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Tenemos permiso de equivocarnos

#Inperfecciones
En una sociedad que le exige a las mujeres ser perfectas, no podemos pedirles que dejen de ser perfeccionistas.

 

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

 

La palabra “perfeccionista” estaba de moda cuando cursaba la universidad. Era común que las personas se describieran a sí mismas como perfeccionistas y era común que los demás lo entendiéramos como una cualidad positiva. Se podía confiar en personas así, pues es la virtud de los detallistas, apasionados y comprometidos. Al inicio me consideraba una mujer perfeccionista.

 

Unos años más tarde la tendencia cambió y empezamos a hablar del falso ideal del perfeccionismo. Se trata de la persecución de lo inalcanzable, de una sed que nunca se sacia, un vacío que nunca se llena, una meta que nunca se alcanza. El perfeccionismo es la ilusión de tener el control sobre la vida y sus resultados. Ser perfeccionista dejó de ser cool. Dejó de ser una virtud y se convirtió en una desventaja. Las personas perfeccionistas en realidad están dañadas. Fue así que dejé de describirme como tal.

 

El problema es que aunque abandoné la palabra mantuve los comportamientos. No me di cuenta hasta que una mujer cercana que admiro mucho me lo dijo. “Karla, dejas de hacer las cosas por miedo a hacerlas mal. No te das cuenta que tienes permiso de equivocarte”.

 

Esa charla me hizo pensar en cuánto odio y evito cometer errores a toda costa, pues de alguna manera aprendí a creer que mis fracasos me hacen un fracaso a mi también. Soy una mujer que conoce el éxito, y por lo tanto lo he convertido en la medida con la que evalúo mi vida. El éxito se ha vuelto la condicionante de lo que creo que valgo como persona y en la condicionante de mi amor propio. Si no soy exitosa en mi carrera, en mis relaciones, en mi familia y en mi cuerpo, no estoy completa. No soy suficiente, no merezco. Me castigo, me trato mal y me abandono.

 

Habemos personas numéricas, nerds de las métricas, los indicadores y los resultados. Nos encanta categorizar las cosas en verde, amarillo y rojo y estamos obsesionados con ponerle palomita a nuestra lista de tareas. Sabernos productivos nos hace sentirnos ganadores.

 

Esto tiene un peso especial sobre las mujeres en comparación con nuestros compañeros varones. Las mujeres estamos históricamente rezagadas, normalmente invisibilizadas y tradicionalmente rechazadas. Estamos acostumbradas a trabajar el doble por la mitad del reconocimiento. Estamos acostumbradas a los dobles estándares, a la máxima exigencia y al agotamiento perpétuo.

 

Las mujeres normalizamos tanto la exigencia de los demás que terminamos por internalizarla. Nos convertimos en nuestras propias verdugos, nuestras propias jueces y nuestras máximas inquisidoras. Caminamos el mundo con tanta desconfianza en nosotras mismas, que no nos permitimos creer que otras personas confíen en nuestras capacidades y talentos.

 

En una sociedad que le exige a las mujeres ser perfectas, no podemos pedirles que dejen de ser perfeccionistas. Al hacerlo solo estamos creando un nuevo doble estándar y una nueva hipocresía.

 

El perfeccionismo es una de las tantas heridas que el patriarcado ha dejado en nosotras, y una manera de empezar a sanarla es reconociendo que tenemos permiso de equivocarnos. No tenemos la obligación de tenerlo todo bajo control, nuestro valor como mujeres no depende de nuestros resultados y nuestros errores no nos hacen un fracaso. Tenemos permiso de tratarnos bien siempre. Tenemos derecho a querernos sin condiciones. Merecemos por el simple hecho de existir.

 

Fotografía del archivo 8M Latinoamérica

 

#InPerfecto 

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