#InPerfecciones
Cuando éramos niños y veíamos algo por primera vez, brotaba de nuestros labios una profunda exclamación, un entusiasmo genuino, una felicidad intensa por estar conociendo algo nuevo.
Theo Laurendon
theolaurendon@gmail.com
Cuando éramos niños y veíamos algo por primera vez, brotaba de nuestros labios una profunda exclamación, un entusiasmo genuino, una felicidad intensa por estar conociendo algo nuevo. Vivíamos en un mundo apasionante, todo era una aventura, todo era digno de conocer.
Y cuando veíamos algo por segunda o tercera vez, teníamos el poder de vivirlo como si fuera la primera: nos podían los papas una película de Disney y la podíamos ver decenas de veces sin perder nuestro entusiasmo.
Sabíamos, de forma natural, que nada ocurre dos veces. Todo siempre es nuevo, aunque sea la misma acción que se repita una y otra vez. La rutina no existía, la apatía y la desmotivación tampoco. Como decía el sabio griego Heráclito “nunca nos bañamos dos veces en el mismo rió”.
Pero…¿qué pasó entonces? ¿Porqué si miramos las caras en el metro vemos miradas apagadas, hombros cansados de tener que soportar el peso de la existencia, corazones que gritan en silencio, mundos interiores pintados de tonos oscuros, sin colores, ni esperanza? ¿Dónde se fueron esos niños filósofos, amantes del conocimiento, de la aventura, entusiastas por naturaleza?
Y seamos valientes: reconozcamos que nos pasa a todos. No solo a los del metro. Me pasa a mí, te pasa a ti. A todos. Entonces la pregunta, sencilla y radical, surge: ¿nos conformemos con esto o empezamos de nuevo a recordar cómo mirábamos el mundo antes?
Los budistas enseñan que en nuestra mente se esconde lo que ellos llaman “la mente de principiante”, la capacidad de mirar el mundo como si fuera la primera vez. Como los niños. Y que esto se conserva de adulto, no desaparece nunca.
Y que el primer paso para que el mundo nos vuelva a parecer luminoso (y cuesta, pues hay violencia y corrupción por doquier) es volver a mirarnos a nosotros mismos con esta mirada luminosa.
Porque la peor rutina consiste en dejar de sorprendernos a nosotros mismos. Aprender lo que antes no sabíamos. Hacer cosas que pensábamos que éramos incapaces. Morir y renacer. Romper nuestros límites, respirar el aire fresco y puro del cambio interior.
No creer que ya nos conocemos. Esto es la peor de las mentiras. Lo mejor de nosotros está por descubrir, y solo nosotros podemos emprender este viaje.
¿Bueno y como se hace esto? estarás pensando… Primero queriendo que así sea. Segundo creyendo que se puede. Tercero empezando a observar lo que en nosotros nos limita: nuestras creencias sobre nosotros mismos que nos limitan, estos diálogos interiores que nos hacen daño y que repetimos en nuestra cabeza. Cuarto, empezar a transformar estos hábitos.
Quinto, y lo más importante: disfrutar de aprender. Sobre nosotros, sobre los demás, sobre la vida. Aquel que no aprende cada día está muerto de pie.
Las ganas de aprender y de crecer es la esencia del ser humano. Los cuentas todos los grandes maestros de sabiduría y basta con observar a genios, artistas, niños etc. para verlo.
Somos todos filósofos natos aunque lo hemos, a veces, olvidado.