#InPerfecciones
Oriente y Occidente… Al pensar en estas dos ubicaciones en el planisferio no sólo nos referimos a un lugar geográfico, sino a una forma de ver la vida.
Catalina Simonet, profesora del Centro de Estudios Sophia
editorial@inperfecto.com.mx
Oriente y Occidente… Al pensar en estas dos ubicaciones en el planisferio no sólo nos referimos a un lugar geográfico, sino a una forma de ver la vida; y es que la posición desde la que observamos lo que ocurre a nuestro alrededor sí que es importante. Cuando asistimos a un teatro preferimos estar en una buena situación estratégica para tener una buena visión del escenario; en caso contrario puede ocurrir que nos perdamos parte de la acción e incluso, si estamos muy lejos, no observemos los detalles del movimiento. Como en el teatro de la vida, somos protagonistas y a la vez espectadores de múltiples representaciones en las que a veces tenemos que intervenir, mientras que en otras preferimos observar con prudente distancia. Puede que también, en ocasiones, seamos los protagonistas de una historia que es observada por un público numeroso… De cualquier modo, es importante la manera en que vemos y valoramos el mundo, pues de ello surge nuestra escala de valores y el conjunto de nuestra vida en lo que atañe a pensamientos, emociones y acciones. Como decía Gandhi,
«Vigila tus pensamientos,
porque se convierten en palabras.
Vigila tus palabras,
porque se convierten en actos.
Vigila tus actos,
porque se convierten en hábitos.
Vigila tus hábitos,
porque se convierten en carácter.
Vigila tu carácter,
porque se convierte en tu destino.»
Nuestras creencias surgen del paradigma o modelo cultural en el que nos hemos educado. En la sociedad actual se ha sobrevalorado una visión mecanicista del mundo que marca el acento en el aspecto materialista del «tanto tienes, tanto vales». Se ha confundido el tener cubiertas las necesidades físicas, «externas», con la felicidad, dejando de lado aquellas más «internas», relacionadas con una auténtica vocación o con los anhelos del alma. Estas necesidades son, en definitiva, un reflejo de aquello con lo que queremos contribuir al mundo a través de nuestra acción útil y desinteresada. Es por ello que ahora está en boca de todos el gastado tema de la «crisis», que afecta a la superestructura social basada en el consumismo desaforado, que crea en la sociedad la necesidad de tener cada vez más para sentirse mejor y parte del progreso. ¿Y qué ocurre con las necesidades del corazón, del mundo interior, aquel que constituye nuestra identidad, más allá del cuerpo, así como nuestras emociones y pensamientos, que no son más que expresiones del ser verdadero, que mora silencioso pero siempre está presente?
Una máxima taoísta nos da una pista al respecto: «la mayoría de las personas están vacías y se sienten mal porque usan las cosas para deleitar sus corazones, en lugar de usar su corazón para disfrutar de las cosas».
Nuestro paradigma materialista nos ha enseñado que deben saltar las «alarmas» cuando tenemos una enfermedad, cuando nos cortan la luz o nos quedamos sin trabajo, pues es un sistema que nos ha educado para sensibilizarnos con las necesidades más pragmáticas, inhibiendo otras que también son vitales. Por ejemplo, dentro de una cosmovisión que otorga más importancia al cultivo nuestra interioridad, lo más importante es encontrar el sentido de la vida y el vivir acorde con él; todo lo demás está siempre en función de esa prioridad: ser nosotros mismos. Pero en Occidente, muchas personas ven aproximarse el «último acto» de su obra y se dan cuenta de que no saben por qué han vivido, y desconocen el sentido de su existencia. Al respecto, nos recuerda el poeta: «No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas». Mientras en Occidente centrábamos toda la energía en conquistar la naturaleza y dominarla para nuestro beneficio, en Oriente se puso el énfasis en conquistar el ser interior a través de diferentes técnicas de autoconocimiento y dominio del propio «centro» con cierta indiferencia del progreso técnico material. ¿Por qué no unir lo mejor de ambos paradigmas, tratando de incorporar en cada momento, según las propias necesidades, una visión que nos ayude a estar más equilibrados en nuestro viaje interior y exterior?
En Occidente contamos con el extraordinario legado del Humanismo, contribución del espíritu humano a la libertad individual. El hombre, a partir de este pensamiento renacentista, recuperó su dignidad y su posición como centro del universo; asimismo, la educación se revalorizó como medio para moldear al carácter humano. Oriente, por otro lado, nos aporta su sentimiento sincero de unión con la naturaleza, de la que los seres humanos somos parte intrínseca y gracias a la cual existimos. Todo lo que ella nos brinda inspira un perfume de pertenencia a ese inmenso entramado que llamamos vida. No existen las cosas y los seres como entes aislados y solitarios, sino un holos, un sentimiento de totalidad que nos unifica con todo lo viviente, con todas las criaturas que se mueven al son de una armonía cíclica y ordenada que tiende a una constante evolución. De estas leyes, es el Tao el que expresa el concepto del cambio. Lo único que permanece inmutable es el propio cambio. Crear va unido a destruir el estado anterior del cual surgirá este nuevo momento. Saber eso nos ayuda a no aferrarnos a nada y a observar la transitoriedad de todo en nuestras vidas, como nos lo dice una máxima zen: «Vivir el momento presente, el aquí y el ahora. Hacer de cada instante una eternidad». El momento más importante en nuestras vidas es ahora: el pasado no lo puedes cambiar, y el futuro lo estás construyendo en este momento, así que sólo puedes vivir de verdad cuando pones todo tu ser en lo que estás haciendo a cada minuto.
Pero, ¿qué nos impide vivir con esta actitud? Nuestra mente dual, que tiende a estar en el pasado o en el futuro, opinando, elucubrando un sinfín de pensamientos teñidos de emociones que nos complican la vida, generando conflictos innecesarios. Para controlar esta mente impetuosa, el yoga propone reunificarnos con nuestro ser interior equilibrando nuestros pensamientos y elevándolos para que sean más sanos, armónicos y fructíferos. En el hinduismo y el budismo se practica la meditación, ciencia que va enfocada a separar los pensamientos del pensador, es decir, de nosotros mismos. Como bien se dice en el budismo, contamos con seis sentidos de percepción; el sexto de ellos es la mente, pues constituye una vía de percepción de la realidad. Según la desarrollemos será objetiva o subjetiva, en cuyo caso nos transmitirá una visión deformada e irreal de lo observado, alejándonos más todavía de lo real en vez de ayudarnos a conocer. La mente es susceptible de transformación, como cualquier sentido. Por ejemplo, trabajar el oído nos permite reconocer los sonidos de forma cada vez más específica y sutil. De igual modo, sensibilizar la mente nos provocaría una revolución interior, un cambio en la visión de la vida. Si conseguimos «parar» la mente, podremos crear el vacío del Tao en nuestro interior. Pues, como nos sugiere la doctrina taoísta, la utilidad del recipiente está en el vacío. Si el ser humano está lleno de prejuicios, ideas falsas provenientes de una mente altamente subjetiva, no tiene espacio en su interior para captar una realidad más nítida y plena. Permitamos, pues, que nuestro ser esté receptivo frente a nuevas experiencias; abramos las ventanas y las puertas de nuestra casa para que penetre la luz de una visión menos personal y limitada, dejemos que acudan nuevos invitados a visitarnos para que nos enriquezcamos con nuevos conocimientos que nos aporten mayor sabiduría. Que estas breves pinceladas os inspiren a la aventura del conocimiento, para que vuestra vida sea extraordinaria. ¡Vale la pena!