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Cada año la población colombiana de Bahía Solano recibe a las ballenas jorobadas y a miles de turistas que experimentan la mágica sensación de contemplarlas a su paso por el Pacífico.
AP
Cada año la población colombiana de Bahía Solano recibe a las ballenas jorobadas y a miles de turistas que experimentan la mágica sensación de contemplarlas a su paso por el Pacífico.
El municipio del departamento de Chocó, ubicado a 405 kilómetros al noroeste de Bogotá, no alcanza los 10.000 habitantes, la mayoría de los cuales vive de la pesca y el ecoturismo. Para llegar allí se puede tomar un vuelo de 45 minutos desde Medellín o navegar por las aguas del Pacífico desde Buenaventura, en el Valle del Cauca, durante aproximadamente seis horas.
Entre julio y octubre el municipio se llena de turistas nacionales y extranjeros que tienen un sólo propósito: avistar a estos mamíferos marinos y admirar la destreza con la que se mueven.
Una de las principales instancias para la orientación de los visitantes es el Jardín Botánico del Pacífico, una entidad que se dedica al turismo de conservación y que lleva biólogos e investigadores hasta Bahía Solano que les hablan a los excursionistas sobre el valor y el aporte ambiental de las ballenas jorobadas.
El turismo es un motor de la economía del municipio porque sirve de sustento a artesanos, tripulaciones de lanchas, vendedores de paquetes turísticos y el comercio en general.
El biólogo Esteban Duque Mesa explicó a The Associated Press que las ballenas parten desde la Antártica, en el Polo Sur, y llegan hasta Bahía Solano para “reproducirse y dar a luz” a sus crías. “Para otras es un lugar de paso cuando van dirigiéndose a zonas mucho más al norte como Panamá, Costa Rica o Nicaragua”, aseguró el experto.
Estos mamíferos tienen un peso promedio de entre 20 y 40 toneladas, pueden llegar a medir hasta 16 metros y su desplazamiento se realiza a una velocidad aproximada de entre 5 y 8 kilómetros por hora. “Pero pueden alcanzar velocidades más altas si lo quisieran”, advirtió Duque Mesa.
Una de las riquezas ambientales que generan las ballenas jorobadas es su aporte a la cadena alimenticia en el mar Pacífico, ya que estos mamíferos realimentan las algas de las que se nutren pequeños peces y especies marinas que, a su vez, sirven de sustento para otros habitantes del mar.
“Para mí ver ballenas es como estar en un lugar sagrado. Es un tiempo reflexivo, es un ritual que me lleva a observar durante horas y horas todos los detalles para saber dónde puedo encontrarlas. Una vez estamos con ellas, percibo la sensación de inmensidad y de pequeñez… Es un momento eterno de absoluta conexión espiritual”, le dijo el biólogo a AP.
La misma percepción tiene Medardo Machuca, un indígena emberá que también es un artesano local y que ha dedicado los últimos 20 años de su vida a diseñar y elaborar pequeños peces y ballenas en madera que vende a los turistas que visitan la región.
Machuca dijo a AP que para él la llegada de las ballenas jorobadas significa también el arribo de los turistas a los que vende su arte. “Las ballenas tienen su misterio… es bonito”, sintetizó el artesano.
Aunque Machuca aseguró que en los últimos años se ha incrementado la competencia para las piezas que él realiza, diariamente puede vender cinco o seis obras. “Hacer otra cosa, no. Con esto es que yo vivo”, afirmó.
Al igual que el artesano, decenas de habitantes de Bahía Solano aprovechan el turismo para asegurarse un sustento económico, dijo a AP el capitán de lancha Luis Hernando Hurtado Ruíz, quien comanda pequeños barcos que llevan a los visitantes a avistar a las ballenas jorobadas.
“Una de las mejores experiencias la viví hace poco. Un grupo de ballenas, unas ocho, estuvieron más de una hora alrededor de nosotros, navegando debajo del bote. Hicieron unos acercamientos hermosos. Nosotros mantuvimos la distancia, que son unos 100 metros, pero ellas se nos acercaron y estuvieron prácticamente al lado”, contó el capitán.