor y el sufrimiento, pues no son lo mismo.
El placer es un estado fugaz del alma asociado a una emoción efímera y vulnerable puesto que depende de las circunstancias externas y por lo tanto está esclavizado a ellas. Un rayo de sol acariciando tu rostro es muy placentero, pero conforme va pasando el tiempo empiezas a sentir como te empieza a quemar la piel y el placer se convierte al instante en dolor. Podríamos decir que el placer se consume a sí mismo en el momento que experimenta su propia autosatisfacción, dejándote un vacío en el alma.
Mientras que la felicidad considero que es un estado global de plenitud, de conexión profunda con uno mismo, de unidad de intenciones, pensamientos, deseos y actos, de armonía entre el tú y el Todo. O dicho de otra manera, es un estado de fusión entre el espíritu, la mente, el corazón y el cuerpo. Desde mi punto de vista, la vivencia continuada y estable de esta unificación genera un estado de serenidad luminosa en el que están contenidos todos los demás estados, abrazándolos como solo una madre sabe abrazar a sus hijos: dicha combinada con momentos de dolor, alegrías y risas que compensan tristezas y llantos, tiempos de bonanza alternados con tiempos de tempestad, sombras que ponen de relieve nuestras luces generando el más hermoso de los paisajes interiores, expansión y contracción de la vida misma en un ir y venir constante… y todo ello enmarcado en la maravillosa estampa de la aceptación consciente, la confianza y la gratitud…
Mientras que la infelicidad se produce cuando hay una desconexión con nosotros mismos, cuando hay lucha, desasosiego, intranquilidad, frustración, remordimiento, temor…. Cuando los distintos yoes que actúan en nuestro interior entran en desacuerdo, peleados, rivalizando o compitiendo…
Una vez más la decisión está en tus manos: tú eliges…
Y por la otra parte, si enfocamos hacia el dolor, veremos también que es consustancial a la vida, pues como ya decía el Buda, «es vehículo de la conciencia». Es la herramienta que la vida ha puesto a nuestra disposición para avisarnos que algo está funcionando mal, ya sea a nivel físico como psicológico o mental, para que de esa manera podamos poner remedio y solucionar el problema. Sin embargo, el sufrimiento es dolor añadido, pues al hecho desagradable en sí, se añade la mente que enjuicia, que compara, que rechaza, que teme o que desea que las cosas hubieran sido de otro modo. Mientras que el dolor puede llegar a convertirse en un gran Maestro de vida, el sufrimiento genera multitud de estados tóxicos, que envenenan y matan el alma.
Una vez más la decisión de abrazar o no la felicidad esta en tus manos: tú eliges.
Por eso considero que una vida feliz es fruto de una libre y acertada elección de vida, de años de entrenamiento en el desarrollo y cultivo de la mente, y de vivir cada paso del camino con total plenitud, aceptación y confianza, haciendo prevalecer el Ser por encima del tener, del estar, del hacer o del parecer.
Y aunque mucho podríamos seguir reflexionando juntos, para finalizar, tan solo deciros que estoy convencida de que la felicidad es posible, puesto que siento que es consustancial al alma humana. Es su propia naturaleza.
Yo la siento latir en todas las células de mi ser cuando naturalmente coinciden mis anhelos profundos con mi mente que interpreta, mi corazón que siente, mis palabras que expresan y mi cuerpo que ejecuta. Cuando sin darme cuenta, me encuentro haciendo aquello que considero que es mi leitmotiv. Cuando siento que paso a paso mi vida va encaminándose hacia su «legítimo propósito» o, como diría Viktor Frakl, «hacia el sentido de mi existencia» mientras cultivo en paz y armonía conmigo misma, con los demás y con la Vida, aquello que más amo: la Sabiduría del Corazón.
Dicen que no vemos las cosas tal como son, sino tal y como somos…
Dicen que aquello en lo que se cree firmemente, aunque no exista, se crea…
Dicen que nuestros actos de hoy han sido forjados en el corazón del tiempo y que nuestro mañana será lo que hoy queramos que sea…
Dicen que en el ejercicio de la sabiduría el hombre alcanza el mayor grado de felicidad y llega a rozar lo divino…
Dicen que el agradecimiento es la memoria del corazón…
Dicen que la gratitud da la felicidad y que la felicidad es gratitud.
Y yo os digo: Infinitas gracias…. Si me preguntáis ¿eres feliz? Os diré que sí… Si me preguntáis ¿siempre? Os tengo que decir …, todavía no…, pero estoy en ello.