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Mamá, papá… soy feminista.

#InPerfecciones
Evitamos el feminismo con nuestros padres porque en nosotras todavía vive esa niña que teme decepcionarlos y que se presiona por conseguir su aprobación.

 

 

Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com

 

Conozco varias mujeres que no se sienten seguras al hablar de feminismo con su familia, específicamente con mamá y papá. Tocar el tema con ellos significa un pleito seguro y un ejercicio desgastante. En mi caso, al inicio pensé que evitaba hablar de feminismo con mis papás porque no lo entendían. Pensé que no valía la pena y por ello prefería ahorrarme mis opiniones y expresarlas afuera, donde hubiera gente que sí me escuchara.

 

Con el tiempo he reflexionado que quizás la razón real de no hablar de feminismo con mi familia era el miedo de dañar la relación con mis padres al cuestionar la formación que me dieron. Y es que el feminismo nos abre un mundo nuevo, pero también tiene esa cualidad cruel de tirar los cimientos sobre los que nos formamos y desmantelar todo aquello que creímos cierto, todo aquello que normalizamos y algún día defendimos.

 

Evitamos el feminismo con nuestros padres porque en nosotras todavía vive esa niña que teme decepcionarlos y que se presiona por conseguir su aprobación. Dudamos antes de desatar conversaciones difíciles que pongan en duda los valores con los que nos criaron y todas aquellas cualidades que en algún momento de la vida nos dijeron que nos hacían buenas hijas: obedientes, tranquilitas, protectoras, femeninas.

 

Sin embargo una vez que nos adentramos en el feminismo, no hay vuelta atrás. A medida que nos cuestionamos más y más, vivimos un carrusel de emociones que nos llevan por la ira, la tristeza, la frustración y la impotencia. Las gafas moradas nos ayudan a ver con un ojo más crítico todas las acciones pequeñas que suceden ante nosotras. Esas que antes no notábamos y ahora ya no podemos tolerar.

 

Eventualmente llega el punto de quiebre y aquellas opiniones que preferíamos no compartir con nuestros papás dejan de caber en el silencio. Terminamos por expresarlas y nos asumimos orgullosamente feministas frente a nuestros padres. ¡Ojalá fuera una conversación adulta y tranquila! pero para muchas de nosotras sucede de manera hostil, poco planeada y dentro de los espacios menos propicios: una cena familiar o una reunión con las tías.

 

Como novatas en el feminismo las peleas con nuestros papás son el pan de cada día, pues todo comentario y todo “micromachismo” nos enciende la mecha y terminamos de pleito con la familia completa. Nos volvemos las locas, revoltosas y “feminazis” de todos nuestros grupos familiares de whatsapp cada vez que la tía católica o la prima provida mandan una imagen criticando el aborto, o el tío machito felicita a las mujeres el 8 de marzo.

 

Al cabo de un tiempo aprendemos a elegir nuestras batallas. Aprendemos a diferenciar entre aquellos familiares con quienes realmente queremos acercarnos y aquellos que no merecen nuestro esfuerzo. Aprendemos a rechazar discusiones con personas que solo buscan imponer su verdad sin intención de cuestionarse. Aprendemos que sentirnos incómodas en los grupos de whatsapp es motivo suficiente para salir de ellos, y está bien.

 

Quienes tenemos el privilegio de tener padres amorosos aprendemos a dialogar con ellos. Hablar de feminismo con papás que nos dieron una educación tradicional, valores religiosos y pensamientos conservadores siempre será complicado. Sin embargo, las gafas moradas también nos ayudan a comprender el contexto en que ellos mismos crecieron y ser un poco más compasivas con su manera de mirar el mundo. 

 

Hablar de feminismo con nuestros papás a veces puede ser un detonante de peleas inevitables, pero también puede ser una vía para relacionarnos mejor y una manera de mostrarnos tal cual somos con ellos. Tal vez no podamos hacerles cambiar de opinión, pero podemos empezar por animarnos a tener esas conversaciones difíciles.

 

#InPerfecta

 

Fotografía de Viridiana Gutiérrez

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