#InPerfecciones
Nunca entenderán el miedo con el que vivimos las mujeres. Nunca entenderán lo que es pasar la noche encerrada en un baño llorando y temiendo que alguien afuera de tu habitación quiera hacerte daño.
Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com
Este año me puse la meta de viajar y conocer México. Dos años de pandemia, estrés y ansiedad me mantuvieron captiva primero en casa de mis papás, donde me refugié el primer año, y después en mi departamento, donde pasé el segundo. En algún punto me di cuenta que mi mundo se había reducido a cuatro paredes y sesenta y ocho metros cuadrados.
Las cosas se fueron dando este 2022, y durante los primeros meses pude cumplir mi meta de visitar diferentes lugares. Los Cabos fue el primer lugar al que planeé intencionalmente fugarme por nueve días. Sin embargo, los siguientes fueron ya sea coincidencias cósmicas, o bien el universo sacándome a patadas de mi aburrimiento en la CDMX. En enero viajé a Aguascalientes para el retiro anual de mi equipo, en marzo me invitaron a Guadalajara a dar una conferencia por el Día Internacional de la Mujer; también en marzo volé a Mérida por un evento de mi trabajo, y en abril estuve en Torreón por la boda de una amiga de la universidad. Mi último destino fue Querétaro durante la penúltima semana de abril, a donde fui por un evento familiar y después decidí quedarme durante una semana, aprovechando que mi trabajo es remoto.
Siempre me ha gustado Querétaro. Le tengo un cariño especial porque mi tía favorita vive allá, y le guardo a la ciudad un cariño especial por los recuerdos que tengo de niña. Cada verano desde que tengo memoria, toda la familia nos íbamos a pasar una semana completa a su casa. Seguramente tener niños corriendo por todos lados era un caos para mis tías y para mi mamá, pero para nosotros era la mejor semana de las vacaciones. A pesar de ser una casa pequeña de un solo piso, de alguna manera mi tía se las ingeniaba para acomodar cuatro familias enteras bajo su techo.
Ya más grandes, a mis primas y a mi nos gustaba ir al centro a caminar, comer helado y ver niños. Este último era nuestro hobbie favorito, pues las tres teníamos el sueño inocente de un amor fugaz de verano. Entre visita y visita, el centro de Querétaro se convirtió en uno de mis lugares favoritos en México. Los contrastes que genera su iluminación cálida por la noche me hacen sentir que estoy caminando dentro de una pintura viejita. Y es que el centro mismo tiene ese aire antiguo que parece que ningún café, restaurante, o bar pueden quitarle. Recorrer las calles del centro de Querétaro es transportarse a un México de otra época.
Fue por eso que, aprovechando el viaje, decidí quedarme una semana en un hostal que encontré caminando por las calles del centro histórico. Estaba buscando un alojamiento que me permitiera quedarme con Mila, mi perrita, y no había encontrado buenas opciones de Airbnb.
Me considero muy práctica al buscar hospedaje. Mientras el lugar sea barato, tenga wifi y un espacio donde pueda trabajar agusto, no necesito más. El hostal cumplía las tres “B” que toda persona que viaja sola busca, además de que el lugar era realmente bonito, limpio, y el staff era muy amable.
Me quedé en una habitación privada por comodidad al viajar con Mila. La recámara estaba en la azotea del hostal y era perfecta, pues además tenía una terraza muy linda donde a veces los huéspedes subían a pasar el rato. Estuve tres noches muy cómoda, contenta y agradecida por disfrutar de mi sexto viaje del año.
Al cuarto día y como todas las tardes, salí a pasear con Mila por las calles del centro. Caminamos hacia el mirador donde se ven los arcos, cerca del Jardín Guerrero. De regreso sobre la calle 16 de Septiembre, Mila se detuvo a olisquear un árbol, cuando de repente se escuchó un ruido muy fuerte atravesando la calle. Una mujer abría su portón bruscamente, y de inmediato alguien la regresó tomándola del brazo y azotando de nuevo el portón. La mujer gritaba “¡Ya suéltame!, ¡ya déjame!, ¡déjame en paz!” mientras se escuchaban golpes y un hombre contestándole a gritos “¡ya cállate!”.
Me quedé helada. Volteé a mi alrededor esperando ver en las reacciones de las demás personas el mismo asombro y terror que yo sentía, pero fue más mi asombro al notar los rostros indiferentes y los oídos sordos de todas las personas que caminaban enfrente de la casa y a un lado mío. Me sentí como si fuera la única que estaba escuchando ese alboroto, como si solo estuviera sucediendo en mi imaginación. Los gritos y la pelea continuaban, y salí de mi laguna mental para tomar mi teléfono y marcar al 911. Reporté lo que estaba pasando enfrente de mí. Me preguntaron mi nombre, pero no quise compartir mi apellido. Me preguntaron si quería esperar a la patrulla, pero les dije que prefería irme y solo levantar el reporte. Me dio miedo permanecer ahí.
Caminando de regreso al hostal me sentía aturdida y desorientada, ¿qué chingados acaba de pasar? ¿por qué a nadie le importó? ¿es que pueden matarnos enfrente de la cara de las personas y a nadie le interesa? Tomé de nuevo mi teléfono y le compartí mi ubicación en tiempo real a mi familia, pues no lo había hecho en los cuatro días que llevaba ahí. De repente caí en cuenta de algo que no había pensado en todo el viaje, ni en mis viajes anteriores: soy una mujer joven viajando sola en México. Y eso me pone en una situación de vulnerabilidad. Apresuré el paso para llegar al hostal.
A las ocho de la noche tenía una llamada de zoom de mi proyecto, Diálogos En Resistencia. El tema del diálogo era Feminicidio, y hablamos acerca del feminicidio de Debhani Escobar. Terminando el diálogo, escribí mi columna de esa semana, pues debía entregarla antes de las diez. El título de mi columna fue “Las mujeres gritamos, y los hombres se tapan los oídos”, donde también abordé el tema de Debhani y la emergencia nacional que significa el feminicidio en nuestro país.
Terminando la columna, le marqué a mi mamá como todas las noches. Me contó que por la tarde, a mi hermano le dieron un cristalazo enfrente de una taquería en Coapa y se llevaron su mochila con su laptop, su cartera y algunas cosas más.
Necesitaba relajarme. Me sentía abrumada, triste, impotente, temerosa e inquieta por la serie de eventos que habían marcado las últimas horas de mi día. Vi un par de episodios de Sex And The City para calmarme un poco antes de irme a dormir, y me fui a la cama pasadas las doce y media. Había sido una noche complicada. Pero estaba por convertirse en la peor noche de mi vida.
Aproximadamente a los veinte minutos después de que apagué la luz y toda la habitación quedó a obscuras, empecé a escuchar ruidos extraños que venían de afuera de mi ventana. Al inicio creí que era el aire, o el sonido de la cortina rozando la pared, pero me puse nerviosa al ver que el foco del pasillo, que funcionaba con sensor de movimiento, se prendía y se apagaba una y otra vez.
Los ruidos continuaban y yo me sentía cada vez más tensa, cuando de repente una sospecha llegó a mi mente: ¿y si hay alguien afuera de mi cuarto? En un segundo los sonidos cobraron sentido; eran respiraciones. Había una persona en mi ventana, y no tenía idea por cuánto tiempo había estado ahí afuera. Meses atrás había vivido un episodio de hostigamiento en la calle, cuando al estar yo parada sobre la acera, un franelero que estaba cruzando la calle comenzó a masturbarse frente a mi. ¿Y si era lo mismo? ¿Si había alguien tocándose afuera de mi ventana? Y lo peor… ¿y si intenta entrar a mi cuarto?
En un movimiento involuntario me incorporé sobre la cama, y permanecí petrificada sin poder moverme, aterrada. Empecé a llorar sin hacer ruido, a hiperventilar sin poder recuperar el aire, y a temblar con la sola idea de que algo pudiera sucederme. Hacía mucho que no oraba, pero en ese momento lo hice. “Por favor, Dios, no dejes que nada me pase esta noche.”
Al cabo de unos minutos, reaccioné, y le escribí a tres amigas al mismo tiempo: “Creo que hay alguien afuera de mi cuarto. Te paso la ubicación, ¿puedes marcar y pedir que alguien suba al cuarto de la azotea? Tengo mucho miedo, ayúdame por favor.”
Tras escribirle a mis amigas, me propuse idear un plan. ¿Qué debo hacer en una situación de riesgo? ¿Cómo puedo ponerme a salvo? Hice una lista de pasos en mi cabeza, y después los escribí uno a uno en mi pierna, con la pluma que tenía en el buró junto a la cama a manera de recordatorio, como un protocolo de supervivencia.
Paso uno, no salgas de tu cuarto, pues aquí adentro estás segura. Paso dos, no te duermas. Tu meta es permanecer despierta, pues si realmente hay alguien allá afuera y quiere entrar a la habitación, tienes que estar preparada para defenderte. Paso tres, ten tu teléfono cerca. Paso cuatro, envíale actualizaciones constantes a tus amigas. Paso cinco, ten la pluma cerca. Es el único objeto que tienes que puede funcionar si necesitas usarlo contra alguien. RESISTE.
Logré levantarme de la cama con movimientos milimétricos y evitando cualquier ruido. Mi mayor miedo era que el hombre de afuera me escuchara. Tomé la pluma, mi teléfono, y a Mila, y me encerré en el baño del cuarto, que era el punto más alejado de la ventana. Dos de mis amigas se quedaron conmigo, dándome consejos, ayudándome como pudieron y sobre todo, haciéndome compañía: una de ellas hasta las dos y la otra hasta las tres de la mañana. Fue ahí cuando empezó la peor parte de mi noche, pues me quedé sola, con miedo, viendo las luces de afuera prenderse y apagarse y con el sonido extraño aún en mi ventana.
“Solo tengo que aguantar hasta las cinco. Las horas más peligrosas siempre son entre las tres y las cinco de la mañana. Si llego a esa hora, estaré bien”. Pensé hacia mis adentros. La primera hora me mantuve tranquila, usando mi celular únicamente para mandar un mensaje a mis amigas cada veinte minutos, pues tenía poca pila. Al cabo de un rato, y al ver que el reloj marcó las cuatro de la mañana, me desmoroné de nuevo. Cruzó por mi cabeza el recuerdo de Debhani, pues en las noticias habían dicho que fue a las cuatro de la mañana cuando el taxista le tomó la foto que mandó a sus amigas para después abandonarla en la carretera.
Pensé en ella, y en lo terribles que debieron ser sus últimas horas con vida. ¿Se habrá imaginado que lo serían? ¿Qué habrá pasado por su mente antes de morir? De nuevo, me encontré a mi misma rezando mientras lloraba en silencio, pidiendo por ella y por todas las mujeres que esa misma noche, a esa misma hora, estaban siendo asesinadas en México. Desesperada e impotente, me llevé las manos a la boca para no hacer ruido con mi llanto y con el temor de que un grito ahogado escapara de mi garganta.
Dieron las cinco de la mañana, y sentí un pequeño alivio; lo había logrado. No faltaba mucho para que el cielo comenzara a clarear y en el hostal empezara el movimiento de los huéspedes. Pero, ¿y ahora qué? ¿qué pasará cuando salga el sol? ¿Habrá sido cierto que había alguien afuera de mi habitación? ¿Y si lo imaginé todo?
Le dediqué un buen rato a pensar en mi siguiente movimiento, y llegué a una conclusión. No tenía idea de lo que había pasado. No sabía si realmente alguien estuvo afuera de mi cuarto. Lo que sí sabía, es que la estaba pasando muy mal en ese viaje. Todo el contexto de feminicidio en México me tenía alterada y me hacía sentir insegura y vulnerable viajando sola. Fue por eso que decidí regresarme a la ciudad de México ese mismo día.
Querides lectores. Gracias por llegar hasta este punto de mi columna. Es la pieza más larga que he escrito y me ha costado mucho revivir lo que ciertamente fue la peor noche de mi vida. Para concluir, quiero compartirles dos reflexiones con las que me quedé después de esta experiencia.
Por un lado… esta sociedad patriarcal, misógina, machista y violenta nunca entenderá el miedo con el que vivimos las mujeres. Nunca entenderán lo que es pasar la noche encerrada en un baño llorando y temiendo que alguien afuera de tu habitación quiera hacerte daño. Nunca entenderán el shock de escribir en tu pierna una serie de pasos para mantenerte viva.
En algún momento de la noche me sentí ridícula y apenada, pues probablemente todo había sido producto de mi imaginación y mi paranoia. Sin embargo, al cabo de unos minutos logré quitarme la vergüenza de encima. Me di cuenta que mi temor era válido, y la situación que está atravesando nuestro país nos tiene a muchas de nosotras con la misma angustia e inseguridad.
Por el otro lado, pensé en la importancia de nuestras redes de apoyo, pues son estas redes las que nos pueden salvar la vida en ocasiones de peligro real, y contenernos en ocasiones de vulnerabilidad. Si algo positivo rescato de esta experiencia, es el apoyo de muchas personas que estuvieron ahí al día siguiente.
Primero, mis papás. Al amanecer les marqué por teléfono y les conté todo lo que había pasado, y no recibí de ellos más que palabras de comprensión y cariño, tanto que mi papá fue a recogerme hasta Querétaro por la tarde. Segundo, mis amigas. Además de que dos de ellas me acompañaron durante la madrugada… otra, que vive en Querétaro, fue a recogerme en el hostal a la mañana siguiente y me llevó a desayunar. A Silvia, Bren y Ale, les doy todo mi agradecimiento. Y por último, a dos mujeres que me rescataron y me cuidaron todo el día: la mejor amiga de mi papá, y mi tía favorita, la que vive en Querétaro. Yhara fue por mi al hostal y me llevó a casa de mi tía, y ella me recibió con un gran plato de enchiladas rojas, un café, y me dejó quedarme con ella hasta que mi papá llegó por mí.
Sé que regresaré a Querétaro en algún momento. Siendo uno de los lugares que más me gustan, no deseo quedarme con la impresión del mal recuerdo. Quiero regresar, hospedarme en el mismo lugar y resignificar ese cuarto de hostal. Quiero seguir viajando y conociendo México. Sin embargo, acepto que no estoy en mi mejor momento y entiendo que sentirme así es válido. Tengo derecho a darme un descanso, procesar lo que pasó, crear prácticas de autocuidado, y resguardarme en los espacios en los que me siento segura. Sé que volveré a viajar. Sé que volveré a confiar y caminar el mundo sin temer mis pasos. Sé que volveré allá afuera, a descubrir nuevos lugares, vivir mi vida, y saberme libre.