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El Kybalión, los misterios herméticos

#InPerfecciones
Todo aquel que decide emprender la aventura de la búsqueda del conocimiento, más tarde o más temprano, puede encontrar un libro que, a modo de mapa, le oriente a contemplar la existencia con una mirada más profunda.

 

 

Catalina Simonet, profesora del Centro Sophia

Todo aquel que decide emprender la aventura de la búsqueda del conocimiento, más tarde o más temprano, puede encontrar un libro que, a modo de mapa, le oriente a contemplar la existencia con una mirada más profunda. Bien podría ser este libro  El Kybalión.

Para acercarnos a esta obra tendríamos que ubicarla primero dentro de un  contexto, el de la sabiduría hermética, y eso nos conducirá inevitablemente al Egipto predinástico donde, según la tradición, el dios Thot sistematizó y transmitió un legado de sabiduría para su pueblo. A lo largo de los siguientes siglos, dicho conocimiento encumbró al país de las pirámides, Kemet, como una de las civilizaciones más relevantes que la humanidad ha podido contemplar. Y  precisamente, dicho esplendor se atribuyó a su sapiencia, que se aplicó con esmero en una sociedad que supo prolongarse a lo largo de más de 4000 años.

Dicho conocimiento se enseñaba en las Casas de la Vida, centros iniciáticos de formación vivencial, pues para ellos era impensable la dicotomía que existe en nuestra sociedad actual entre teoría y praxis. La sabiduría como tal,  no sólo es conocimiento práctico sino que además, provoca una auténtica revolución interior, una transformación que se manifiesta en todos los aspectos de la vida. Es lógico, pues, que reservaran estas enseñanzas no sólo a aquellos oídos capaces de captar y aplicar dicho saber, sino que además no fueran a hacer mal uso de él.

Con el paso del tiempo, cuando Egipto ya iniciaba su ocaso durante la época griega regida por las dinastías ptolemaicas, el paulatino declive de las instituciones que había existido durante generaciones, condujo a una situación en que dicho conocimiento se veló para poder mantenerse a salvo de miradas profanas. Con este fin, textos que salieron a la luz fueron despojados del significado más profundo y presentados en una versión menos hierática y más filosófica.

El término hermetismo proviene del dios Hermes Trimegisto, en referencia al nombre griego de Thot, transmisor de dichas enseñanzas. Alejandría, la ciudad situada en el delta del Nilo, fue la cuna de este movimiento. Su afamada biblioteca albergó durante su apogeo, en los siglos I y II d.C.,  hasta 700.000 libros y reunió a sabios y estudiosos de la época en un sincretismo de culturas y pueblos sin igual en todo el orbe mediterráneo.

 

Durante la Edad Media que aconteció después y que tuvo que prolongarse cerca de diez siglos, esos textos, así como todo impulso de conocimiento, estuvieron prohibidos y perseguidos por lo que tuvieron que permanecer ocultos. Al final de esta triste etapa de la historia tuvo lugar el inicio del Renacimiento, en el siglo XV, cuando Cosme de Médici encargó por primera vez la traducción de catorce tratados griegos herméticos para que Occidente tuviera acceso a ellos, desvelando así un conocimiento dormido durante siglos.

El Kybalión, siendo un tratado hermético, curiosamente está escrito a principios del siglo XX por tres autores anónimos que firman como  «Tres Iniciados», aunque se reconocen como estudiantes de la doctrina secreta que muy probablemente estaban en contacto o participaban de la Sociedad Teosófica.

El propósito del texto es resumir en siete axiomas las leyes que rigen el Cosmos en todos sus aspectos y, por ende, aquellas que también afectan directamente al ser humano. De algún modo, el primero es la base sobre la cual los seis restantes amplían con diferentes matices este principio de mentalismo. Dice así:

El todo es mente. El universo es mental.

Pretende explicar que el mundo es lo que crees que es. Cada ser humano se forja su propia realidad en función de la visión que tiene de sí mismo y de la vida. Desde que nacemos, los padres y educadores nos presentan la existencia tal como ellos la conciben, integrándonos en un paradigma o modelo de sociedad que presenta la realidad según unos valores determinados, que hacemos nuestros. Queramos o no, estamos condicionados por un entorno social que ejerce gran influencia en nuestras opiniones, pensamientos, emociones y acciones a lo largo de nuestro devenir.

Todos los seres vivimos en nuestra propia casa mental. Las que son similares en muchos aspectos forman parte de una «membrecía», como diría Carlos Castaneda. La membrecía es la descripción del mundo al que pertenecemos y con el cual nos identificamos. Tal vez por eso somos predecibles, porque actuamos según unos patrones limitados a nuestra particular visión. Por ejemplo, en nuestra sociedad actual la posición económica tiene un peso primordial alrededor del cual giran aspectos como el trabajo, las relaciones humanas o las costumbres sociales. Por poner un ejemplo diferente, una cultura como la de los pieles rojas concebía al planeta como un ser vivo al que había que proteger y mantener, y esa idea, en consecuencia, se reflejaba en todos los aspectos de su vida, tradiciones y costumbres.

Que haya paradigmas es inevitable y necesario a la condición humana; la cuestión estriba en que hay descripciones más completas que otras. Siguiendo con el ejemplo anterior, nuestro paradigma mecanicista consideró a la Tierra como materia inerte, susceptible de ser explotada y contaminada, sirviéndonos de ella para abastecer las necesidades de nuestra sociedad. Ahora estamos siendo conscientes de los daños irreversibles que ha conllevado dicha mentalidad.

Al fin y al cabo la vida se podría resumir en una cuestión de creencias: si tú crees que la naturaleza está viva, la protegerás y respetarás; si no lo crees, nada te impide explotarla… y así podríamos seguir con todas las cuestiones humanas.

El mensaje general que propone el Kybalión es que los pensamientos que conforman nuestro universo mental no son gratuitos y conllevan repercusiones y consecuencias en todos los actos de nuestra vida. Es por ello que deberíamos priorizar el cuidado de nuestra mente, librándola de esos «baobabs» de los que nos hablaba El Principito, esas ideas negativas que no arrancadas a tiempo podrían destruir nuestro planeta, nuestra identidad… Que la lectura de este libro hermético sirva de inspiración y motivación para, cada vez más, favorecer que nuestros pensamientos nos conduzcan hacia una visión de la vida más luminosa y elevada que se traduzca en plenitud interior.

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