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La amistad como paradigma de la ejemplaridad

#InPerfecciones
“… les lega lo único, pero más  hermoso, que posee: la imagen de su vida”  

 

 

Pablo Ricardo Rivera Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com

 

A pesar de los climas nebulosos y tormentosos en los que nos encontramos, quiero, en este artículo, compartirte una reflexión con relación a la importancia del ejemplo en las relaciones de amistad. Parece mentira, pero, ante el horroroso panorama de odio y deshonestidad, el ejemplo, en cosas tan sencillas de la vida cotidiana, puede ser herramienta clave para la construcción de un mejor mañana.

 

¿Es importante el testimonio de vida que le damos a los demás?, ¿hay algo que pueda quedarse como legado en la memoria de quienes nos tuvieron cerca? Yo creo que sí.

Una constante necesaria 

La amistad abarca todo el mundo. Desde los primeros años de maternal hasta los últimos días en  el hospital, los seres humanos se rodean de seres queridos, de personas que llevan el nombre de  “amigos”. Sin lugar a duda, la necesidad de interactuar con otros y compartir nuestra vida con ellos  reside en lo más profundo de nuestra naturaleza. 

Desde tiempos antiguos, la amistad aparece como una virtud aconsejable, digna de vivirse. Pero ¿qué la dota de abundante deleite? A lo largo de este artículo buscaré demostrar que la amistad  sintetiza el paradigma de la ejemplaridad. En la amistad, buscamos al otro porque vemos en él algo  valioso, una especie de ideal encarnado en un ente concreto. Nos movemos hacia el amigo porque  advertimos en él un prototipo ejemplar. 

Amistad y ejemplaridad 

No cabe duda de que Aristóteles presenta la amistad no sólo como un imperativo humano, sino  como una vía de acceso para la virtud. En su Nicomáquea, el Filósofo explica: «La amistad es lo  más necesario en la vida, pues sin amigos nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás  bienes» (EN, 1155a4-6). El hombre, un ser gregario, goza la compañía de los demás, sobre todo la  de aquellos con quienes comparte más semejanzas. Sin embargo, la amistad cumple otra función  vital en el esquema del Estagirita, a saber, la del perfeccionamiento del ser. Así, este tipo de  relaciones afectivas mantienen al individuo direccionado hacia su causa final (Ramírez Daza y  García, R., 2021), le permiten vivir dentro del espectro de la virtud y cohesionan todas las esferas  escindidas del ser humano. 

También, Cicerón, en su Lelio, complementa el hilo argumental del Estagirita con algunos  matices. Sostiene que la amistad –benéfica para la naturaleza misma– funge como medio íntimo  de conexión a través de la honestidad. “[S]ólo puedo exhortaros a que antepongáis la amistad a todas las cosas humanas; pues nada es tan apropiado a la naturaleza, tan conveniente a las cosas  bien favorables bien adversas” (Cicerón, Lelio, 17). Con todo, la novedad ciceroniana reside en el  calificativo moral que les adjudica a los miembros de la relación: hombres buenos y que cosechen  la virtud (Cicerón, 2020). En el mismo tenor, el autor latino promueve amistades que ejerciten la  crítica para mejora del otro. “Darle el ejemplo al otro implica también corregirlo y amonestarlo de  manera educada” (Cicerón, Lelio, 30). 

Poco tiempo después, la pluma de Séneca retomará la discusión para aseverar que la  amistad no sólo mejora al individuo, sino que lo transforma. “Me doy cuenta, Lucilio, no sólo de  que mejoro, sino de que transformo; aunque por el momento ni garantizo ya ni espero que no quede  en mí nada que deba experimentar reforma.” (Séneca, Epistulae morales, VI). Si bien el estoico no  aborda la amistad desde una perspectiva utilitarista, sí concede que ambos integrantes deben  aportarle algo de valor al otro para “construir una sola alma” (Séneca, Epistulae morales, XXXV).  De algún modo, la búsqueda por el ejemplo nace de esta argumentación. “Enséñales aquello que  la naturaleza hizo necesario y aquello que hizo superfluo, cuán suaves son las leyes que estableció,  cuán agradable es la vida” (Séneca, Epistulae morales, XLVIII). 

La amistad, pues, terminará por consolidarse como un tema predilecto para las grandes  mentes de los siglos próximos. San Agustín, por ejemplo, desarrollará la teoría del amado en el  amante en sus Confesiones. “Mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos […] porque  no muriera del todo aquel a quien había amado tanto” (San Agustín, L.IV, 6). Después, C.S. Lewis  argumentará que el anhelo –ejemplar– por la plenitud individual debe anteponerse al amigo en  tanto ente concreto y particular (C.S. Lewis, 1960: 42). 

Ahora bien, ante tales interrogantes de corte existencial, Javier Gomá desarrollará –con  brillantez– una teoría de la ejemplaridad que logre sintetizar las inquietudes de sus antepasados  con respecto al tema de la amistad. En Imitación y experiencia, Gomá explica cómo desde los  remotos inicios de la humanidad, el hombre dependía de la imitación para garantizar un progreso  social. “La mímesis preplatónica (como la de Homero) mantenía las vivas tradiciones, las  enseñanzas morales y las lecciones éticas de la paideia” (Gomá, 2003: 36). El mismo Platón,  expresaba en las Leyes: “Todo nuestro sistema político consiste en una imitación (μίμησις) de la  más hermosa y excelente vida” (Leyes, 817b). A diferencia de la opinión generalizada, Platón no  negaba categóricamente la mímesis. Prueba de ello radica en el Sofista, donde concede la posible  existencia de una imitación verdadera y racional (Sofista, 267b-d). 

Ahondar en la práctica mimética resulta menester si se desea comprender en profundidad  la propuesta filosófica de Gomá. En su teoría de la ejemplaridad, los modelos (arquetipos) morales contienen dos elementos fundantes: la acción del sujeto imitador y el ser del modelo imitado  (Gomá, 2003). Sin embargo, el autor contemporáneo se enfrenta aquí con el primer gran problema.  Los modelos morales, estéticos o sociales implican, en muchas ocasiones, universales abstractos  inalcanzables en el terreno práctico. El lenguaje, por ejemplo, no figura como un ente concreto  que brinde pruebas fehacientes de su existencia –como los eidos platónicos–. A simple vista, imitar  un modelo intangible e incognoscible mediante los sentidos conlleva colosal esfuerzo. No  obstante, Gomá advierte que, para el ámbito de la praxis, debemos deslindarnos de los universales  abstractos para emplear universales concretos. Su teoría de la ejemplaridad radica en reconciliar  la dimensión abstracta con el terreno de los entes concretos. “[E]l prototipo, aunque individual,  debe reunir cualidades que sean socialmente generalizables para que la comunidad las estime y  promueva” (Gomá, 2003: 225). 

Ahora bien, este prototipo concreto debe tener algunas características vitales para su  existencia; entre ellas, la más importante radica en la excelencia. Para Gomá: 

La idea del prototipo excelente consiste básicamente en considerar compatibles simultáneamente  en un mismo individuo los valores más estimables vigentes en una sociedad, de suerte que su  «actitud ejemplar al servicio de la pólis» puede generalizarse. (Gomá, 2003: 230). 

De esta manera, la excelencia yace en la posibilidad de encarnar los universales en un  prototipo concreto que pueda exhibirse como digno de imitación y, por ende, de ejemplaridad. Del  mismo modo, Gomá rescata dos prototipos (morales) ejemplares inmersos en el sistema  aristotélico y kantiano. Primero, en el del Estagirita resulta evidente que el modelo ejemplar no  requiere de una ley que lo regule; él mismo actúa como ley primaria. “El que es distinguido y libre  se comportará como si él mismo fuera su propia ley” (EN. IV, 14, 1128a31). En el mismo tono – refiriéndose a Kant–, el director de la Fundación March apunta: 

“En Kant, el método moral requiere la concreción sensible de un ejemplo humano que sepa respetar  las obligaciones corrientes y menores, por un lado, pero, por otro, que exprese la pureza heroica de  una ley moral universal, de tal modo que esta conjunción de lo concreto y lo universal suscite en el  oyente vivos deseos de identificación: ¿qué mejor definición del prototipo?” (Gomá, 2003: 235).

Luego, queda demostrada la noción que Gomá intenta expresar cuando se refiere a estos  prototipos morales. También, el escritor español afirma contundentemente: “El prototipo es un ser  y un deber ser al mismo tiempo” (Gomá, 2003: 237). 

Expresado lo anterior, queda de manifiesto la importancia de los prototipos en el ámbito  de la praxis; en este caso, en el terreno de la amistad. En este tipo de relaciones, existe una  ejemplaridad desbordante. El amigo entabla una relación con el otro porque algo de él le atrae: un  lejano intento de imitación. Aunado a ésto, el amigo busca que la relación perdure porque advierte algo valioso en el otro y algo valioso que, simultáneamente, florece en sí mismo. “Se puede estar  de acuerdo con Tarde cuando afirma que «allí donde existe una relación social cualquiera entre  dos seres vivos, existe siempre imitación»” (Gomá, 2003: 240). 

Finalmente, considero menester agregar que, en toda relación de amistad, existe una  donación de sentido existencial para todos los integrantes involucrados. Yo muestro mi ejemplo  frente al otro y el otro muestra su ejemplo frente a mí. Al final, ambos dan y reciben del otro. Por  tanto, como puntualiza el español: “Predicar con el ejemplo significa que el ejemplo predica, es  decir, que es el único capaz de hablar a la conciencia y al corazón con toda la elocuencia, aunque  sea un ejemplo silencioso” (Gomá, 2003: 262). 

Hablábamos de Séneca algunas páginas atrás. Él mismo –narra Tácito–, vive hasta las  últimas consecuencias la ejemplaridad que proclamó a lo largo de toda su vida: 

“Sin inmutarse, pide las tablillas de su testamento; como el centurión se las niega, se vuelve a sus  amigos y les declara que, dado que se le prohíbe agradecerles su afecto, les lega lo único, pero más  hermoso, que posee: la imagen de su vida (imaginem vitae suae)” (Tácito, Anales, XV, 62) 

En todo, ejemplo

La amistad desborda ejemplaridad. Me parece que lo antes dicho queda enteramente demostrado.  A lo largo del artículo se explicó el imperativo natural del hombre por existir rodeado de otros seres  humanos. La amistad, inherente al individuo, posee una diversidad de aristas desde los cuáles  puede estudiarse. Sin embargo, deduzco que el más evidente de todos recae en la ejemplaridad. El  amigo fiel, cercano y querido, comunica lo universal en un concreto; apela a una dimensión en la  que el ejemplo y la imagen gozan de voz propia.

Por si fuera poco, la amistad dota de sentido a los integrantes de dicha relación. La amistad,  que comúnmente se da por sentada, esconde una serie de maravillas que, sólo mediante el ojo del  avispado, resplandecen en la lejanía. 

¡Un abrazo!

#InPerfecto

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