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ELIXIR

#InPerfecciones
“La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos”. Miguel de Cervante

 

 

Pablo Ricardo Rivera Tejeda / @PabloRiveraRT
pricardo.rivera@gmail.com

 

Si bien sabes, querido lector, que uno de los temas que más me apasionan es la política, siempre he considerado de menester importancia el prestarle espacios como éste a la divulgación y promoción de la literatura. Así, al menos con los bellos mundos ficticios que podemos idealizar, seremos capaces de recibir los tan afamados resultados de la palabra escrita.

 

Por lo anterior, te comparto un texto que escribí hace un año sobre algunas reflexiones de la vida y el tiempo. Intitulo al relato: “Elixir”

 

En lo más hondo de una caverna, habitaba un anciano con el rostro de un niño. O por lo menos eso especulaban los cuchicheos en las tabernas. Se decía que había encontrado la pócima que los alquimistas, tan desesperados, habían buscado durante siglos. —¡Bebía, bebía; más joven se volvía!—cantaban los borrachos al chocar de sus tarros—¡Bebía, bebía; más arrugas debía! ¡Bebía, bebía y bebía!

Aquello era todo lo que Davet necesitaba oír. Un poco de esperanza. A su corta edad, las patas de gallo le hacían pliegues debajo de los ojos; la piel se le fundía en los huesos; manchas y verrugas, recorrían sus manos de esqueleto. En cuestión de meses, había extraviado las ganas de levantarse de la cama. Lo único que lo podía hacer sentir despierto eran los sueños. Aquellos en los que volvía al pasado añorado. Cuando era joven y feliz. 

 Tras veinticuatro horas de viaje intermitente, Davet halló la dichosa caverna. La boca negra se cerró estrepitosamente en cuanto puso un pie dentro, extinguiendo toda posibilidad de arrepentimiento. El halo rojizo de su antorcha era lo único que respetaba la oscuridad, pero no le permitía ver más allá de sus propios pasos. Era como si la gruta lo estuviera invitando a confiar en el destino. 

«¿Acaso soy un tonto por creerle?», meditó por un instante y, al fin y al cabo, siguió adelante. Pues, ¿qué otra opción tenía?

—¿Quién anda ahí?—preguntó alguien al cabo de un rato. Se trataba de una voz blanca, cuyos ecos la engrosaban a medida que trepaban las paredes abovedadas. 

 «¿Tan pronto he llegado a lo más hondo?» Le sorprendió lo rápido que podía avanzar cuando no se detenía a mirar atrás. 

—Mi nombre es Davet—respondió éste, tratando de infundir la mayor seguridad posible en su tono. 

—Davet, “el que es amado”—«¿Amado por quién?»—¿A qué has venido a mi cueva? Son pocos los que la encuentran, pero menos los que regresan con una respuesta. 

Sus enigmáticas palabras se escuchaban cada vez más cerca. 

—Quiero recuperar los buenos días que he despreciado, las lágrimas que he desperdiciado, los sentimientos que he malgastado…

—Y aún sigues suplicando—chasqueó los labios con aire burlón. 

Cuando su menuda figura emergió de la penumbra, Davet notó que meneaba la cabeza igual que un padre decepcionado. 

Una mirada pícara; una sonrisa inocente. Apenas tuvo tiempo de examinar su rostro en las llamas antes de que éste extendiera los brazos para mostrarle lo que sostenía. Dos copas de piedra; una en cada mano. 

No obstante, cuando Davet intentó asomarse para inspeccionar el contenido, él las apartó. 

—Voy a hacerte la misma pregunta que le hago a todo aquel que me ha encontrado–dijo a continuación—Y espero, ¡oh por tu futuro espero!, que no te equivoques—. Hizo una pausa para mirarlo a los ojos con una extraña condescendencia y prosiguió—En esta copa, está el elixir de la vida que con tanto anhelo deseas. En esta otra, hay un vino de lo más exquisito que alguna vez probarás. Sólo tienes que elegir, ¿cuál beberás?

Davet no tuvo que pensarlo dos veces. Estiró la mano para arrebatarle aquella que le devolvería los motivos a su vida, pero una vez más el anciano con rostro de niño retiró las copas de su alcance y dijo:

—Todos los viajeros lo han sabido antes; sería injusto para ti no conocerlo. Antes de que hagas tu elección, tengo que advertirte que una de estas copas está vacía. 

«¿Cómo?»

—Lo que escuchaste—asintió como si hubiera podido leerle la mente. 

Davet lo miró horrorizado, con ojos tristes y hundidos, patéticos; eran los ojos de un niño en el rostro de un anciano.

«Debí haberlo imaginado; no podía ser tan bueno—el desencanto le propinó a Davet un golpe de realidad—Él tan joven y tan sabio; y yo tan viejo y tan iluso.» Comenzaba a creer que siempre estaría predeterminado a tomar malas decisiones. Por un momento quiso ser él quien estuviera del otro lado, formulando el acertijo a sabiendas de la respuesta. 

Después de algunos minutos de incertidumbre, por fin, tomó su decisión. Convencido de que volvería con los años perdidos en los bolsillos, tomó la misma copa que había elegido en primera instancia. Sin embargo, cuando intentó beber, descubrió que la copa estaba amargamente vacía. 

No es de sabios buscar el tiempo que falta, sino aprovechar el restante. La vida de un hombre comienza cuando se da cuenta de que sólo tiene una. 

 

#InPerfecto

 

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