Editorial

CALIDAD.

#InPerfecciones
Esperar que la calidad de la política en México se eleve resulta un imposible, sobre todo si esperamos que la mejora se de en el seno de la clase política.

 

 

Carlos Rosas Cancino / @CarlosRosas_C
carlos.rc@inperfecto.com.mx

 

Traducir el nivel de la política mexicana para buscar en sus contenidos algún grado de calidad resulta un despropósito. Si tomamos al azar a cualquier integrante de la clase política –sin importar su filiación o ideología- lo más probable es que primero nos encontremos con información negativa sobre dicha figura que con información positiva, al margen del cargo que pretenda, ocupe o haya ocupado, lo cual es un indicador de que algo anda mal –por decir no decir que apesta-.

 

Si ponemos sobre la mesa el recuerdo de cualquier debate entre ex candidatos a cualquier puesto de elección, no solamente podremos reír a carcajadas por la cantidad de sandeces y gesticulaciones que se han podido apreciar en lo que tenemos a bien llamar “ejercicio democrático” entre los contendientes para llenarle el ojo a los electores, también podremos dar cuenta –si el ejercicio analítico es riguroso- que la tendencia del “exquisito” arte de debatir en México se encuentra reducido a un desenfrenado ejercicio lleno de acusaciones o descalificaciones entre los participantes, teniendo como resultado que a quién se le considera ganador no es al que mejores propuestas expone, sino al que mejor se defendió –vía la acusación o descalificación- de los señalamientos que se le hicieron durante dichos debates.

 

Pero el ejemplo de los debates es solo una de las aristas de ese gran poliedro que representa la política en México, basta con darse un tiempo y observar las sesiones en la Cámara de Diputados o Senadores para darse cuenta del “galimatías” en el que puede convertirse la simple discusión de una iniciativa en la que descalificaciones van y vienen entre las bancadas al grado de provocar verdaderos zafarranchos dignos de cualquier arena de lucha libre –incluidas las mentadas de madre-.

 

Lo interesante es que el argumento de la descalificación y las acusaciones han alcanzado a la parte alta del Ejecutivo, que, utiliza este recurso como parte de una cotidianidad discursiva que pretende apuntalar la idea de la lucha contra la corrupción. Desde luego que los ciudadanos queremos que la ley se aplique sin distingos, la corrupción debe perseguirse y castigarse con estricto apego a la ley y no de manera selectiva, señalar y perseguir a la corrupción del pasado es correcto, sin embargo, lo que también sería correcto es perseguir y castigar la corrupción del presente, negar que existe o que el 1º de diciembre de 2018 terminó es ingenuo y arrogante.

 

El Presidente pide que se difunda ampliamente el supuesto catálogo de pruebas que Emilio Lozoya tiene como salvoconducto para apuntalar su defensa, argumentando que todos tenemos derecho a enterarnos de lo que sucedió y darnos cuenta del nivel que alcanzó la corrupción en México, aunque ello vulnere la efectividad judicial de dichas pruebas, porque para el Presidente parece más importante el impacto social y político que representa la exposición de personajes que en el pasado le hicieron pasar muy malos ratos, es decir, la retribución cobra un peso más importante que la justicia.

 

La reflexión de todo el escenario es que estrictamente si de algo goza la clase política en México es de un desprestigio muy profundo sustentado no solo en la falta de resultados que han entregado las gestiones anteriores en cualquier materia, sino que parte de ese desprestigio viene de la misma clase política que se la pasa dándose de balazos en los pies en el eterno jaloneo por el poder, dejando –tristemente- como opción para elegir al “menos peor” de los posibles candidatos a cualquier puesto de elección.

 

Esperar que la calidad de la política en México se eleve resulta un imposible, sobre todo si esperamos que la mejora se de en el seno de la misma, pero esa comodidad en la que se encuentra postrada la política es resultado de una falta de exigencia en la mejora no solo del discurso sino del comportamiento de todos esos personajes que se consideran profesionales de aquella práctica.

 

Lo que viene en materia política dentro del marco de una elección intermedia será –con seguridad- un atascadero de lodo, una guerra de todos contra todos –los políticos-, una versión perfumada de un chiquero, e insisto, somos los ciudadanos los que debemos cambiar el paradigma y dejar de hacer el caldo gordo a todos esos demagogos, si el Presidente quería transformación, está bien, transformemos el paradigma y exijamos más resultados y menos saliva, más pruebas y menos especulaciones, más trabajo y menos show.

 

#InPerfecto