Arquitectura

EN BÚSQUEDA DE LOS MAESTROS MARCO VITRUVIO POLIÓN parte 22

#Arquitectura
Encontramos entre nuestros antepasados tantos y tan grandes arquitectos como hubo en Grecia; y en nuestros días contamos también con un número bastante considerable; pero son muy pocos los que han dejado por escrito sus métodos.

 

 

 

Carlos Rosas C. / @CarlosRosas_C
carlos.rc@inperfecto.com.mx

Llegamos al Libro Séptimo, Vitruvio se presenta con una extensa reflexión sobre la manera en que el estudio y la práctica de la arquitectura, apoyado en referencias históricas y autores que son dignos de mencionar, resultan vitales no solo para entender la práctica sino a manera de transmitir el conocimiento, nuestro autor se dispone a mostrarnos en este libro el tema de los “enlucidos” o acabados, que, sin duda  deben tratarse con mucho cuidado para dotar de magnificencia a toda creación que el arquitecto tenga bajo su responsabilidad. Sigan con nosotros en el especial de arquitectura “En búsqueda de los maestros” sobre los Diez Libros de Arquitectura de Marco Vitruvio Polión. 

 

LIBRO SÉPTIMO

 

INTRODUCCIÓN

Nuestros antepasados no sólo tomaron la determinación de transmitir a la posteridad sus reflexiones, de modo inteligente y práctico, mediante las propuestas de sus comentarios con el fin de que no se perdieran, sino que además los fueron engrosando en cada momento publicándolos en volúmenes antiguos, y poco a poco llegaron a alcanzar la elegancia y la perfección de la ciencia. Por ello, debemos mostrarles nuestra mayor gratitud ya que no los dejaron en el olvido, ocultándolos celosamente, sino que pusieron máximo cuidado en entregar a los siglos futuros sus propios tratados, sus propios logros en toda clase de conocimientos.

Si no hubieran actuado de esta manera nos sería totalmente imposible conocer ahora lo que sucedió en la Guerra de Troya, así como las teorías sobre la naturaleza de Tales, Demócrito, Anaxágoras, Jenófanes y otros físicos; tampoco conoceríamos los códigos morales que precisaron Sócrates, Platón, Aristóteles, Zenón, Epicuro y otros filósofos; ignoraríamos las hazañas de Creso, Alejandro, Darío y otros muchos reyes, si nuestros antepasados no hubiesen plasmado en sus comentarios los logros de toda aquella cultura, legándolos a la posteridad y a la memoria colectiva.

Sí debemos mostrar nuestra mayor gratitud a todos ellos, pero debemos censurar a quienes apropiándose de sus obras las publican como si fueran suyas, a quienes apoyándose en las investigaciones ajenas se vanaglorian profanando los escritos de otros autores con reprobable envidia: éstos merecen nuestra desaprobación y nuestra condena más severa, por su perversa manera de comportarse. La historia es testigo de que tales actitudes fueron castigadas escrupulosamente por los antiguos y nos parece pertinente expresar algunos de sus fallos, tal como nos los han transmitido.

Los reyes Atálicos, entusiasmados por el agradable placer que produce la literatura, fundaron una magnífica Biblioteca en Pérgamo, para disfrute de todo el público. Igualmente, Ptolomeo, animado por un celo similar y por un deseo apasionado, con encomiable destreza puso todo su esfuerzo en preparar y disponer otra biblioteca de características similares en Alejandría

(RECONSTRUCCIÓN DE PÉRGAMO)

 

Después de haberlo conseguido con gran diligencia, creyó que no era suficiente si no ponía todo su interés en aumentar sus volúmenes, ampliando la biblioteca con nueva simiente que se fuera propagando. Así, organizó unos juegos en honor de las Musas y de Apolo y, a imitación de los juegos atléticos, estableció premios y honores para el escritor que resultara vencedor.

(BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA)

Todo estaba dispuesto. Cuando llegó el momento del certamen literario, se eligieron unos jueces competentes para evaluar a los participantes. El rey tenía ya elegidos a seis jueces de la ciudad, pero le faltaba un séptimo juez, que fuera suficientemente idóneo; consultó con los responsables de la biblioteca y les preguntó si conocían a alguna persona preparada para este evento. 

 

Le hablaron de un tal Aristófanes, que con entusiasmo y con una puntualidad extraordinaria acudía a leer en la biblioteca, cada día, todos los libros siguiendo un orden sistemático. En la junta de los juegos se asignaron asientos reservados para cada uno de los jueces; Aristófanes fue citado junto con los otros jueces y tomó asiento donde se le había designado. 

 

En primer lugar se presentaron al certamen los poetas: comenzaron a leer en voz alta sus poemas y el pueblo en masa indicaba a los jueces, mediante señales inequívocas, los que eran de su agrado. Cuando se les pidió a cada uno de los jueces su veredicto, seis coincidieron en el fallo y otorgaron el primer premio al poeta que causó mejor impresión al pueblo, pues fue el más aplaudido; el segundo premio fue para el siguiente. Cuando se le pidió a Aristófanes su opinión ordenó que proclamaran vencedor precisamente al poeta que menos entusiasmo había causado en el pueblo.

 

La indignación del rey y de los restantes jueces fue inmediata; se levantó Aristófanes y con ruegos les suplicó que le permitieran justificar su voto. Cuando todos guardaron silencio, indicó que solamente uno de ellos era un auténtico poeta y que los demás habían plagiado sus poemas y lo que se debía juzgar no eran los poemas plagiados sino los poemas originales y auténticos. El pueblo se quedó sorprendido y el rey lleno de dudas; como Aristófanes se conocía de memoria todos los libros sacó de las estanterías un gran número de volúmenes que fue comparando con los poemas oídos y obligó a que los mismos poetas confesaran abiertamente que habían copiado sus composiciones. 

 

Mandó el rey que fueran tratados como ladrones, que recibieran su condena y los despidió de la manera más vergonzosa. Colmó de regalos a Aristófanes y lo nombró máximo responsable de la biblioteca.

 

Al cabo de unos años llegó Zoilo a Alejandría; venía de Macedonia y había adoptado como sobrenombre el de «Azote de Homero», pues así se le conocía; recitó ante el rey sus propias composiciones, que eran un alegato contra la Ilíada y la Odisea.

 

Ptolomeo, al observar que el padre de los poetas y pionero de la literatura, ya muerto, era objeto de tales injurias y que Zoilo conservaba unos poemas admirados universalmente, lleno de indignación no le dio ninguna respuesta. Como Zoilo llevaba ya en el reino largos años hundido en la miseria, le pidió al rey que le concediera alguna pensión. Cuentan que el rey contestó que si Homero, cuya muerte había sucedido hacía mil años, había alimentado a millares de personas durante muchos años, él debía procurar su propio sustento y el de otros muchos, ya que confesaba estar dotado de un talento superior. 

 

Sobre su muerte conservamos diversas versiones: parece que fue condenado por parricida; algunos aseguran que fue crucificado por orden de Filadelfo; otros, que murió lapidado en Cos, y otros aseguran que fue quemado vivo en Esmirna. Fuera cual fuese su muerte, sin duda que fue acorde a su culpabilidad, pues no se merece otra muerte quien alude a unos autores, criticándolos y censurándolos, cuando es totalmente imposible que ellos respondan justificando lo que han escrito.

 

Por mi parte, César, yo no publico estos volúmenes plagiando títulos ajenos, apropiándomelos bajo mi nombre; ni voy a censurar las ideas de ningún autor reconociéndolas como si fueran originales mías, sino que quiero mostrar mi agradecimiento sincero a todos los escritores pues, al recopilar sus extraordinarios logros a lo largo de los tiempos con habilidad y talento, nos han dejado un verdadero caudal en todos los géneros literarios, de donde, como si tomando agua de una fuente y transvasándola hacia nuestro propio proyecto, logramos unas posibilidades más elocuentes y más viables para escribir; con la confianza que nos ofrecen semejantes pensadores, nos atrevemos a desarrollar nuevos textos de arquitectura.

(TEMPLO DE DIANA EN EFESO)

Por ello, asumí los primeros pasos idóneos de quienes se adecuaban a mi proyecto y a partir de estos principios comencé a progresar por propia iniciativa. Así es; Agatarco fue el primero que ejerció como director de escena en Atenas, mientras Esquilo representaba sus tragedias, y nos dejó además un cuaderno de notas. Animados por esta iniciativa, Demócrito y Anaxágoras escribieron también sobre esta misma cuestión: la manera más conveniente de que se correspondan unas líneas imaginarias trazadas desde un centro fijado, con la proyección de los rayos visuales y con la dirección de la vista; y todo, de manera natural, con el fin de que unas imágenes insinuantes de un insinuante objeto consigan apariencia de auténticos edificios en los decorados del escenario y con el fin de que los elementos que aparecen dibujados en superficies verticales y planas, parezca como que están alejados o que están próximos.

(TEMPLO DE DIANA EN EFESO)

Poco después, Sileno publicó un volumen sobre las proporciones del orden dórico. Rheco y Teodoro escribieron sobre el templo jónico de Juno en Samos; Ctesifón y Metágenes describieron el templo jónico de Diana en Éfeso y Pithio escribió, a su vez, sobre el templo jónico de Minerva que se levanta en Priene; Ictino y Carpión escribieron sobre el templo dórico de Minerva, situado en la Acrópolis de Atenas; Teodoro de Focea describió la cúpula que hay en Delfos; Filón, sobre las proporciones de los templos y sobre el arsenal que había en el puerto del Pireo; Hermógenes publicó un volumen sobre el templo jónico pseudodíptero de Diana, que se levanta en Magnesia, y sobre un templo monóptero de Baco, en Teos; Arcesio también escribió sobre las proporciones del orden corintio y sobre el templo Jónico de Esculapio en Tralles, que, según dicen, construyó él mismo, con sus propias manos; sobre el Mausoleo escribieron Sátilo y Pithio.

(SANTUARIO DE ESCULAPIO, EPIDURO, GRECIA)

La buena suerte concedió a estos escritores un extraordinario favor, pues su trabajo logró los más cálidos elogios en todo tiempo y la más entusiasta consideración, ya que sobrepasaron las obras más sobresalientes con sus reflexiones. En efecto, cada uno de estos artistas se responsabilizó, en dura competencia, de los distintos elementos en cada una de las fachadas con el fin de embellecerlas y decorarlas, como fueron Leocares, Briaxes, Escopas y Praxíteles y -según algunos- también Timoteo. Su eminente habilidad, dentro de la especialidad propia de cada uno, hizo que el nombre del Mausoleo fuera reconocido como una de las siete maravillas del mundo.

 

Otros muchos autores, de menor renombre, escribieron también sobre las normas de la simetría, como Nexaris, Teocides, Demófilo, Pollis, Leónidas, Silanión, Melampo, Sárnaco, Eufranor. Sobre las máquinas escribieron autores como Díades, Arquitas, Arquímedes, Ctesibio, Ninfodoro, Filón de Bizancio, Dífilos, Démocles, Cáridas, Polyido, Pirros, Agesistrato. Todo lo que he considerado útil de sus comentarios para el tema que nos ocupa lo he sintetizado en un volumen, al darme cuenta que los griegos han publicado muchos más volúmenes que nuestros escritores.

En efecto, el primero que preparó la publicación de un volumen sorprendente sobre este tema fue Fuficio; Terencio Varrón, dentro de su Tratado de las Nueve Ciencias, dedicó uno a la arquitectura; P. Septimio publicó dos tratados.

 

Me da la impresión que, exceptuando estos autores, ningún otro se ha dedicado a escribir sobre arquitectura, aunque nuestros antiguos ciudadanos fueron grandes arquitectos que perfectamente pudieron recopilar sus escritos con el mismo gusto que lo hicieron los escritores griegos. En Atenas, los arquitectos Antistates, Callescro, Antimáquides y Porino construyeron los cimientos del templo que Pisístrato levantó en honor de Júpiter Olímpico; después de la muerte de Pisístrato abandonaron su construcción ya comenzada debido a una prohibición sancionada por la República. 

(TEMPLO A JÚPITER OLÍMPICO)

Aproximadamente unos cuatrocientos años después, el rey Antíoco prometió hacerse cargo de los costes de esta obra y un ciudadano romano, el arquitecto Cosucio, de manera muy digna y con gran destreza y conocimientos aumentó las dimensiones de la nave, colocó dos series de columnas alrededor con un arquitrabe y el resto de elementos ornamentales, y todo con admirable simetría. Esta obra alcanzó la fama por su suntuosidad y fue admirada no sólo por el pueblo en general sino también por los entendidos.

 

Solamente hay cuatro lugares que poseen templos levantados y adornados con mármol; templos que son famosos y reconocidos con el nombre de sus propios lugares; su aspecto excelente y la magnificencia de su diseño provocan la admiración, al celebrar los ritos de culto a los dioses. En primer lugar, el templo de Diana en Éfeso, de estilo jónico, empezado por Quesifonte de Cnosos y por su hijo Metágenes; según dicen, lo concluyeron Demetrio, portero del mismo templo, y Peonio de Éfeso. En segundo lugar, el templo de Apolo en Mileto, también de estilo jónico, construido por el mismo Peonio y por Dafnis de Mileto. En Eleusis se halla el tercer templo y es el dedicado a Ceres y a Proserpina, cuya nave de enormes proporciones levantó Ictino, en estilo dórico, sin columnas exteriores, suficientemente espacioso para realizar sacrificios.

 

Posteriormente, cuando Demetrio de Falera se hizo dueño de Atenas, Filón lo transformó en próstilo, levantando unas columnas en la fachada, delante del templo; aumentó las dimensiones del vestíbulo, dejando un cómodo espacio para los iniciados, y añadió un prestigio extraordinario a todo el edificio. El cuarto templo es el que levantó en Atenas el arquitecto Cosucio, dedicado a Júpiter Olímpico, con la simetría y las proporciones del estilo corintio, de grandes dimensiones, como hemos dicho en líneas anteriores. 

 

No nos queda ningún comentario de Cosucio ni tampoco de C. Mucio, quien, dotado de profundos conocimientos, acabó de construir el templo del Honor y de la Virtud en el monumento de Mario; obedeciendo las normas auténticas del arte, fijó la proporción de la nave, de las columnas y de los arquitrabes. Si el templo hubiera sido de mármol, con esa elegancia sutil que proporciona el arte y con esa belleza que facilita la suntuosidad y los elevados presupuestos, sin duda que estaría en la lista de las más importantes y prestigiosas obras.

 

En conclusión, encontramos entre nuestros antepasados tantos y tan grandes arquitectos como hubo en Grecia; y en nuestros días contamos también con un número bastante considerable; pero son muy pocos los que han dejado por escrito sus métodos; en mi opinión, yo no debo silenciar mis conocimientos sino expresarlos ordenadamente, en cada volumen un tema concreto. Y ya que he descrito en el sexto volumen la disposición de los edificios privados, en este séptimo volumen trataré sobre los enlucidos y la manera de que adquieran elegancia y solidez.

 

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