#Cultura
HOY 18 DE FEBRERO VAMOS A CONTINUAR CON ESTE INTERESANTÍSIMO RELATO, HISTORIA, LEYENDA O QUIZAS VERDAD DE LA HISTORIA DE MIXTLI (NUBE OSCURA).
Raúl González
raul.glz@inperfecto.com.mx
MAH CUALLI TONALLI (buenos días)
HOY 18 DE FEBRERO VAMOS A CONTINUAR CON ESTE INTERESANTÍSIMO RELATO, HISTORIA, LEYENDA O QUIZAS VERDAD DE LA HISTORIA DE MIXTLI (NUBE OSCURA).
-¡abre bien los ojos ahora, hijo Mixtli!, gritó mi padre desde su lugar en los remos.
Como si flor del atardecer hubiera dado una señal, una segunda luz apareció, ésta a un nivel muy por debajo de la línea dentada de las negras montañas. Entonces llegó otro punto de luz, y otros y otros veinte de veinte más. Así vi TENOCHTITLÁN por primera vez en mi vida: no como una ciudad de torres de piedra, de ricos enmaderados y pinturas brillantes, sino como una ciudad de luz. Según se iba encendiendo las lámparas, linternas, velas y antorchas, por las aberturas de las ventanas, en las calles, a lo largo de los canales, en las terrazas, cornisas y tejados de los edificios, los puntitos separados de luz se hicieron grupos, los grupos se mesclaron para formar líneas de luz y las líneas de luz dibujaron los contornos de la ciudad.
Los edificios en sí, desde esa distancia, estaban oscuros y sus contornos borrosos, pero las luces, ¡ayyo, las luces! Amarillas, blancas, rojas, jácinth, en todos los colores variados del fuego y aquí y allá una verde o azul, en donde el fuego del altar de algún templo había sido rociado con sal o con filigranas de cobre. Cada uno de esos grupitos y bandas de luz como cuentas relucientes, brillaban dos veces pues cada una tenía su reflejo brillante en el lago. Aun las calzadas elevadas y empedradas que salta entre la isla y tierra firme, aun éstas, portaban linternas en palos a intervalos en toda su extensión, a través del agua. Desde nuestro acali ver solamente las dos calzadas que salían de la ciudad hacia el norte y hacia el sur, pero cada una parecía ser una brillante y delgada cadena de joyas a través del cuello de la noche, un espléndido pendiente de brillante joyería en el seno de la noche.
-México-Tenochtitlan, Cem Anáhuac Tlali Yoloco -murmuro mi padre-. Es real mente el corazón y el Centro del único Mundo.-
Yo había estado tan transportado por el encanto, que no me había dado cuenta de que estaba a mi lado. – mira todo lo que puedas, hijo Mixtli. Tú puedes ver esta maravilla y muchas otras más de una vez.-
Sin parpadear o mover los ojos del esplendor al que nos acercábamos con demasiada lentitud, me recosté sobre una esterilla de fibra y miré y miré hasta que, me avergüenza decirlo, mis párpados se cerraron por sí solos y me quede dormido. No tengo ni una noción en mi memoria del ruido considerable, de la conmoción y del bullicio que debió de producirse cuando desembarcamos, ni recuerdo cuando mi padre me cargó hasta una cercana posada para barqueros, donde pasamos la noche.
Desperté en un jergón en el piso de un cuarto común, donde mi padre y otros y otros pocos hombres más, estaban todavía acostados roncando en sus jergones. Al darme cuenta que estábamos en una posada y de dónde estaba la posada, brinqué para asomarme por la abertura de la ventana, y por un momento me sentí mareado al ver la altura sobre el empedrado. Era la primera vez que estaba dentro de un edificio que estaba por encima de otro. Yo pensé que era así hasta que mi padre me enseñó más tarde, desde afuera, que nuestro cuarto estaba en el piso superior de la posada.
Dirigí mis ojos hacia la ciudad que estaba más allá de la zona de los muelles. Brillaba, pulsaba, resplandecía de blanco a la luz temprana del sol. Eso hizo que me sintiera orgulloso de mi isla natal, porque los edificios que no habían sido construidos con la blanca piedra caliza estaban aplanados con el yeso blanco, y yo sabía que la mayor parte de aquel material llegaba de Xaltocan. Aunque los edificios estaban adornados con frescos, franjas y paneles con pinturas de vívidos colores y mosaicos, el efecto dominante era el de una ciudad tan blanca que casi parecía plateada y tan resplandeciente que casi lastimaba mis ojos.
En esos momentos, las luces de la noche anterior ya estaban totalmente extinguidas y sólo desde alguna parte el fuego quieto de un templo enviaba una cinta de humo hacia el cielo. Entonces vi una nueva maravilla: en la cumbre de cada azotea, de cada templo, de cada palacio de la ciudad, de cada una de las partes más sobresalientemente altas, se proyectaba un asta y en cada una flotaba un estandarte. Éstos no eran cuadrados, triangulares o rectangulares como las insignias de batalla; eran mucho más largos y anchos. Totalmente blancos excepto por la insignia de colores que portaban. Algunas de éstas las puede reconocer, como la de la ciudad, la del venerado Orador Axayácatl, la de algunos dioses; pero otras no me eran familiares, deberían de ser las insignias de los nobles locales, y de los dioses particulares de la ciudad.
Las banderas de sus hombres blancos son siempre pedazos de tela, muy a menudo con blasones muy elaborados, pero que no dejan de ser simples hilachos que cuelgan flojamente de sus astas, o tremolean y chasquean al viento como la ropa lavada por una mujer rústica y tendida a secar sobre las espinas de los cactos. Por contraste, estas banderolas increíblemente largas de Tenochtitlan estaban entretejidas con plumas, plumas a las que se les habían quitado los cañones y solamente se había utilizado para el tejido la parte más suave de ellas. No estaban ni pintadas ni teñidas. Las banderas estaban tejidas intrincadamente con plumas de colores naturales: de garzas blancas para la parte del fondo de las banderas, y para los diseños de las insignias los variados tonos de rojo de las guacamayas, cardenales y papagayos, los diversos azules de los grajos y las garzas, los amarillos de tucanes y de las tángaras. Ayyo, ustedes oyen la verdad, beso la tierra, habían allí todos los colores e iridiscencias que solamente se pueden encontrar en la naturaleza viva y no en las mezclas de pinturas que hacen los hombres.
Teniendo la osadía de apoyarme demasiado peligrosamente afuera de la ventana, podía ver a lo lejos, por el sudeste, los picos de los volcanes llamados POPOCATÉPETL e IZTACCÍHUATL, la montaña del Incienso Ardiendo y la montaña de la mujer blanca. A pesar de que ya estábamos en la estación seca y los días eran calurosos, las dos montañas estaban coronadas de nieve, la primera que veía en mi vida, y el candente incienso que se hallaba en las profundidades del POPOCATÉPETL producía un penacho de humo azul que flotaba sobre su cumbre, tan perezosamente como las banderolas flotaban sobre TENOCHTITLÁN. Desde la ventana insté a mi padre para que se levantara. Debía de estar cansado y deseoso de dormir más, pero se levantó sin ninguna queja, con una sonrisa de comprensión hacia mi deseo de salir…
Y BUENO ESTE FUE UN PEQUEÑO FRAGMENTON DEL LIBRO “AZTECA”.
LA HISTORIA DE UN AZTECA “MIXTLI” (NUBE OSCURA).
USTEDES COMO SE IMAGINAN A LA GRAN TENOCHTITLÁ EN ESE TIEMPO PREHISPÁNICICO…
SI A LOS INVASORES HISPANOS LOS IMPACTO ENORMEMENTE…
El asombro de los conquistadores al entrar en México-Tenochtitlan
Texto original con ortografía de la época:
Luego otro día de mañana partimos de Iztapalapa muy acompañados de aquellos grandes caciques que atrás he dicho. íbamos por nuestra calzada delante, la cual es ancha de ocho pasos, y va tan derecha a la ciudad de México, que me parece que no se tuerce poco ni mucho; e puesto que es bien ancha, toda iba llena de aquellas gentes, que no cabían, unos que entraban en México y otros que salían, que nos venían a ver, que no nos podíamos rodear de tantos como vinieron, porque estaban llenas las torres y cues y en las canoas y de todas partes de la laguna; y no era cosa de maravillar, porque jamás habían visto caballos ni hombres como nosotros. Y de que vimos cosas tan admirables, no sabíamos qué nos decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, e veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchas puentes de trecho a trecho, y por delante estaba la gran ciudad de México, y nosotros aun no llegábamos a cuatrocientos cincuenta soldados, y teníamos muy bien en la memoria las pláticas e avisos que nos dieron los de Guaxocingo e Tlascala y Tamanalco, y con otros muchos consejos que nos habían dado para que nos guardásemos de entrar en México, que nos habían de matar cuando dentro nos tuviesen. Miren los curiosos lectores esto que escribo, si había bien que ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?
FUENTE: FUENTES HISTÓRICAS
HASTA LA PRÓXIMA!!!!!!