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Salud mental, entre el bienestar y el malestar.

#Sexualidad
La salud mental da estabilidad en la persona, y es importante saber que se puede encontrar ayuda de diferentes formas para actuar correctamente.

 

 

Sandra  Álvarez / aa_cecilia@hotmail.com
César Valencia / cvalencia83@live.com.mx

 

En la década de los 90s la Federación Mundial para la Salud Mental propuso el mes de octubre como un espacio para realizar diversas actividades de reflexión, difusión y educación relacionadas con temas propios de la salud mental. En distintas partes del mundo, los organismos sanitarios llevan a cabo campañas dirigidas a visibilizar y concientizar a la población acerca de los efectos que tienen los padecimientos mentales así como su prevención.

La salud mental fue tema interés para las organizaciones sanitarias nacionales e internacionales a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Las primeras  acciones fueron diagnósticos y estadísticas acerca de cómo era abordada la locura en manicomios y asilos. Así se impulsaron cambios en los modelos de atención para trastornos como la esquizofrenia, la oligofrenia, las psicosis o el alcoholismo. Se planteó la descentralización de los servicios psiquiátricos mediante la creación de centros de atención más pequeños y en vínculo más estrecho con la comunidad. Como ejemplo de ello encontramos el cierre del Manicomio General “La Castañeda” en el año 1967 y la posterior puesta en marcha de pequeñas comunidades a lo largo del país que posibilitaban la atención de las personas sin tener que trasladarse hasta la capital del país, siendo su principal característica privilegiar el tratamiento ambulatorio (consulta externa) sobre el internamiento.

Uno de los movimientos que influyó en los cambios anteriores fue la llamada Reforma Psiquiátrica. Ésta consiste en colocar  la atención comunitaria como el eje que orientador en el tratamiento de la locura, donde el manicomio seguirá existiendo pero se reformaría de tal modo que la asistencia se brinde de una forma humanitaria con el objetivo de reintegrar a las personas a su entorno social. La alusión a lo “humanitario” está relacionada con la profunda crítica que se hacía al modelo asilar, caracterizado por el control y aislamiento de los enfermos, emitida por clínicos como David Cooper en Inglaterra, Franco Basaglia con la Antipsiquiatría en Italia o Jean Oury con la Psicoterapia institucional en Francia. Estos tres autores coinciden en que los manicomios estaban inmersos en una dinámica de poder hacia los internos, en los cuales el maltrato, aislamiento y la violencia eran inherentes a la forma de trabajo en los mismos.

Desde entonces la tendencia ha sido el cierre de manicomios y el paso a hospitales psiquiátricos caracterizados por brindar un tipo de atención semejante al que podría tener cualquier unidad de alguna otra especialidad médica. De igual forma se ha buscado una especialización de la terapéutica para problemáticas asociadas a la “salud mental” según el número de casos nuevos de una enfermedad en una población determinada en un periodo determinado. Un ejemplo de ello es que en nuestro país actualmente se prioriza la atención a las adicciones ya que se les considera como un problema de salud pública asociado a otras enfermedades tanto mentales como orgánicas, así mismo se le reconoce como generador de descomposición social.

De esta forma se ha colocado a los padecimientos mentales, a la locura, en términos propios de los sistemas de salud. Siendo ubicados en categorías que los acercan a otros trastornos (por ejemplo: la depresión se asocia al alcoholismo); como males que generan problemas socioeconómicos (depresión y alcoholismo asociados a la baja productividad y la violencia); y que por ello puede tener altas tasas epidemiológicas e incidir en el desarrollo y bienestar de una nación. Es así que las muestras del malestar como pueden ser las adicciones, la ansiedad o los trastornos alimenticios, son deslizados bajo la lente de los modelos de salud pública, donde lo más importante es sostener tasas aceptables de bienestar económico y social. En este panorama resulta complicado que una preocupación genuina e íntima por nuestro decir, actuar o sentir pueda ser sostenido por las coordenadas del desarrollo y el bienestar a las que apunta la salud mental. El malestar es vivido como una experiencia propia y por lo tanto sólo puede ser tramitado por una vía que privilegie las preguntas personales y las posibles soluciones que cada uno de a las mismas. Queda claro que el malestar está alejado de las estadísticas y de los indicadores de bienestar de una población, por el contrario, cercarlo entre puntajes y evaluaciones no permite reconocerlo como algo propio.

Tomemos por ejemplo la información vertida por el índice mundial de felicidad, que evalúa mediante encuestas el nivel de satisfacción de la población. En el año 2016 México figuraba en el lugar número 20 en el ranking de los países más felices del mundo y Suecia en el lugar número 10; sin embargo, en el mismo año en Suecia se registraron en promedio 12 suicidios por cada 100 000 habitantes y en México 5 por cada 100 000. ¿Cómo explicar que en un país con un índice alto de felicidad, la tasa de suicidios sea más alta que en uno que se encuentra 10 lugares por debajo? El sistema de salud sueco cuenta con atención primaria a los problemas mentales dentro de las clínicas de salud regional, las intervenciones del médico pueden ser desde medicamentosas hasta recomendaciones de descanso y baja laboral temporal, incluso una persona puede ser sometida a tratamiento de forma obligatoria. Lo que parece encontrarse en el fondo de esta problemática es que las personas no reconocen su malestar como parte de aquello que las encuestas llaman enfermedad mental, ya sea porque consideran que pueden “superar” sus vicisitudes  sin ayuda o por el estigma que representa la enfermedad mental, no acuden en busca de atención. He aquí lo que se escapa a las encuestas de bienestar, la percepción que cada persona tiene de sí misma, su malestar y la forma de encararlo.

En el contexto local, la doctora María Elena Medina Mora, psicóloga y miembro del Colegio Nacional, expuso en su conferencia titulada Adicciones y salud mental la crisis existente a nivel internacional a propósito del tema. La investigadora subrayó que mientras se ha profundizado el impacto negativo de los altos niveles de violencia y que tradicionalmente se ha considerado nocivo para la salud mental de las poblaciones; han resultado ineficaces las medidas empleadas para mitigar el efecto de las enfermedades, por el contrario, a nivel internacional las adicciones y las enfermedades mentales se vuelven un problema creciente. La catedrática de la UNAM señaló que esto ha generado que los sistemas de salud se enfoquen en la  prevención, de manera específica se piensa que al atender a la primera infancia se pueden disminuir los padecimientos mentales de la población a lo largo de la vida. Sin embargo, no hay una idea clara de la eficacia que estas acciones podrían alcanzar, incluso Medina Mora señaló la complicación existente entre las mediciones de salud mental y violencia, ya que el incremento de la primera en la población no tendría necesariamente un efecto sobre las situaciones sociales nocivas, es decir, el incremento en los indicadores de salud mental no disminuiría la violencia social.

Lo expuesto en ambos casos muestra las complicaciones existentes en los modelos de atención al pensarlo con base en los indicadores y su relación con estadísticas. El cambio de modelo dado desde la Reforma Psiquiátrica ha otorgado una idea de “inserción social” ya que la atención considera al encierro como una manera ineficaz y coercitiva para los llamados “enfermos mentales”. Pero por otro lado, ha señalado como “factores causantes” de padecimiento mental a una serie muy amplia de situaciones que forman parte de una “realidad social” que difícilmente dejarán de presentarse en la cotidianidad, como la violencia o el consumo de sustancias como el alcohol o las drogas. El modelo de la salud mental confronta al malestar con el “bienestar”, tiene la lógica de mitigar al primero con el segundo. Esto sigue resultando problemático, ya que al incluir al malestar en estas coordenadas que sólo se preocupan por niveles óptimos de “bienestar”, se deja de lado la posibilidad particular de cada persona de responder de una manera o de otra a las vicisitudes que le implica su cotidianidad. Una vez más, habrá que poner entre comillas la idea impositiva que generaliza una idea de bienestar que consista en lo mismo para todos y será necesario examinar cuidadosamente lo que entrama el malestar e impulsar formas de  responsabilizarnos y cada uno hacer algo al respecto.

 

#InPerfecto

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