Editorial

SIMPLISMO.

#InPerfecciones
“El discurso Presidencial no tiene profundidad por su contenido legal o intelectual, mucho menos por el apego constitucional al que debería atender como línea de acción fundamental”

 

 

Carlos Rosas Cancino / @CarlosRosas_C  
carlos.rc@inperfecto.com.mx

 

Al final del día, el cambio si se dio, sería ingenuo creer que las cosas no habrían de  mudarse de estadio al llegar la izquierda a la Presidencia de la República, los avisos fueron muy marcados y la lógica atendió a lo inevitable, sin embargo, el éxito de la izquierda no radicó en la receta utópica de la llegada del proletariado al poder en México; políticamente la estrategia de la izquierda ha consistido en utilizar al proletariado o al pueblo como un escalón para alcanzar un estatus ideológico, político y económico predominante donde los otrora actores de la derecha represiva y rapaz se aglutinaron para formar una fuerza política que se auto purificó y se auto proclamó como el estandarte de una nueva moralidad; el monopolio de la ultra corrección política que funge como la nueva policía ética que califica el comportamiento y la postura de ciudadanos y desde luego de políticos opositores bajo los estándares más estrictos postulados por un líder profundamente pasivo agresivo tenían que rendir frutos tarde o temprano.

 

Románticamente, el discurso nacionalista representa un arma muy poderosa para empoderar ideológicamente a ese sector de la población que la clase política ha hecho crecer exponencialmente durante décadas en México y que convirtieron en sus clientes favoritos hablándoles del regreso de su dignidad; no hay necesidad de recurrir a un profundo estudio de mercado político para descubrir que la lealtad política de los sectores más vulnerables -por muy efímera que sea- se encontrará decantada por quienes ofrecen algo a cambio de un “miserable voto” si de ello depende tener una ligera posibilidad de resolver una necesidad inmediata –hablamos de comida, medicamento o pago de algún servicio-, incluso si existe la posibilidad de que quién ofrece esas dádivas, en el frenesí del reparto se vea beneficiado en exceso ya sea por corrupto o por la conveniente falta de pericia, después de todo se ha sobrevalorado una dádiva que lleva una carga ideológica como “regresarle al pueblo lo robado” o “bienestar para el pueblo” –por ejemplo- , algo así como si fuera preferible que nos robe un político “amigo” del pueblo a que nos robe un despreciable político enemigo del pueblo aunque ese político ahora “amigo” del pueblo sea el mismo despreciable político enemigo del pueblo del pasado, la diferencia resulta nimia en el discurso pero diametralmente opuesta en términos de percepción, “este si se preocupa por nosotros” versa la cantaleta popular.

 

Por eso ha sido tan fácil para la izquierda en México polarizar y radicalizar la postura política e ideológica, desde luego que es necesario acotar a que izquierda nos referimos, porque la izquierda en México ya no es la que se encuentra impulsada por los añejos postulados marxistas o leninistas que pugnaban por la emancipación del proletariado, no, esa idea operativamente resulta muy costosa no solo en materia económica sino en materia de conciencia política, abrirle los ojos a los más desposeídos con esas “ideas” sería sumamente costoso en el mediano plazo porque el “pueblo bueno” terminaría por darse cuenta que no necesita a la clase política para gobernarse, sería el fin del negocio, no, ahora la izquierda se rige por los postulados de un líder que desconoce a esa izquierda que tiempo atrás apuntaló sus campañas, el simplismo y el infantilismo discursivo es lo de hoy, es decir, el Presidente de la República no solo se asume como el Estado, sino también como el único portavoz de una “auténtica izquierda” que paradójicamente despacha y acciona como un administrador capitalista de un Estado que continua pauperizando al país mientras receta dosis de patriotismo para mitigar el efecto negativo que puedan tener las implementaciones políticas, económicas y sociales en materia de imagen para el Presidente, es mucho más fácil ungir un becerro como la representación divina y panacea de todos los males que dotar de herramientas que le permitan transitar a la ciudadanía hacia una libertad ideológica y política que pueda prescindir de un líder con pies de barro.

 

Bajo esta lógica, vender “espejitos” o cuentas de vidrio es muy fácil, el discurso Presidencial no tiene profundidad por su contenido legal o intelectual, mucho menos por el apego constitucional al que debería atender como línea de acción fundamental, tiene profundidad por la incitación a la violencia si existe una negativa al apetito político personal del Presidente, si se trata de un descalabro electoral, la culpa es de la autoridad en esa materia que se revela como enemiga de su democracia, si se trata de un descalabro ante la Suprema Corte de Justicia, se trata de los enemigos declarados de su honestidad y si se trata de un descalabro legislativo, se trata de los traidores al pueblo, es decir, al “líder”; todos los anteriores bajo la lógica manipuladora del Presidente deben ser exhibidos y linchados públicamente por no ceñirse a los deseos de la patria personificada por el “beato” líder de la “santa transformación”, dejando en segundo plano una serie de elementos que delatan una traición consumada a la confianza depositada de quienes apoyaron un proyecto de nación que nació muerto por la falta de voluntad para cumplir a cabalidad con lo ofrecido, situación de una gravedad escandalosa por el eco que alcanza decibeles de corte fundamentalista. 

 

La tendencia de la narrativa hacia una deforme concepción de una pseudo democracia violenta en el discurso y en los actos de un Estado represor representa un retroceso lamentable para las conquistas ciudadanas que se justificarán con retórica y demagogia y que si no se detiene, terminará por aplaudir el linchamiento corporal de los críticos y los que se niegan a besarle la mano a un maniático. 

 

#InPerfecto