#InPerfecciones
Todas somos esa niña de diez años que se guardó el abuso que vivió por miedo a arruinarle la vida a su agresor.
Karla Soledad / @kasoledad
k28soledad@gmail.com
Superar una experiencia de agresión nos deja una cuenta costosa. De hecho, la verdad es que no existe tal cosa como la superación. Sanamos, reconciliamos, aceptamos y a veces perdonamos, pero no “superamos” un capítulo de nuestro pasado que marca el resto de nuestras vidas.
La recuperación es un proceso que nos cuesta años, pesadillas recurrentes, innumerables sesiones de terapia e incluso nos cuesta relaciones afectivas, de amistad y familiares. Nos cuesta la pérdida total de confianza en los demás y la decepción de nosotras mismas. Nos cuesta vergüenza, soledad y sobre todo, una culpa que nos persigue, nos limita y nos encarcela.
Dicen que una no experimenta en cabeza ajena, pero yo difiero. Las historias de mis hermanas me enseñan, me reflejan y me ayudan a crecer. Recuerdo la historia que me hizo reflexionar y despertar del engaño en el que viví por mucho tiempo: la mentira de que las mujeres somos, por naturaleza, protectoras.
En un evento para mujeres al que asistí en 2020, una conferencista relataba la historia de una niña a la que conoció. Después de un tiempo de sentirse acosada y hostigada por el guardia de la entrada de su escuela, quien le decía comentarios inapropiados “halagando” sus piernas constantemente, la niña se animó a contárselo a su mamá. Consternada, la mamá le preguntó por qué había esperado tanto para decírselo. La niña le contestó que le preocupaba la familia del guardia, pues al delatarlo, seguramente él perdería su trabajo y su familia se quedaría sin dinero.
La conferencista nos invitaba a reflexionar sobre la gran responsabilidad que esta niña de diez años sentía por proteger a su agresor y el gran riesgo que esta mentalidad representaba para su desarrollo. Y es que detrás de esa responsabilidad aprendida, hay una formación cultural que le enseñó a esta niña las falsas cualidades que la hacen ser mujer: las mujeres somos sensibles, perceptivas, las mujeres cuidamos, protegemos, somos incondicionales. Pero, si somos las cuidadoras del mundo, ¿quién nos protege a nosotras?
Todas somos esa niña de diez años que se guardó el abuso que vivió por miedo a arruinarle la vida a su agresor. Todas somos esa niña a la que le enseñaron que en la lista de sus prioridades, primero va su familia, sus amigos, sus maestros y al último va ella. Todas somos esa niña que siente culpa de priorizarse a ella misma.
Este fin de semana, una compañera que con valentía se decidió a publicar su historia de agresión, me hizo recordar que la culpa nunca es de la víctima, sino de la persona que decide tomar el rol del agresor. Sus palabras me inspiraron a reflexionar que debemos seguir el camino de desaprender las mentiras que nos creímos y reconocer que antes que cualquier otra persona, nosotras vamos primero. Su historia me recordó que si bien todas fuimos esa niña herida, también somos esa mujer valiente.