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Carlos Rosas C.

carlos.rc@inperfecto.com.mx

 

Nos encontramos a escasos 2 meses de la jornada electoral del 1º de julio y si algo tenemos sobre la mesa en este momento es todo menos certeza electoral  por la profunda división que paradójicamente han fomentado las alianzas partidistas, hasta el momento las preferencias electorales han guardado una tendencia muy definida aún después del debate presidencial del pasado 22 de abril, sin embargo los coleros han ido para atrás como el abanderado del PRI que esta semana retrocedió un punto porcentual para quedar al borde del nocaut técnico aspecto que a menos que las encuestas sean una simulación descomunal -cosa que en México no suele pasar- a estas alturas del partido ni yendo a bailar a Chalma podría alcanzar ya no al primer lugar si no de menos al segundo.

 

El alarde del PRI ha sido el de haber elegido un candidato no emanado de su entraña si no más bien haberse reinventado para abanderar a un simpatizante encarnado en la persona de José Antonio Meade para enviar un mensaje novedoso y fresco, para maquillar un poquito la imagen del partido que como referente principal tiene a Enrique Peña Nieto que no solo le ha dejado una cuota de desprestigio –por decirlo gentilmente- que se suma al desprestigio –por decirlo categóricamente- con el que ya contaba el “Robolucionario institucional”.

 

Con seguridad el dato de la encuesta publicada por Reforma y Grupo Radio Centro donde López Obrador se mantiene con un 48% y Ricardo Anaya alcanzando un 30%  hizo entrar en pánico a la cúpula más rancia del PRI y cambiando el chip a modo emergencia de la manera más solemne y respetuosa aventaron del camión al señor Ochoa Reza –ahora ex presidente nacional del PRI- sin decirle desde luego que su liderazgo es todo menos eso –entre cuates hay que ser benevolentes también- y si es que se lo dijeron lo disimuló magistralmente y se guardo sus lagrimitas para ceder el cetro a René Juárez Cisneros, un priísta de esos de hueso colorado, con la actitud que todo buen priísta que se precie de ello tiene.

 

Meade Kuribreña reconoció haber tomado la decisión de jalarle la cadena al retrete de la presidencia nacional del PRI para mandar traer a Juárez Cisneros cosa que necesariamente resulta contradictorio por aquello de que José Antonio Meade se ha cansado de repetir que solamente simpatiza con el partido y lo que tengan a bien decidir es bienvenido como su candidatura. Pero lo mas trascendental es saber el motivo por el cual el abanderado priista decide poner a la cabeza del partido a un hombre como Juárez Cisneros –ex gobernador de Guerrero, ex senador y ex Subsecretario de Gobernación- que para resumir la clase de priista que es podemos recordar la frase celebre aquella de “Me van a extrañar, porque yo me baño con regadera y salpico” en referencia al dinero que repartía a la prensa de manera discrecional en siendo gobernador de Guerrero.

 

No cabe duda que las formas del priismo tienen un arraigo de lo más añejo con un tinte de mansedumbre nauseabunda porque basta ver el discurso de despedida de Ochoa Reza diciendo “con el permiso del próximo presidente de la República José Antonio Meade Kuribreña…” y posteriormente expresar su reconocimiento a lo que llamó “el primer priista de la República, el presidente patriota Enrique Peña”-no contengan las risas-. Con seguridad estamos frente a un avance mucho más agresivo del PRI, justo como están acostumbrados a desempeñarse, tan solemnes, tan revolucionarios, tan institucionales, tan… priistas.