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UN SALTO INMORTAL

1968, EN LA MEMORIA DE MÉXICO

 

Eduardo Morales

dorado.deportes@inperfecto.com.mx

 

En una competencia atlética el entrenamiento de años trae resultados en segundos que pueden convertirse en mágicos, o de plano resultan negativos para frustrar el esfuerzo y los sueños de los protagonistas y ese riesgo precisamente es todo un espectáculo.

 

Así ocurrió en los Juegos Olímpicos de nuestros abuelos en 1968, en México, cuando el estadounidense Bob Beamon rompió el récord mundial de salto largo por 55 centímetros, volando a una altura de 8.90. Su salto está ubicado entre los cinco grandes momentos del deporte en el Siglo XX.

 

Robert “Bob’’ Beamon nació el 29 de agosto de 1946, en South Jamaica, Queens, Nueva York, Desde pequeño demostró facultades para convertirse en un estelar deportista. Poseía estatura, agilidad y rapidez.

 

Antes de iniciarse en la especialidad del salto largo, practicó básquetbol y pruebas de velocidad. Su mejor registro era de 8.33 metros y llegó a México luego de ganar 22 de los 23 eventos en los que había competido.

 

A pesar de sus excepcionales habilidades y de haber logrado medalla de bronce en los Juegos Panamericanos de 1967, en Winnipeg, Canadá, el estadounidense de 22 años no era el favorito para ganar en México, donde estarían presentes el entonces recordista mundial el soviético Igor Ter-Ovanesyan (8.35) y el titular en Tokio 1964, el francés Lynn Davies.

 

Pero llegó el momento de la competencia donde no siempre ganan los favoritos y en ocasiones se imponen aquellos atletas que sorprenden al mundo con una combinación de facultades excepcionales y momentos mágicos. Luego de dos saltos nulos en la ronda de clasificación, logró avanzar a la final en el tercer intento marcando 8.19 metros.

La final ocurrió el 18 de Octubre de 1968. Eran las cuatro de la tarde. En ese momento, el grupo de atletas se alinearon sin pensar que minutos después se iba a producir uno de los grandes acontecimientos en la historia de los Juegos Olímpicos. Beamon corrió y saltó como no lo había hecho antes ningún atleta. Los aficionados presentes, los jueces y millones de personas que miraban el evento por televisión, contemplaron asombrados la proeza del atleta.

 

Luego del salto, Beamon sabía que algo grandioso había ocurrido y se abrazaba en lágrimas con los restantes atletas, terminando en el suelo con un ataque de catalepsia.

La hazaña fue descomunal. Cuando el número fue anunciado en la pizarra electrónica el registro establecía un récord increíble de 8.90 metros, convirtiendo el anterior (8.35) en una cifra de broma o de escolares.

 

Algunos expertos atribuyeron la proeza a una combinación de razones: el excelente estado psicológico y físico del estadounidense, la velocidad del viento y la menor resistencia del aire a las alturas.

Sin duda, fue un momento mágico para Beamon. Pues nunca más se acercó a su propia marca y no participó en los Juegos de Munich en 1972.

 

El récord permaneció en los libros durante 23 años, hasta que Mike Powell estableció la nueva marca de 8.95 metros en el Campeonato Mundial de Atletismo disputado en 1991, en Tokio.

 

Beamon pertenece al Salón de la Fama del Atletismo y es un alto ejecutivo del Museo de Arte Olímpico del estado de la Florida.

 

Con su hazaña en 1968, Bob Beamon ubicó su nombre con letras de oro en la historia de los Juegos Olímpicos.

 

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