Cultura

Leyendas Prehipanicas

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MAH CUALLI TONALLI  (buenos días)

HOY 23 DE OCTUBRE LES VOY A COMPARTIR LA LEYENDA DE NUESTROS GUARDIANES “IZTACCÍHUATL Y POPOCATÉPETL”.

Les voy a dar una pequeña explicación de lo que significa leyenda y mito.

Raúl “TLAUILCUAUHTLI” González

raul.glz@inperfecto.com.mx

LEYENDA

Las leyendas se caracterizan por ser relatos que explican o caracterizan un lugar o acontecimiento mezclando hechos verídicos y fantásticos.

Las leyendas buscan explicar fenómenos o hechos misteriosos de lugares o de acontecimientos históricos de manera informal. Además, las leyendas son transmitidas de forma oral de generación en generación otorgando diferentes versiones de la misma narración. Una leyenda, aunque pueda incluir elementos fantásticos o sobrenaturales, está más ligado a la realidad. Algunas leyendas provienen de los códices que nos dejaron nuestros venerables abuelos.

 

LA LEYENDA DE NUESTROS GUARDIANES “IZTACCÍHUATL Y POPOCATÉPETL”

 

El Popocatépetl e Iztaccíhuatl enmarcan con sus blancas cimas el Valle de México. Localizada en el oriente del Estado de México, en los límites con los estados de puebla y Morelos, se han abierto paso en el imaginario colectivo como guardianes eternos, como testigos del devenir histórico de la región, como acompañantes perpetuos de grandes paisajistas como José María Velazco o el Dr. Átl.

La belleza y magnificencia de estas cumbres, así como su conformación, dieron origen a una leyenda de amor que tiene diversas versiones, aunque el final es el mismo.

Él era un valiente y esforzado guerrero que no había retrocedido nunca ante la lanza de ningún rival; ella era una hermosa doncella, hija del cacique del pueblo. Sólo les había bastado mirarse para reconocer en el otro al ser que les estaba destinado. Pese a las diferencias de clase y a la otra opción de los demás, se enamoraron.

El cacique quería negociar con su poderoso vecino tlaxcalteca una beneficiosa alianza, y en ella tenía un papel principal la bella de su hija; pero la doncella, que era tan determinada como hermosa, se negó a desposar a un hombre al que nunca podría darle su amor. Ante la imposibilidad de convencerla para que se doblegara a su voluntad, el cacique pareció acceder a que se casara con el guerrero, pero puso una condición: él tenía que regresar vencedor, cubierto de gloria, y sólo así sería digno de desposar a su hija.

Los enamorados, después de jurarse amor eterno, se separaron. Ella quedó llorando desconsolada; él se marchó con el corazón henchido de amor y de dolor a un tiempo, pero con la firme determinación de que haría lo que fuera con tal de volver vencedor a reclamar a su amada. El tiempo pasaba con angustiosa lentitud para la doncella. No tenía noticias de su amado, y su padre le insistía cada vez con mayor frecuencia que tomara por marido al cacique tlaxcalteca.

Fue precisamente él quien un día llegó con una terrible noticia para la joven: su guerrero había muerto en batalla. Ella creyó volverse loca de desesperación; su mundo, sus esperanzas, todo se había derrumbado.

El tlaxcalteca, entonces, vio que había llegado su oportunidad; pidió en matrimonio a la joven hermosa, lo que le fue concedido gustosamente. A ella nada le importaba la vida sin su amado, era como si también hubiera muerto.

El matrimonio se celebró. Una tarde, el ejército regresó. La joven veía con indiferencia el aparentemente interminable desfile de rostros y el paso de los escudos multicolores. De pronto, sintió como si algo atravesara; unos ojos, que nunca olvidaría en tanto le quedara un soplo de existencia, estaban fijos en ella: su amado estaba vivo.

Tarde… demasiado tarde. Fue precisamente la confianza, el anhelo, la esperanza y el amor que percibió en esa mirada lo que la hizo querer morir en ese mismo instante.

Desesperada, se volvió hacia su marido; le reclamó de manera desgarradora su engaño, pero sabía que en nada podía cambiar la realidad. El dolor que sentía desbordaba su ser. Salió huyendo; corrió hasta que no pudo más.

El marido y el guerrero comenzaron una feroz lucha por el amor de la hermosa e infortunada joven. Finalmente, el tlaxcalteca, exhausto, huyo.

El guerrero corrió en busca de su amada. La encontró muerta. Ella ya no quiso vivir después de haber sido la mujer de otro. Él se acercó a ella sin que nadie se atreviera a estorbar su paso. La tomó entre sus brazos y la llevó hacia las montañas. Ahí la tendió en el lecho blanco por la nieve; tomó una antorcha y se sentó a velar su sueño eterno.

De repente, la tierra tembló, las nubes se oscurecieron, el cielo y el miedo se apoderaron de todos. Fue una noche larga…

A la mañana siguiente vieron que en el valle habían nacido dos montañas nevadas. Una tenía la apariencia de una mujer acostada; la otra era grande, impresionante, como un guerrero inclinado a los pies de la mujer.

Desde entonces, la cima más alta le llamaron POPOCATÉPETL, “montaña que humea”, y a la otra IZTACCÍHUATL, que significa “mujer dormida”.

Se dice que la montaña que apareció cerca de ahí, en Tlaxcala, llamada Citlaltépetl, o “cerro de la estrella”, es el tlaxcalteca que observa de lejos a los enamorados que ya nunca podrá separar.

 

Hay muchas versiones de esta hermosa leyenda. Del libro leyendas de México prehispánico. De ANABELL GARCÍA. Tome esta historia de amor.