#InPerfecciones
“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.” -Antonio Machado.
Maikel Ansted Hoffmann / @AnstedM
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EI día dos del mes de noviembre se celebra, desde hace muchísimos años en la religión cristiana y prácticamente adoptada en todas las culturas, el día de los Fieles Difuntos. Además del aspecto folklórico, que en nuestro país reviste una gran importancia pero este año no se podrá mostrar como en los otros, esto me lleva a realizar una brevísima reflexión sobre el significado mismo de la muerte.
La muerte es una parte inevitable del proceso vital, tan natural como nacer o crecer, aunque resulta mucho más difícil de afrontar. Cada persona adopta actitudes diferentes ante ella, que pueden ir desde la negación o la evitación de reflexionar sobre un hecho incuestionable, hasta la aceptación existencial. La postura individual de la persona (y de la familia) ante la idea de la muerte, fruto de sus experiencias, sus creencias religiosas y su situación concreta, influirá decisivamente en la forma de afrontar este proceso.
El hecho de la muerte y la experiencia de la libertad representan, sin duda, las máximas coordenadas del drama de la vida humana. Por ello, se han contemplado desde todas las facetas imaginables. Entre la mera fenomenología biológica y su suprema significación religiosa, la muerte ha sido, desde siempre, motivo de reflexión personal y de consecuencias sociológicas recogidas en el dispositivo jurídico de todos los tiempos y de todos los grupos humanos. En su génesis, el problema de la muerte aparece unido, desde el alborear de la Historia, con el del dolor y el sufrimiento. El sentimiento que suscita la idea de la muerte es, como en las experiencias dolorosas de malestar y repugnancia. Sin embargo, entre unas y otras se impone una clara distinción: mientras el dolor, el sufrimiento y la enfermedad son experiencias que hemos tenido y que podemos comunicar; la experiencia de lo que es el morir es intrasmisible: hablamos de ella en cuanto futura y sin haberla experimentado. Junto a esta distinción, otra: en tanto se admite que el término absoluto de la vida es la muerte, la posibilidad de evitar el dolor y las enfermedades sigue pareciendo, teóricamente al menos, como un ideal al alcance de la mano. No puede dudarse que buena parte del esfuerzo humano se viene canalizando cada vez más en este sentido.
En cualquier caso, la muerte como el dolor y el sufrimiento, escapan a cualquier intento de comprensión racional exhaustiva y constituyen como un reto frente a la radical y constitutiva condición del ser psíquico que es el hombre.
La muerte nos muestra una elocuencia irrefutable, la igualdad de todos los hombres. Horacio escribía: “Pallida mors, a quo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres” (la pálida muerte, llama lo mismo a las chozas de los pobres que a los palacios de los reyes). Nos despoja de todo a todos y nos pone de cara a la Trascendencia a solas con nuestra responsabilidad personal. A todos por igual.
Por eso se ha dicho que la muerte es maestra de la vida.
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Saludos, un abrazo virtual.
#YoMeQuedoEnCasa