Descubrimiento de vestigios en zona arqueológica de Chichen Itzá, 60’s.
Atenea Sánchez.
atenea@inperfecto.com.mx
¡Hola querido lector!
¿Recuerdas que en la entrega anterior platicamos sobre los famosos “Tour Operadores? ¿Y que en esta relatoría abordaríamos el comportamiento de los turistas de los años 60s y sus destinos favoritos en México? Pues bien, acompáñame.
Hacia inicios de los años 60s, había algunos lugares donde los habitantes nacionales iban a vacacionar o a dónde venían turistas de otros países, sobre todo norteamericanos. Unos cuantos: Acapulco, el centro más famoso, favorito de las estrellas del cine hollywoodense; Veracruz, para los locales; algunas ciudades del interior de la república, como Guanajuato, o ciertos sitios arqueológicos. Un fenómeno particular era el turismo que se desarrollaba en la frontera norte, como en el caso de Tijuana, donde el consumo de alcohol, la droga y la prostitución eran los principales reclamos y los clientes venían del otro lado de la frontera ya desde los años de la prohibición en Estados Unidos. Las vías de acceso terrestre no eran adecuadas, las líneas aéreas iniciaban su apertura, la infraestructura hotelera y de servicios era precaria.
La puesta en vigor de las políticas oficiales y los cambios sociales y económicos en el mundo a partir del fin de la segunda guerra mundial cambiaron el panorama y México se abrió rápidamente al turismo internacional.
Para ello contó no solamente con la voluntad política y económica del Estado y de inversionistas nacionales y extranjeros, sino con la oferta de una riqueza extraordinaria de recursos naturales y culturales propios para el desarrollo del sector.
La valoración de los recursos naturales de México ha sido preocupación del Estado desde hace décadas mediante organismos ad hoc como el Consejo Nacional de Recursos Naturales y el Consejo Nacional de Recursos Naturales no Renovables, primero, y años más tarde con diversos organismos gubernamental hasta llegar a la actual Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
Desde finales de los años 1960 empiezan a aparecer textos acerca del potencial turístico que la naturaleza y la historia de la sociedad mexicana pueden ofrecer. Una clasificación tradicional de recurso turístico indica que esos atractivos se dividen en naturales y culturales. Los primeros corresponden “a todo elemento geomorfológico, biofísico o a la mezcla de ambas características que lo hagan susceptible de ser visitado por turistas”, mientras que los recursos turísticos culturales son los “elementos creados por el hombre y pueden ser históricos o contemporáneos”
En ambos casos, lo importante es que a estos elementos hay que añadirles valor mediante la dotación de los servicios que permitan su uso y disfrute, de ahí la necesidad de inversiones y financiamiento.
Los recursos de la naturaleza devienen de uso turístico cuando se hacen “visibles”, o sea, cuando pueden ser vistos, visitados, recorridos, por los turistas. Montañas, volcanes, ríos y lagunas, playas arenosas o rocosas, selvas o desiertos ofrecen espacios de atracción. En un principio no se tenía cuidado en cómo eran usados esos sitios hasta que la toma de conciencia de la vulnerabilidad del planeta ha generado la práctica de medidas conservacionistas y, el caso del turismo, en el desarrollo de nuevas formas de la actividad: ecoturismo, turismo de aventura, turismo extremo, rafting, entre otros.
Los recursos culturales se derivan de la historia de las sociedades que ocupan los diversos territorios: desde las obras de otras épocas y manifestaciones de culturas o tradiciones diferentes, hasta lo que se construye hoy día: vestigios arqueológicos más o menos conservados o restaurados; edificios civiles, religiosos y militares de otros siglos; arquitectura moderna y posmoderna. Pero también muestras de folclor, artesanías, fiestas tradicionales, poblados denominados “típicos”, así como museos, zoológicos y centros culturales.
Para ambos tipos de recursos, fue necesario invertir sumas muy importantes para generar vías de acceso terrestre, aéreas y marítimas; crear poblados donde no existía nada, urbanizar y dotar de servicios municipales, y, sobre todo, crear la infraestructura de acogida: hoteles, restaurantes y otros servicios de apoyo. De ahí la participación activa del Estado y del capital nacional y transnacional.
Las políticas del Estado mexicano privilegiaron en primera instancia los destinos de sol y playa, mismos que fueron los receptores de las inversiones públicas y privadas y que estaban dirigidos sobre todo al mercado norteamericano. En contraste, en la actualidad, se ha empezado a modificar ese patrón de comportamiento y se ofrecen otras opciones, otros atractivos para el turismo nacional y también para los turistas extranjeros que buscan nuevos escenarios: ciudades coloniales, “rutas” arqueológicas, pueblos rehabilitados bajo el nombre de “pueblos mágicos”, ecoturismo, turismo rural, etc.
¡Hasta el próximo jueves!
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