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El Nobel de Economía para los estudios sobre prosperidad y el Estado

#InPerfecciones
Conformarse con ser espectadora y aplaudidora, condena a cualquier sociedad a que, más pronto que tarde, termine encadenada por el Leviatán, y no al revés.

 

 

Alejandro Animas Vargas / @alexanimas
animasalejandro@gmail.com

Esta semana nos hemos enterado de los ganadores del premio Nobel en las diferentes categorías. Ha llamado la atención (además de que una vez más el favorito sentimental para ganar el de literatura, Haruki Murakami, no haya sido galardonado) el hecho de que el premio de física se haya otorgado a quienes son los precursores modernos de la inteligencia artificial y llevaron a que las computadoras “piensen” como lo hace el cerebro humano, y que el de química, fuera para quienes usaron inteligencia artificial en el estudio de las proteínas.

Aunque interesante lo anterior, abordaré el trabajo de los ganadores del Nobel de economía, Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson. La obra de estos autores se ha centrado en cómo los países prosperan y qué instituciones han construído para llegar a un crecimiento económico. De los 3 libros traducidos en México, el primero de ellos, el más famoso, influyente y éxito de ventas, fue escrito hace 12 años por Acemoglu y Robinson, Por qué fracasan los países. En él, se plantean cuáles son los motivos por los cuales una nación es pobre. Existen explicaciones de que se debe al Estado ineficaz y corrupto, pero sobre todo, a una clase política que monopoliza el poder para beneficio propio. Otros expertos consideran que el aspecto geográfico es determinante o que impacta la cultura donde la gente no es propensa a buscar el desarrollo; incluso, se puede considerar que la religión opera en contra del progreso. Una explicación más es que simplemente la clase dirigente no sabe gobernar ni tiene los asesores adecuados.

Los autores toman el ejemplo de Nogales, Sonora y Nogales, Arizona: misma geografía, mismo origen cultural, pero la gente del lado de Estados Unidos es más próspera que la del lado mexicano. La respuesta hay que buscarla en las instituciones que se crearon. Mientras que el reino español se concentró en apropiarse del oro y la plata, así como en explotar a la población indígena, los ingleses que llegaron a América, arribaron a las peores tierras, que de hecho eran las únicas disponibles, y donde no había metales preciosos, ni civilizaciones poderosas. Los españoles se hicieron ricos de inmediato, y los ingleses debían trabajar para sobrevivir.  A partir de entonces, las cosas fueron en direcciones distintas: Estados Unidos firmó y obedeció una constitución que limitaba el poder político y lo equilibraba entre sí; México, y el resto de América, copiaron la constitución, pero sin obedecerla, por lo que la concentración del poder en pocos fue inevitable.

Pero lo anterior no solo es en el pasado remoto. Tuvimos las diferencias entre la alemania oriental y occidental posteriores a la Segunda Guerra Mundial, o la disímil situación entre Corea del Norte y Corea del Sur, durante la Guerra Fría, y que aún persiste hasta nuestros días. Básicamente, “para comprender la desigualdad en el mundo, tenemos que entender que algunas sociedades están organizadas de una forma muy ineficiente y socialmente indeseables”. No hay que copiar lo que se hizo bien, sino entender lo que se hizo mal. Y la clave está en el tipo de instituciones que se crean.

Los países ricos tienen instituciones económicas inclusivas que ofrecen “seguridad de la propiedad privada, un sistema jurídico imparcial y servicios públicos que proporciones igualdad…fomenten la actividad económica, el aumento de la producción y la prosperidad económica”. Por el contrario, los países pobres cuentan con instituciones económicas extractivas “que tienen como objetivo extraer rentas y riquezas de un subconjunto de la sociedad para beneficiar a un subconjunto distinti”, esto es, para provecho de una reducida élite. Y todo lo anterior se explica porque la política de cada país ha llevado a uno u otro camino.

Apenas el año pasado Acemoglu y Johnson publicaron Poder y progreso, donde el punto central es que si bien el progreso (que algunos han criticado como un concepto demasiado occidentalizado) está intimamente ligado a las transformaciones tecnológicas de cada época (el arado con caballos, la máquina de vapor, el descubrimiento de los fertilizantes, las empresas informáticas), lo que a su vez ha generado un gran crecimiento económico, lo cierto es que los beneficios de dicho crecimiento no llegaron a la gente de inmediato, sino hasta el momento en que “la ciudadanía y los trabajadores de las primeras sociedades industriales se organizaron, cuestionaron las condiciones de la élite sobre la tecnología y las condiciones laborales y forzaron la creación de nuevos mecanismos para repartir de forma más igualitaria  los beneficios derivados de la innovación”. Algo que es necesario lograr nuevamente, porque son muy pocos los que se han apropiado de los beneficios del progreso, mientras que la mayoría está excluída.

Lo anterior nos lleva a que el futuro de las naciones debe conducirse equilibrando los poderes del Estado y de la sociedad, lo que Acemoglu y Robinson llamaron El pasillo estrecho. Los autores plantean en el libro con ese nombre, que el progreso humano depende del papel y la capacidad del Estado para hacer frente a los retos, y uno de ellos es el de alcanzar la libertad. Por lo anterior, se requiere de un Estado fuerte “para controlar la violencia, hacer cumplir las leyes y proporcionar servicios públicos que son cruciales para una vida en la que las personas tienen poder para hacer elecciones y luchar por ellas. Una sociedad fuerte y movilizada es necesaria para controlar y encadenar al Estado fuerte”.

Es decir, si se deja solo al Estado, éste se convierte en el Leviatán de Hobbes, en un monstruo que se vuelve autoritario: “el despotismo tiene que ver con la incapacidad de la sociedad para influir en las políticas y actuaciones del Estado”. Por lo tanto, cuanto más poderoso y capaz sea el Leviatán, más poderosa y vigilante debe hacerse la sociedad. Conformarse con ser espectadora y aplaudidora, condena a cualquier sociedad a que, más pronto que tarde, termine encadenada por el Leviatán, y no al revés.

Está por demás decir que los tres libros aquí referidos son mucho más ricos y profundos de lo que este pequeño esbozo puede lograr. Esperemos que sean muchos los que se acerquen a estas obras, que además son de lectura fácil,  y así se enriquezca el debate público y, entre todos, encadenemos al Leviatán y construyamos las instituciones inclusivas que nos lleven al progreso colectivo.

#InPerfecto

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